Creat: 23.11.2023 | 09:02

Actualitzat: 23.11.2023 | 09:02

Con la edad que tiene Ken Loach –87 años– y un bagaje más que elogiable, no precisa de la manipulación para remover los resortes del sentimiento, de la conmiseración. Loach todavía piensa que el ser humano tiene arreglo aunque sigue firme en mostrar que el sistema no funciona, que los problemas no son de ahora sino que han quedado heridas mal curadas, fisuras sociales que ha denunciado constantemente en sus películas.

Este director sabio, junto a su guionista habitual Paul Laverty, han hecho del idealismo la razón de ser de cada trabajo cinematográfico. Hay que decir que, tal vez, los años han llevado al cineasta a no ser tan molesto con el poder, a mirar más de recomponer que de dar sonoras bofetadas al establishment pero, como alma libre que es, su anarquía sigue destilando muestras de las penalidades cotidianas de la gente.

Su talante político, su activismo visto en películas como Tierra y libertad o El viento que agita la cebada están perfectamente yuxtapuestos a su actitud con todo lo relativo a lo social, a su ideología, a su compromiso.

Buenos ejemplos son títulos como Riff-Raff, Lloviendo piedras o Mi nombre es Joe entre otras propuestas, en las que la vida pega duro a la gente del extrarradio en la escala social. Con El viejo roble, Loach muestra un pequeño pueblo del noroeste de Inglaterra donde el cierre de las minas en la década de los ochenta dejó sumida a la población en un lamentable abandono. Todo se fue cerrando, las casas devaluadas y sin posibilidad de reformarlas, y sus gentes sin dinero ni presente, y con el amor propio destrozado.

El último pub del pueblo resiste y allí se reúne parte de la comunidad. La llegada de familias sirias al lugar, de refugiados que han huido de una guerra y del hambre, levanta la ira y el rechazo. El racismo aflora y la convivencia se adivina insoportable. Una joven siria que hizo fotos del drama ,y ahora lo hace en el nuevo lugar de acogida, entabla amistad con el propietario del pub, un hombre al que la vida le ha girado la espalda, que afronta los días con más pena que otra cosa pero que guarda dentro de sí una gran benevolencia.

El viejo roble nos habla de aprender a convivir, de rebajar el tono beligerante, de mirarse unos a otros sin odio ni resquemor para que lo dramático no sea lo único que perviva. Ese personaje central por el que todo gira alrededor señala: “Cuando estamos jodidos, siempre miramos hacia abajo, a los que están peor que nosotros y les hacemos pagar nuestras miserias. Nunca hacia arriba, que es de donde vienen todos los males”.

Casi siempre ha sido así, y Loach intenta con esta película humanista que se promueva la esperanza a sabiendas de que, para ello, lo afectivo se reivindique por encima de todas las cosas. Loach, con su experiencia, ya no cree que los problemas los solucionen los de arriba, ni los que no han aprendido nada de lo que a ellos mismos les ha sucedido. Ha sido fiel a los suyos para que lo afectivo nos remueva, nos haga mejores, más solidarios, más humanos. Por eso su cine es más que necesario.

QOSHE - El viejo roble: Mirar hacia abajo - Juan Ferrer
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El viejo roble: Mirar hacia abajo

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23.11.2023

Creat: 23.11.2023 | 09:02

Actualitzat: 23.11.2023 | 09:02

Con la edad que tiene Ken Loach –87 años– y un bagaje más que elogiable, no precisa de la manipulación para remover los resortes del sentimiento, de la conmiseración. Loach todavía piensa que el ser humano tiene arreglo aunque sigue firme en mostrar que el sistema no funciona, que los problemas no son de ahora sino que han quedado heridas mal curadas, fisuras sociales que ha denunciado constantemente en sus películas.

Este director sabio, junto a su guionista habitual Paul Laverty, han hecho del idealismo la razón de ser de cada trabajo cinematográfico. Hay que decir que, tal vez, los años han llevado al cineasta a no ser tan molesto con el poder, a mirar más de recomponer que de........

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