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¿De qué hablamos al hablar de "feminismo de la igualdad"? Lo primero que hay que saber es que esa denominación la utilizó el feminismo de la diferencia contra el feminismo existente, ya que a ninguna feminista hasta entonces se le habría ocurrido autodesignarse de la igualdad, por considerarlo algo redundante. Quiero hoy hablar un poco sobre la igualdad, no tanto como adjetivación de un feminismo, sino más bien como paradigma que a todo feminismo le compete e interesa.

La filósofa Celia Amorós –a quien por cierto se apela cuando interesa y se descontextualizan sus ideas, después de haber contribuido a echar sobre ellas el más espeso manto del olvido- afirmaba tajantemente que todo derecho a la diferencia presupone, obviamente, la igualdad. A la igualdad, que no a la identidad. Se trata de la igualdad como reivindicación entre los sexos y como categoría de análisis.

Esta categoría enfatiza lo que los sexos tienen en común en tanto humanos y quiere desvelar las diferencias de género como constructo de una razón interesada por patriarcal. Desde la reclamación ilustrada de igualdad para las mujeres hasta nuestros días esta idea ha servido de horizonte regulativo y ha movido muchas conciencias femeninas en la reivindicación de sus derechos.

Sin embargo, como lo sostiene también la filósofa Celia Amorós, esta idea ha sufrido de un tiempo a esta parte embates que quieren deslegitimarla: "La idea de igualdad en el ámbito del llamado postmodernismo es, como ha dicho Amelia Valcárcel, una idea obscenizada". Obs-scenizado – o, en nuestro caso, obscenizada-, es, como lo ha señalado Teresa de Lauretis, aquello que queda fuera de escena.

"Una manera expeditiva de obscenizar la idea de igualdad consiste en utilizarla como sinónima de 'identidad'" (Amorós, 2005, 303). Pero reclamar la igualdad no es reclamar la identidad ya que, si volvemos de nuevo a Amorós, sabemos que la identidad implica que los sujetos a los que nos referimos son indiscernibles, indiferenciables, en tanto que "cuando hablamos de igualdad, nos referimos a una relación de homologación bajo un mismo parámetro que determina un mismo rango, una misma equiparación de sujetos que son perfectamente discernibles" (Amorós, 2005, 287).

Son discernibles, esto es, diferentes y diversos. Y el paradigma de la igualdad en el feminismo nunca ha negado esas diferencias entre mujeres, que hoy se repiten como un mantra: etnicidad, orientación sexual, clase, etc. Variables de las que ya hablaban las feministas de los 70, como Kate Millett, por cierto. Porque la diferencia es un hecho, en tanto que la igualdad es un derecho.

Teorizado el derecho a la igualdad, lo cierto es que cultural, económica, jurídica o políticamente la desigualdad entre los sexos se sigue expresando en diferentes grados en las muy distintas sociedades de nuestro mundo. Casos extremos de nuestro presente nos hacen reconocer cómo la desigualdad de las mujeres pervive como una injusticia sangrante hoy a escala planetaria.

Su impugnación ha ido de la mano de la reclamación de la igualdad de los sexos, como reclamación radical, que se vincula con textos emblemáticos como la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana de Olimpia de Gouges ya en 1791. A través de su historia, la misma reclamación se encarna en las luchas por el derecho al voto del más conocido episodio sufragista. Y en los años 60 del siglo XX se convierte en una reivindicación feminista que va mucho más allá de la óptica de la igualdad formal.

Sin duda, la igualdad de las mujeres se ha plasmado en algunas conquistas a lo largo del siglo XX y en los años entrado el XXI, en mayor o menor grado y en unas sociedades más que en otras. Pero la superación de los géneros en una sociedad no patriarcal de individuos, no de géneros, sería la meta de un feminismo que se asocia con la igualdad. Y, por tanto, este feminismo parte de que las diferencias de género no son otra cosa que constructos de una razón interesada, por patriarcal.

Por otro lado, sin caer en un biologicismo ramplón, no se puede obviar cómo la biología y la psicología nos informan de que hay diferencias. El problema será no negar estas diferencias, pero a la a la vez pensarlas como no determinantes de la vida social y personal de los individuos y de su derecho a la igualdad. Frente a una tradición de pensamiento que ha querido poner en la diferencia corporal el fundamento para una diversidad genérica que se traduce en desigualdad para las mujeres, el constructivismo asociado a la igualdad ha tenido que radicalizar su crítica a toda posición esencializadora. Y con ello también a la versión de la complementariedad de los sexos que, ya desde Rousseau, se resuelve en la reducción de un polo a otro: el relato de que los sexos son complementarios ha ido demasiadas veces de la mano del hecho de la dominación de lo que se presenta como genéricamente humano, el hombre, sobre una caracterología femenina entendida como prefijada e invariable.

Pensar esa caracterología como compartida por todas las mujeres conduce a la nada inocente operación de recluir a estas en un genérico, negándoles toda posibilidad de individuación. Y, repetimos, ello no es nada inocente, ya que "la razón por la que a las mujeres se nos niega lo que la filosofía tradicional ha llamado 'el principio de individuación' debe ser la misma que aquella por la que se nos niega el poder" (Amorós, 1997, 428-9).

Dicho esto, parece claro que romper los estereotipos de género es emancipatorio, abriéndose la puerta a una pluralidad de estilos de vida no determinados por normas sociales y culturales que perpetúen la desigualdad. Por tanto, todo feminismo tiene que presuponer y llevar en su entraña política la reivindicación de igualdad, que no es otra cosa que la impugnación teórica y práctica de la desigualdad misma.

Aceptando, con Celia Amorós, que el concepto de igualdad ha de ser revisado para desechar aquellos contenidos que estén en descomposición, sigue siendo este el vínculo que permite asociar pensamiento y praxis, ya que "la investigación actual de mujeres y género ha perdido ampliamente su conexión con el movimiento de mujeres o la política feminista".

Pero el feminismo, y el pensamiento feminista con él, es ante todo un compromiso con la praxis y, más concretamente, con una praxis emancipatoria. Si olvida este compromiso, ocurre que "el feminismo postmoderno refleja las condiciones sociales, en cuyo telón de fondo se mueve, sólo insuficientemente. Más bien parece, por el contrario, afianzar las tendencias de flexibilización a las que los sujetos están cada vez más expuestos en la fase postfordista" (Sommerbauer, 2003, 8 y 113).

Pero si entendemos por feminismo crítica de la dominación, tanto en su perspectiva teórico-política como en su perspectiva práctica, no parece que podamos renunciar a las herramientas conceptuales y políticas que permiten moverse en esa dirección. Y en esta dirección, la reclamación feminista no se fundamenta en una supuesta identidad femenina monolítica y cerrada, sino en una voluntad política de transformar un orden injusto entre los sexos.

Para ello el sujeto feminista, no ahistórico ni trascendental, sigue siendo necesario, como siguen siendo necesarias herramientas críticas que, permitan "analizar la construcción sociohistórica de las identidades masculina y femenina y la organización y distribución de bienes y reconocimiento de acuerdo a un patrón preestablecido que no suele ser consciente" (Puleo, 2008, 16).

Y siguen siendo necesarios también conceptos que, como el de patriarcado, apunten a describir un sistema de opresión y de jerarquía de los hombres sobre las mujeres. Sin duda en esta dirección, no se trata de volver a viejos esencialismos, pero tampoco de llevarse por delante, con una deconstrucción indiscriminada, lo que ha sido y tiene que seguir siendo un potente y radical movimiento de emancipación social y personal. Porque "nosotras, como mujeres, tenemos mucho que perder si abandonamos la esperanza utópica en lo totalmente otro" (Benhabib, 2005,342).

Referencias

Amorós, Celia (1997), Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Madrid, Cátedra, Feminismos.

Amorós, Celia (2005), La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias, Madrid, Cátedra, Feminismos.

Benhabib, Seyla (2005), "Feminismo y posmodernidad: una difícil alianza", en: C. Amorós y A. de Miguel, Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización, Madrid, Minerva Ediciones, 2005, tomo 2, pp. 319-342, aquí p. 342

Puleo, Alicia H. (2008), "Introducción. El concepto de género en la filosofía", en: Puleo, A. H. (ed.), El reto de la igualdad. Nuevas perspectivas en ética y filosofía política, Madrid, Biblioteca Nueva, 15-42

Sommerbauer, Jutta (2003), Differenzen zwischen Frauen. Zur Positionsbestimmung und Kritik des Postmodernen Feminismus, Münster, Unrast Verlag.

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¿De qué hablamos al hablar de "feminismo de la igualdad"? Lo primero que hay que saber es que esa denominación la utilizó el feminismo de la diferencia contra el feminismo existente, ya que a ninguna feminista hasta entonces se le habría ocurrido autodesignarse de la igualdad, por considerarlo algo redundante. Quiero hoy hablar un poco sobre la igualdad, no tanto como adjetivación de un feminismo, sino más bien como paradigma que a todo feminismo le compete e interesa.

La filósofa Celia Amorós –a quien por cierto se apela cuando interesa y se descontextualizan sus ideas, después de haber contribuido a echar sobre ellas el más espeso manto del olvido- afirmaba tajantemente que todo derecho a la diferencia presupone, obviamente, la igualdad. A la igualdad, que no a la identidad. Se trata de la igualdad como reivindicación entre los sexos y como categoría de análisis.

Esta categoría enfatiza lo que los sexos tienen en común en tanto humanos y quiere desvelar las diferencias de género como constructo de una razón interesada por patriarcal. Desde la reclamación ilustrada de igualdad para las mujeres hasta nuestros días esta idea ha servido de horizonte regulativo y ha movido muchas conciencias femeninas en la reivindicación de sus derechos.

Sin embargo, como lo sostiene también la filósofa Celia Amorós, esta idea ha sufrido de un tiempo a esta parte embates que quieren deslegitimarla: "La idea de igualdad en el ámbito del llamado postmodernismo es, como ha dicho Amelia Valcárcel, una idea obscenizada". Obs-scenizado – o, en nuestro caso, obscenizada-, es, como lo ha señalado Teresa de Lauretis, aquello que queda fuera de escena.

"Una manera expeditiva de obscenizar la idea de igualdad consiste en utilizarla como sinónima de 'identidad'" (Amorós, 2005, 303). Pero reclamar la igualdad no es reclamar la identidad ya que, si volvemos de nuevo a Amorós, sabemos que la identidad implica que los sujetos a los que nos referimos son indiscernibles, indiferenciables, en tanto que "cuando hablamos de igualdad, nos referimos a una relación de homologación bajo un mismo parámetro que determina un mismo rango, una misma equiparación de sujetos que son perfectamente discernibles" (Amorós, 2005, 287).

Son discernibles, esto es, diferentes y diversos. Y el paradigma de la igualdad en el feminismo nunca ha negado esas diferencias entre mujeres,........

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