El mercado laboral colombiano padece muchos males: alto desempleo estructural; excesiva informalidad laboral y empresarial; bajísima productividad; pobre formación y capacitación; escasez de capital humano calificado; y costos laborales salariales y no salariales desmedidos en términos comparativos. De estos elementos, el desempleo estructural es preocupante por conjugar dos aspectos aparentemente contradictorios pero, en última instancia, complementarios, que configuran una suerte de esquizofrenia laboral.

Por un lado, el país sufre de elevadas tasas de desempleo, por encima de los dos dígitos como regla general sin que se logre romper a la baja la barrera del 9%, mientras algunos sectores y segmentos de la economía no logran satisfacer sus necesidades de recursos humanos. Las dinámicas del mercado laboral durante 2023 ilustran bien esta realidad. La expansión económica de los dos años posteriores a la pandemia (crecimiento del PIB del 10,8% en 2021 y 7,3% en 2022) llevaron al nivel de producción de Colombia a estar más de 10% por encima del observado en 2019, año antes de la pandemia.

Sin embargo, la generación de empleo se dio de manera más paulatina, ubicándose un 5% superior al de 2019. Este descalce, y el rezago natural que sobre la creación de nuevos puestos de trabajo conlleva el crecimiento económico, llevaron a que la tasa de desempleo en el país cayera hasta 9% en noviembre del año pasado, a pesar de la evidente deceleración de la actividad económica nacional.

Consecuentemente, ante la contracción económica de los últimos dos trimestres, no es de extrañar que la tasa de desempleo haya alcanzado 12,7% al cierre de enero, con pronóstico reservado para el resto del año.

Entretanto, renglones que han conservado cierto dinamismo a pesar de la desaceleración generalizada de la economía, tales como ciertas ramas del sector agrícola, se ven a gatas desde hace varios años para suplir sus necesidades de capital humano. Mientras la economía del país creció sólo 0,3% durante el cuarto trimestre del año pasado, el PIB agrícola lo hizo al 6% y el rubro que incluye la producción de frutas frescas y flores y agroindustrias como la de la caña de azúcar y la de oleaginosas, segmentos de relativa alta formalidad laboral, creció al 7,2% durante ese mismo período.

Pero es en estos sectores donde se viene presentando mayor escasez de mano de obra. A la persistente migración del campo a la ciudad y el resultante truncamiento del relevo generacional en las zonas rurales, aunado a la falta de interés de las nuevas generaciones por oficios rurales, se le suma la deficiente formación y capacitación para ocupaciones técnicamente más complejas que exigen los necesarios desarrollos agrícolas de hoy, lo cual podría romper dicho ciclo de desinterés de los jóvenes por ocuparse en labores manuales que podrían ser altamente remuneradas. Pero nada de esto será posible si el país sigue formando en ciencias agrícolas a menos del 1% de quienes cursan programas de maestría en Colombia, por mencionar solo un indicador.

Hay deficiente formación y capacitación para ocupaciones técnicamente más complejas que exigen los necesa- rios desarrollos agrícolas de hoy”
Profesor Inalde Business School.