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Hace muchísimo tiempo que tengo muy claro que el Barça, el FC Barcelona, es víctima de su propia grandeza… y también de sus miserias. Las generaciones que vivieron los setenta y los ochenta, cuando los culés se daban con un canto en los dientes si se conquistaba una Copa del Rey, seguramente saben digerir y gestionar mejor las épocas de vacas flacas, esas frustraciones colectivas que se instalan en el club y su entorno cuando la pelota no entra.

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Es obvio que la historia del FC Barcelona cambió para siempre gracias al Dream Team de Johan Cruyff primero y a la obra de Pep Guardiola después, con sus respectivos sucesores, como Luis Enrique o incluso Valverde. Haberse instalado en la excelencia y convertirse en referencia mundial por haber ganado tanto y, sobre todo, por cómo se hizo, le otorgó a la marca Barça una pátina de prestigio que, eso sí, va acompañada de un cuchillo muy afilado: el nivel de exigencia. No se admite ni se perdona el fracaso. Y mucho menos el ridículo. Cuando uno se acostumbra al caviar, cuesta masticar pan duro.

Aquí, las dos últimas mociones de censura se pusieron en marcha tras sonados fracasos deportivos, no como consecuencia de un mala gestión económica, el modelo de gobernanza, el Barçagate o el Caso Negreira, por poner solo unos ejemplos. A Laporta intentaron cortarle las alas después de dos temporadas en blanco (2006-2007 y 2007-2008) y a Bartomeu le condenó el 2-8 en Lisboa, cuando él, antes, había echado a Valverde siendo el Barça líder en la Liga. Es lo único que no perdona el socio: la miseria deportiva.

Sin embargo, no podemos convertir cada partido en un plebiscito o en el día del Juicio Final. Se crea una atmósfera casi irrespirable que perjudica a todos. Tampoco ayudan en nada esas hipérboles que salen del propio club en cuanto se atraviesa un periodo de bonanza : “Hemos vuelto”, después de ganar la Supercopa de España. “Una nueva era”, el titular del último documental de la factoría del club, o esa frase “estamos a mitad de camino de recuperar un Barça grande”, o incluso el eslogan que rezaba en el último mosaico del día del clásico: “Let’s make it legendary”. Está muy bien vender ilusión y disfrutar del camino, aunque estar un tiempo ‘recogidos’ no vendría nada mal. Entre todos se meten una presión encima de los hombros que acaba por convertirse en una pesada carga.

Un equipo de fútbol solo marca una época después de muchos años siendo el mejor. Y eso, para este Barça, todavía queda muyyyyyyy lejos. Así que tranquilidad y buenos alimentos. Queda mucho por hacer. Todo.

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Tranquilidad y buenos alimentos con el Barça de Xavi

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11.11.2023

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Hace muchísimo tiempo que tengo muy claro que el Barça, el FC Barcelona, es víctima de su propia grandeza… y también de sus miserias. Las generaciones que vivieron los setenta y los ochenta, cuando los culés se daban con un canto en los dientes si se conquistaba una Copa del Rey, seguramente saben digerir y gestionar mejor las épocas de vacas flacas, esas frustraciones colectivas que se instalan en el club y su entorno cuando la pelota no entra.

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