Hace poco más de un año, el 31 de enero de 2023, se inauguró en el centro de El Salvador una nueva prisión, algo realmente grande con capacidad para 40.000 internos y unas medidas de seguridad extraordinarias. La cárcel, ubicada en un páramo del departamento de San Vicente a unos 80 kilómetros de San Salvador se llama Cecot, acrónimo de Centro de Confinamiento del Terrorismo, y fue inaugurada por el presidente Nayib Bukele en persona en una ceremonia que se retransmitió en directo por televisión. Todo estaba perfectamente coreografiado. La inauguración coincidió con el ingreso de los primeros reclusos que fueron llegando en hileras de autobuses custodiados por la policía. Del resto se encargaron los expertos en comunicación del Gobierno. Grabaron vídeos muy trabajados a los que no les faltaba ni la banda musical de película de terror. Al llegar, los presos eran conducidos al interior esposados, descalzos, con el pecho tatuado al descubierto y la cabeza afeitada. Aquellos eran los primeros, luego llegarían muchos más. Actualmente en este centro hay 12.000 presos, pero queda espacio para muchos más.

Este de la inauguración de la macrocárcel para los pandilleros fue un episodio muy comentado en el extranjero porque la puesta en escena era realmente espectacular. El Salvador es el país más pequeño de la América continental, pero tras la inauguración de este centro pasaba a tener la cárcel más grande todo el continente. Una cárcel de verdadera excepción porque, aparte de su formidable tamaño, tiene una normativa muy estricta. Los presos están aislados y no se admiten las vistas. Esto, que puede parecer inhumano, en el caso de El Salvador tiene una explicación. Allí, como en otras partes de Hispanoamérica, las bandas criminales se dirigen a menudo desde prisión por lo que el aislamiento es fundamental.

Los resultados de estas redadas se han dejado sentir en la sociedad salvadoreña que, hasta hace poco más de un año, vivía pendiente de su billetera, su teléfono o su propia vida. El país era de los más peligrosos del mundo. Recuerdo que, en 2015, año que lo pasé residiendo en Guatemala, cuando me quejaba de la inseguridad en el país, me decían que en El Salvador era aún peor, que allí a ciertas horas no se podía ni parar en los semáforos porque te asaltaban. Aquel año la tasa de homicidios intencionados por cada 100.000 habitantes era de 106, la más alta del mundo. En 2023 esa tasa fue de 2,4 y 194 homicidios. En 2015 fueron asesinadas 6.656 personas, es decir, 18 asesinatos al día de promedio en un país de poco más de 6 millones de habitantes, algo menos que la comunidad de Madrid. Ese año en la Comunidad de Madrid fueron asesinadas 31 personas. Comparando se entiende mucho mejor.

También se entiende mejor la popularidad extrema de la que disfruta Nayib Bukele y que haya arrasado en las elecciones del modo en el que lo ha hecho. Las detenciones en masa de los pandilleros (o presuntos pandilleros) ha devuelto la tranquilidad a la calle. Las tiendas y los comerciantes callejeros respiran tranquilos. Todo lo que ganan vendiendo es para ellos. Antes tenían que compartirlo con las pandillas, que extorsionaban a casi todos los comerciantes del país. Para colmo de males de tanto en tanto las dos pandillas principales, la Mara Salvatrucha y la Barrio 18, se enfrentaban por el control del territorio dejando un reguero de víctimas.

Esta inseguridad se cebaba con los más pobres. Los ricos se limitaban a protegerse con carros blindados, guardias de seguridad y casas videovigiladas en residenciales privados de acceso restringido. Las pandillas actuaban como un Estado paralelo. Cobraban peajes de acceso a los barrios de clase baja, extorsionaban a pequeñas empresas, a conductores de autobuses, a comerciantes en los mercados municipales, a dueños de bares y restaurantes y a todo aquel que desarrollase una actividad de cara al público. En su buena época sólo en concepto de extorsión se estima que recaudaban unos 500 millones de dólares al año.

Eso suponía un coste inmenso para la economía salvadoreña, aproximadamente el 15% del PIB anual. Los pequeños empresarios (y por pequeño empresario en El Salvador hay que entender un simple vendedor callejero o una mujer que prepara tortillas en una esquina) no podían crecer ya que los pandilleros parasitaban todo lo que ganaban. Muchos salvadoreños, hartos de la inseguridad y de no poder emprender nada con garantías, se marchaban del país a probar suerte en Norteamérica o en Europa. La inseguridad también se dejaba sentir en las empresas más grandes que necesitaban destinar recursos crecientes a protegerse de robos y secuestros. Respecto a la inversión extranjera, cualquiera se pensaba muy mucho en invertir en un país tan peligroso. Las empresas necesitan seguridad jurídica, pero también seguridad física.

La seguridad ha mejorado hasta el punto de que la emigración hacia Estados Unidos ha disminuido mientras que la inmigración de países vecinos como Honduras o Nicaragua se ha incrementado. De hecho, Gobiernos de esa región, especialmente del llamado triángulo norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras) están estudiando el caso salvadoreño para extraer algunas ideas ya que, aunque la criminalidad ha descendido a lo largo de los últimos años en Honduras y Guatemala, es todavía muy alta.

Sobre la seguridad Bukele ha construido su mayoría, que es la mayor que se ha registrado jamás en unas elecciones salvadoreñas. El tiempo le ha consolidado a pesar de las sucesivas crisis que han afectado a su Gobierno, especialmente en 2020 y 2021 coincidiendo con la pandemia. Fue en ese momento cuando puso al poder judicial a su servicio, cuando intimidó a la Asamblea Legislativa entrando en ella acompañado de militares o cuando decidió convertir a Bitcoin en moneda de curso legal, una medida tan polémica como impopular. Pero todo eso se olvidó rápido gracias a su éxito en la lucha contra las pandillas. Puestos a escoger entre calidad democrática y seguridad los salvadoreños se han decantado por la segunda.

La cuestión es si esta política de mano dura con los pandilleros será duradera en el tiempo. Hasta el momento han sido detenidas más de 75.000 personas gracias a que ciertas garantías constitucionales están suspendidas. El Salvador vive en un régimen de excepción desde hace casi dos años y eso no se puede mantener eternamente. Sus detractores aseguran que los cinco años de Gobierno de Bukele han estado marcados por la violación sistemática de los derechos humanos de los detenidos, la conculcación de la constitución, la eliminación de los contrapesos y los ataques a la libertad de prensa.

Pero eso no le ha supuesto coste político alguno, al contrario, es más popular que nunca entre los salvadoreños. Bukele ha respondido a sus críticos, a quienes acusa de preocuparse más por los derechos de los pandilleros que por los de sus víctimas. Eso sí, ha reconocido que las condiciones en las cárceles son duras y ha llegado incluso a alardear de ello en varias ocasiones. Los salvadoreños han sufrido durante tantos años la violencia de estos criminales que es normal que ahora se alegren de que quienes sufran sean ellos. Temen, además, de que si cambia el Gobierno esos mismos pandilleros vuelvan a la calle y lo hagan con mucha rabia acumulada. Es decir, que con Bukele o sin él, esos pandilleros tendrán que pudrirse entre rejas porque ese mismo es el deseo de la inmensa mayoría de los salvadoreños.

Pero Bukele no sólo es popular en su país, lo es también en toda América. Se ha convertido en el jefe de Estado más popular de Hispanoamérica. Eso ha tenido efectos directos en otros países castigados por la delincuencia como Ecuador, donde Daniel Noboa ha emprendido su propia guerra contra los narcotraficantes. Ha creado incluso escuela, el bukelismo, que combina mano dura con aspecto juvenil y lenguaje desenfadado. Bukele es un fanático de las redes sociales. En X tiene casi 6 millones de seguidores, en Instagram 6,3 millones (los mismos que habitantes tiene el país) y en TikTok 7,5 millones. No necesita prensa. Llega directo a la opinión pública, y no sólo a la salvadoreña, también a la de todo el ámbito hispanohablante. Hasta en lugares tan lejanos como España, Chile o Uruguay tiene admiradores que le ven como un tipo duro y decidido que entiende bien lo que quiere el pueblo. En España es especialmente popular entre la derecha identitaria.

La incógnita que abrió en 2019 con su sorprendente victoria en las presidenciales permanece abierta, pero ahora por razones distintas. Ya conocemos a Bukele y lo que ha hecho. La principal pregunta ahora es saber durante cuánto tiempo está dispuesto a sostener el estado de excepción y, si más allá de algunos golpes de efecto como el de Bitcoin, tiene algún plan concreto para reanimar a la economía salvadoreña que sufrió muchísimo durante la pandemia y que hoy registra el crecimiento más lento de toda Centroamérica. Ahora tiene el poder absoluto, pero eso no tiene por qué ser necesariamente una ventaja.

QOSHE - Por qué Bukele arrasa - Fernando Díaz Villanueva
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Por qué Bukele arrasa

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17.02.2024

Hace poco más de un año, el 31 de enero de 2023, se inauguró en el centro de El Salvador una nueva prisión, algo realmente grande con capacidad para 40.000 internos y unas medidas de seguridad extraordinarias. La cárcel, ubicada en un páramo del departamento de San Vicente a unos 80 kilómetros de San Salvador se llama Cecot, acrónimo de Centro de Confinamiento del Terrorismo, y fue inaugurada por el presidente Nayib Bukele en persona en una ceremonia que se retransmitió en directo por televisión. Todo estaba perfectamente coreografiado. La inauguración coincidió con el ingreso de los primeros reclusos que fueron llegando en hileras de autobuses custodiados por la policía. Del resto se encargaron los expertos en comunicación del Gobierno. Grabaron vídeos muy trabajados a los que no les faltaba ni la banda musical de película de terror. Al llegar, los presos eran conducidos al interior esposados, descalzos, con el pecho tatuado al descubierto y la cabeza afeitada. Aquellos eran los primeros, luego llegarían muchos más. Actualmente en este centro hay 12.000 presos, pero queda espacio para muchos más.

Este de la inauguración de la macrocárcel para los pandilleros fue un episodio muy comentado en el extranjero porque la puesta en escena era realmente espectacular. El Salvador es el país más pequeño de la América continental, pero tras la inauguración de este centro pasaba a tener la cárcel más grande todo el continente. Una cárcel de verdadera excepción porque, aparte de su formidable tamaño, tiene una normativa muy estricta. Los presos están aislados y no se admiten las vistas. Esto, que puede parecer inhumano, en el caso de El Salvador tiene una explicación. Allí, como en otras partes de Hispanoamérica, las bandas criminales se dirigen a menudo desde prisión por lo que el aislamiento es fundamental.

Los resultados de estas redadas se han dejado sentir en la sociedad salvadoreña que, hasta hace poco más de un año, vivía pendiente de su billetera, su teléfono o su propia vida. El país era de los más peligrosos del mundo. Recuerdo que, en 2015, año que lo pasé residiendo en Guatemala, cuando me quejaba de la inseguridad en el país, me decían que en El Salvador era aún peor, que allí a ciertas horas no se podía........

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