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El concepto de igualdad pareciera sustituir y amainar los conceptos socialistas de ayer, hasta el punto de que algunos pensadores de derecha suelen utilizarlo, con preservativos es cierto. Por ejemplo, igualdad de oportunidades es el más usado. Es un concepto torpe, visto de cerca, que supone que, si todos tenemos una posibilidad de acceso, por ejemplo, a la educación y unos resultan a la larga millonarios y otros míseros, pues se debe a la inteligencia, la tenacidad y el esfuerzo de los menos que obtienen así una justa recompensa a su constancia y habilidades; y, al contrario, los otros, el rebaño, una suerte de castigo a sus inconstancias, debilidades y vicios.

Es obvio que es una modernización de la ética calvinista, de interpretación weberiana, atribuyendo la desigualdad capitalista no a los designios de un Dios que reparte buenos y malos destinos por una lógica inaccesible a los hombres sino ahora son éstos los conductores y responsables de sus destinos, de sus bienestares y sus penurias. Cualquier neoliberal le podría lanzar esto a otros argumentos, más bien de remoto origen católico, que da primacía como camino del bien y ruta hacia el cielo a la generosidad y el sacrificio por el otro, «ama a tu prójimo como a ti mismo». Pero, por supuesto esto se ha enrollado con el paso del tiempo y los acontecimientos. Y, por supuesto no es el tema de estas líneas de los orígenes teológicos de los modos de producción en Occidente.

Lo que sí queremos es subrayar dos cosas simples. Hay en la historia de la economía del homo sapiens que es material, que distribuye los bienes del hombre, la riqueza y la pobreza. Sin ella no hay comprensión de ese devenir ni posibilidad de cambiarlo, sostenerlo o reorientarlo. Es decir, no hay estudio de las sociedades y su devenir histórico sin tenerla en cuenta, como estructura decisiva. Sin duda nadie como Karl Marx habló con verdad sobre ello y eso lo hace imprescindible como primera premisa de toda investigación social.

En segundo lugar, y es lo que nos interesa, es como se reparte esa riqueza. Como sabemos, en el mundo que vivimos, es terriblemente, miserablemente, desigual. Claro, el capitalismo ha cambiado demasiado desde que Marx andaba por este mundo y la mayor experiencia realizada en su nombre resultó un gigantesco experimento y un fracaso muy preciso. De manera que hay que retomar la premisa materialista y volver a pensar esta economía globalizada y terriblemente desigual.

Norteamérica y África o La lagunita y Petare, venezolanamente hablando. Pero nada de eso sería una explicación válida si no establece su fundamento cognoscitivo ineludible, la materialidad, la distribución de los bienes materiales, el trabajo y sus resultados.

La desaparición de esta premisa o su mitificación extrema es la que ha producido este mundo psicópata, cruel y a tal punto obnubilado que podría desaparecer. Pero no importa ciudadanos, olviden la política, compren todo lo que quieran, cómanse el pedazo del pastel más suculento, lo más que puedan, así tengan diarrea. De todos modos, vamos a morir.

*Lea también: Obesidad, pobreza y hambre, por Marianella Herrera Cuenca

Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.

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La igualdad, por Fernando Rodríguez

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12.03.2024

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El concepto de igualdad pareciera sustituir y amainar los conceptos socialistas de ayer, hasta el punto de que algunos pensadores de derecha suelen utilizarlo, con preservativos es cierto. Por ejemplo, igualdad de oportunidades es el más usado. Es un concepto torpe, visto de cerca, que supone que, si todos tenemos una posibilidad de acceso, por ejemplo, a la educación y unos resultan a la larga millonarios y otros míseros, pues se debe a la inteligencia, la tenacidad y el esfuerzo de los menos que obtienen así una justa recompensa a su constancia y habilidades; y, al contrario, los otros, el rebaño, una suerte de castigo a sus inconstancias, debilidades y vicios.

Es obvio que es una modernización de la ética calvinista, de interpretación weberiana, atribuyendo la desigualdad........

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