12/03/202411/03/2024 La Plaza de España de Sevilla. Pixabay.

¿No puedes pagar el alquiler en tu ciudad? Pues te jodes y te vas a vivir a un pueblo, muerto de hambre.

Cada semana sale una noticia nueva de cómo mi ciudad, tu ciudad o la ciudad de otro se uberiza o se precariza o se sumerge en otro nuevo palabro que viene a decir que los parásitos de corbata cara se la están quedando. Por ejemplo, estos días nos cuenta Diego Casado en el medio hiperlocal SomosMadrid que, en la capital, solo 277 de los más de 24.000 pisos turísticos en activo tienen licencia para ejercer como tal. Un 1’1%, vaya.

También en la capital, pues aquí queremos ser los amos hasta de lo malo, escuchábamos hace un par de días a la presidenta de nuestra región hacer apología de la hostelería abierta 24 horas; una apología que habla – como siempre – de que los trabajadores curren hasta que el que se lleva las pelas se harte de llevárselas, pero que ni se molesta en lanzar un recuerdito a los que cobran el SMI.

No desvelo el secreto de la Coca-Cola cuando digo que las ciudades, desde la capital de una provincia chica hasta el monstruo madrileño, se están convirtiendo en sitios inhóspitos, repetitivos y diseñados únicamente para que la gente consuma, sin embargo, me cabrea que nuestra respuesta a este ataque sea soñar con abandonarlas.

Cada vez que salta una de estas noticias, da igual si habla de la precariedad habitacional en los barrios populares madrileños o de la decadencia de la gastronomía en las tabernas del centro de León, saltan decenas y decenas de comentarios en redes sociales y la vida real que recomiendan al afectado dejar la urbe y pirarse al pueblo.

"Pues en Santa Cruz del Retamar tienes tercios a 1’80", leía que un usuario de Twitter le respondía a la periodista Analía Plaza cuando se quejaba de que ya es casi imposible cenar por menos de cincuenta euros en la capital. No sabía yo que la solución a nuestros problemas era callar, coserse las orejas y ceder ante los malos.

Se ha instaurado cierto discurso transversal – que en la derecha entiendo pero en la izquierda se me hace incompresible – de abandonar las ciudades y sus problemas y dejarse llevar por la vida rural alejada del conflicto de la urbe; de abandonar los barrios que algún día fueron nuestros y ceder ante el invasor – aka, el empresario chapucero y parásito – que quiere imponernos terrazas en los parques y alquileres temporales a precio de Gormiti de colección y externalización de los servicios públicos.

Como decía, entiendo este discurso en la derecha porque, tal y como apunta el genio y amigo Jorge Dioni en su inteligentísimo El malestar de las ciudades, todos estos problemas que están jodiendo las ciudades no son ningún error, sino parte de la estrategia del neoliberalismo, sin embargo, ¿qué sentido tiene que la izquierda compre esos marcos? ¿dónde está el discurso combativo, ese del que tanto nos gusta presumir, cuando alabamos el precio de la vivienda en Calzada de Calatrava cada vez que vemos que el alquiler sube en las capitales de provincia? ¿ahora resulta que la solución es regalar las ciudades y dejárselas bien limpitas a los ricos que vengan después?

Hay que resistir – en verdad hay que ganar – y no comprar ese maldito marco cada vez que Díaz Ayuso, quien no habla para Madrid sino para toda España, hace apología de reducir la ciudad a un decorado turístico al que vienes a gastar y en el que solo puedes quedarte si produces lo suficiente: queremos vivir con dignidad en las ciudades, no irnos.

Venga, ahora en serio: ¿alguien cree de veras que los de la corbata cara no van a ir a por los pueblos cuando acaben con las urbes? No seamos tan ingenuos, por favor.

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Vete a vivir al pueblo, pordiosero

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12.03.2024

12/03/202411/03/2024 La Plaza de España de Sevilla. Pixabay.

¿No puedes pagar el alquiler en tu ciudad? Pues te jodes y te vas a vivir a un pueblo, muerto de hambre.

Cada semana sale una noticia nueva de cómo mi ciudad, tu ciudad o la ciudad de otro se uberiza o se precariza o se sumerge en otro nuevo palabro que viene a decir que los parásitos de corbata cara se la están quedando. Por ejemplo, estos días nos cuenta Diego Casado en el medio hiperlocal SomosMadrid que, en la capital, solo 277 de los más de 24.000 pisos turísticos en activo tienen licencia para ejercer como tal. Un 1’1%, vaya.

También en la capital, pues aquí queremos ser los amos hasta de lo malo, escuchábamos hace un par de días a la presidenta de nuestra región hacer apología de la hostelería abierta 24 horas; una apología que habla – como siempre – de que los trabajadores curren hasta que el que se lleva las pelas se harte de llevárselas, pero que ni se molesta en lanzar un recuerdito a los que cobran el SMI.

No desvelo el secreto de la Coca-Cola cuando digo que las ciudades, desde la capital de una provincia........

© Público


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