El que ya se conoce como caso Ábalos, a pesar de que el exministro no está imputado en él, ha cobrado vida propia y se ha convertido en dueño y señor de la actualidad política española. Los medios parecen haber despertado de un largo letargo, ya que, hasta hace sólo unos días, de asunto sólo lo habían tratado contados periódicos (entre ellos este que está leyendo), sin que el resto quisiesen siquiera hacerse eco. Pero hace semana y media sucedió algo que lo cambió todo. El miércoles 21 fueron detenidas veinte personas por la Guardia Civil en el curso de una investigación que el juez Ismael Moreno de la Audiencia Nacional puso en marcha hace tres años. El juez ve indicios de que una serie de empresarios y altos cargos del ministerio de transportes se lucraron con la compra de mascarillas durante los momentos álgidos de la pandemia. En el centro de todo se encuentra, según se desprende de las acusaciones formuladas por el juez, un tipo llamado Koldo García Izaguirre, un militante del PSOE navarro que ejercía de asesor del entonces ministro de Transportes, José Luis Ábalos.

Ese fue el punto de partida. En aquel momento flotaba en el aire la incógnita de si Ábalos renunciaría a su escaño. Esto se planteaba ya durante el fin de semana, en tanto que el PSOE primero quitó hierro al caso, luego lo centró en Koldo García y, finalmente, señaló a Ábalos como responsable de todo. El Gobierno de Pedro Sánchez, que ha cometido en estos últimos seis años todo tipo de tropelías legislativas, es muy sensible a los casos de corrupción, ya que sobre la corrupción justificó la moción de censura contra Mariano Rajoy que en mayo de 2018 les aupó al poder. Aseguraban entonces que podrían equivocarse, pero que jamás se corromperían, es decir, que, parafraseando a Manuel Azaña, podrían meter la pata, pero no la mano en la lata.

La situación exigía medidas excepcionales, de modo que concluyeron que lo mejor era dejar caer a Ábalos, sacrificarle exigiéndole que entregase el escaño que ocupa por su provincia natal. Era un pulso en toda regla porque Ábalos no es un diputado cualquiera. Fue el principal apoyo de Sánchez allá por 2016 cuando quedó apeado de la secretaría general y se lanzó de nuevo a reconquistarla visitando agrupaciones socialistas por toda España. Luego todo fue muy rápido. En junio de 2017 recuperó la secretaría general, un año más tarde ya era presidente de Gobierno. En su núcleo duro como ministro de Fomento estaba José Luis Ábalos y su equipo más cercano formado, entre otros, por Koldo García Izaguirre, que ejercía de asesor, escolta y hombre para todo.

En julio de 2021 Ábalos salió del Consejo de Ministros por razones que se desconocen. No se le dio otra cartera, se quedó como diputado y fue nombrado presidente de la comisión de Interior del Congreso de los Diputados. Ahí permaneció hasta la semana pasada cuando el partido le retiró su confianza y la presidencia de esa comisión. Lo siguiente fue darle un ultimátum de 24 horas para que abandonase su escaño por una cuestión de ejemplaridad. Esto último dependía de él y se negó en redondo.

Buenas razones le acompañan para hacerlo. Unas son de tipo personal. Ábalos no tiene otro medio de vida que su escaño y, al parecer, no le estaban dando una salida. Otras son de carácter político. El PSOE pedía el escaño a Ábalos para demostrar ante la opinión pública su intransigencia ante la corrupción. No se puede decir que Ábalos sea un corrupto, no sólo no ha sido condenado, es que no está siquiera imputado por la Audiencia Nacional en el caso de las mascarillas, al menos por ahora.

La doble vara de medir del PSOE es clamorosa porque, al mismo tiempo que exigen la cabeza de su antiguo secretario de Organización, se sientan en la misma mesa y suplican el apoyo de Carles Puigdemont, un prófugo de la Justicia al que el Tribunal Supremo acusa, entre otras cosas, de malversación de fondos públicos. Si el PSOE quiere dar lecciones sobre su rechazo a la corrupción debería antes prescindir de cualquier contacto con Puigdemont, cosa que no pueden permitirse hacer, ya que sin sus votos tendrían que convocar elecciones y exponerse al riesgo cierto de abandonar la Moncloa.

Queda mucha investigación por delante y ya se aclarará hasta qué punto José Luis Ábalos conocía las actividades de su subordinado, a quien no sólo dio completa libertad de acción, sino que llegó a nombrar consejero de Renfe Mercancías a pesar de que los conocimientos que Koldo García tenía de logística y del sector ferroviario eran y siguen siendo nulos. Hoy se le puede acusar de falta de celo vigilando a sus colaboradores y de hacer una pésima selección de personal, pero no de haberse apropiado de nada. Ser un jefe descuidado no es delito y, si lo fuese, el primero que tendría que responder por ello sería Sánchez, ya que Ábalos llegó a donde llegó gracias a él. La relación entre ambos era inmejorable, su sintonía absoluta, su cercanía personal y política incuestionable. No es casual que ambos recorriesen España a bordo de un Peugeot visitando agrupaciones o que, cuando el entonces ministro cumplió 60 años en 2019, Sánchez junto a su esposa acudiese a una fiesta sorpresa en un restaurante madrileño que organizó Koldo García.

El caso a quien deja al pie de los caballos no es sólo a José Luis Ábalos, es a todo el PSOE sanchista. Koldo García conocía personalmente a Sánchez desde hace años. El propio Sánchez se había deshecho en halagos con él calificándole de “militante ejemplar”. Años más tarde, ese “militante ejemplar” le sirvió de chófer para recorrer España y reunir voluntades que le devolviesen la secretaría general del PSOE. En ese automóvil viajaban Pedro Sánchez, Koldo García, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, el número tres del partido que fue quien metió a Koldo García en Ferraz.

En otras circunstancias esto sería un problema grande, pero no insalvable. Ábalos no es el primer hombre de confianza que cae asediado por un caso de corrupción que le salpica directamente. A principios de los años noventa, Alfonso Guerra abandonó con deshonra la vicepresidencia a causa de un caso que afectaba a su hermano, Juan Guerra, a quien se acusaba de cohecho y tráfico de influencias en la delegación del Gobierno en Sevilla. Pero el Sánchez de 2024 no es el Felipe González de 1991. En aquel entonces el PSOE disfrutaba de mayoría absoluta y de un sólido poder regional y municipal. Hoy Sánchez sólo puede contar con 120 diputados propios y 27 de sus socios de Sumar, un total de 147 que les deja a 29 escaños de la mayoría absoluta. Cualquier ley orgánica y los presupuestos generales del Estado tienen que negociarlos con un mínimo de seis partidos, incluyendo a los cuatro diputados de Podemos, que el mes pasado se separaron de Sumar y figuran ahora en el grupo mixto sin atender a la disciplina de voto del Gobierno de coalición. A ese batiburrillo de siglas se suma ahora el solitario escaño de José Luis Ábalos que, a poco que se lo proponga, puede terminar siendo decisivo para muchas más cosas de las que creen.

Esta ha sido la consecuencia última del pulso que Sánchez echó esta semana a Ábalos de forma un tanto imprudente. Su desenlace era previsible. Ábalos no tiene nada que perder salvo el escaño, lo extraño, de hecho, es que lo hubiese entregado. Tan sólo tenía que aplicar el conocido manual de resistencia del que tanto presume su antiguo jefe y protector. Ábalos se ha acogido a la épica del asediado, exactamente lo mismo que Sánchez hace cada vez que los problemas se le amontonan.

A final todo se resumía en eso mismo, en resistir. El Gobierno, golpeado tras el fracaso electoral en Galicia, no esperaba que tres días después se le presentase un escándalo semejante. Pero había que resistir sacrificando alguien con renombre para arrojar el cadáver político sobre la bancada de la oposición. El elegido era Ábalos, que ya pintaba poco en el partido y a quien se consideraba un activo amortizado, un vestigio de otra época que podía rendir un último servicio al sanchismo inmolándose en una pira autoacusatoria. Eso era lo que estaban pidiendo a Ábalos, que se señalase a sí mismo y que, de propina, asumiese cabizbajo la humillación de cargar con el muerto de las mascarillas sin necesidad siquiera de que el juez le impute. Por ahí no ha querido pasar. Es un tipo hecho de la misma madera que Sánchez. Resistirá hasta el final, la única duda que queda es si estará dispuesto a emplear todo el arsenal del que dispone tras tantos años trabajando como guardagujas del sanchismo.

QOSHE - Ábalos, el guardagujas del sanchismo - Fernando Díaz Villanueva
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Ábalos, el guardagujas del sanchismo

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03.03.2024

El que ya se conoce como caso Ábalos, a pesar de que el exministro no está imputado en él, ha cobrado vida propia y se ha convertido en dueño y señor de la actualidad política española. Los medios parecen haber despertado de un largo letargo, ya que, hasta hace sólo unos días, de asunto sólo lo habían tratado contados periódicos (entre ellos este que está leyendo), sin que el resto quisiesen siquiera hacerse eco. Pero hace semana y media sucedió algo que lo cambió todo. El miércoles 21 fueron detenidas veinte personas por la Guardia Civil en el curso de una investigación que el juez Ismael Moreno de la Audiencia Nacional puso en marcha hace tres años. El juez ve indicios de que una serie de empresarios y altos cargos del ministerio de transportes se lucraron con la compra de mascarillas durante los momentos álgidos de la pandemia. En el centro de todo se encuentra, según se desprende de las acusaciones formuladas por el juez, un tipo llamado Koldo García Izaguirre, un militante del PSOE navarro que ejercía de asesor del entonces ministro de Transportes, José Luis Ábalos.

Ese fue el punto de partida. En aquel momento flotaba en el aire la incógnita de si Ábalos renunciaría a su escaño. Esto se planteaba ya durante el fin de semana, en tanto que el PSOE primero quitó hierro al caso, luego lo centró en Koldo García y, finalmente, señaló a Ábalos como responsable de todo. El Gobierno de Pedro Sánchez, que ha cometido en estos últimos seis años todo tipo de tropelías legislativas, es muy sensible a los casos de corrupción, ya que sobre la corrupción justificó la moción de censura contra Mariano Rajoy que en mayo de 2018 les aupó al poder. Aseguraban entonces que podrían equivocarse, pero que jamás se corromperían, es decir, que, parafraseando a Manuel Azaña, podrían meter la pata, pero no la mano en la lata.

La situación exigía medidas excepcionales, de modo que concluyeron que lo mejor era dejar caer a Ábalos, sacrificarle exigiéndole que entregase el escaño que ocupa por su provincia natal. Era un pulso en toda regla porque Ábalos no es un diputado cualquiera. Fue el principal apoyo de........

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