Estamos en plena época de las comisiones espurias, o mejor, en sacar a relucir con luz y taquígrafos, en sendas comisiones en Congreso y Senado, los más recónditos y morbosos detalles de las mismas.

Cualquier abogado o jurista en general se ha familiarizado con la institución de la comisión, variedad del concepto más amplio: el mandato, regulado en el código civil, por el que “una persona se obliga a prestar algún servicio o hacer alguna cosa por cuenta o encargo de otra”.

La comisión, sin embargo, tiene un carácter mercantil por referirse a operaciones de comercio y ser comerciante alguno de sus integrantes. A diferencia del mandato que, salvo pacto en contrario, es gratuito, la comisión es retribuida. Esta pequeña síntesis nos aclara el tema jurídico, aunque se trata sin duda de algo muy conocido empíricamente por el público en general.

La comisión mercantil y su pariente próxima, la agencia del Derecho anglosajón, sola o con su apoyo en la extensa casuística fiduciaria, es una herramienta de primer orden en los negocios y el comercio internacionales. Su amplia difusión en las operaciones privadas le aleja, sin embargo, normalmente de los focos mediáticos.

Existen, no obstante, coyunturas o situaciones en que esta actividad, que puede ser muy lucrativa, salta a las primeras páginas de la prensa y los medios en general. Se trata entonces de noticias referentes a suculentas sumas monetarias percibidas por personas físicas o sociedades, algunas incluso miembros de monarquías reinantes, y sin conocimientos especiales sobre la mercancía intermediada, que ejercen con desparpajo el oficio de comisionistas.

Es típica su aparición en circunstancias de alarmante escasez de algo importante, imposibilidad de suministro por los canales habituales, alarma social o ausencia de los controles administrativos habituales. Estos personajes, ventajistas y desaprensivos, con buenas conexiones con el poder y absoluta carencia de cualquier escrúpulo, aprovechan la necesidad para hacer de las suyas obteniendo remuneraciones exorbitantes que provocan escándalos e indignaciones populares.

Hay, sin embargo, ocasiones en que no es preciso que nos encontremos en catástrofes naturales o provocadas, ni en guerras de invasión o defensivas, sino que lo que se propugna es una agresión pura y dura para la que hay que recabar ayudas y contar con recursos materiales, humanos, financieros, diplomáticos o de otro tipo, para el mejor éxito de la empresa en cuestión. En tales eventualidades la utilización de una red de agentes o comisionistas estratégicamente situados es de interés crucial.

Así, el patriarca del libre mercado, Adam Smith, en su mítica obra La Riqueza de las Naciones, al hablar de las causas del enriquecimiento económico de las ciudades italianas en los siglos XI al XIII se refiere al desarrollo las Cruzadas de esta manera: “Los grandes ejércitos que de todas partes enviaba Europa a la conquista de Tierra Santa dieron mucho fomento a la Marina de Venecia, Génova y Pisa que les abastecían de todo y transportaban en sus buques. Estas ciudades eran en cierto modo, según Condorcet, los comisionistas de las Cruzadas”.

Es obvio que con motivo de la pasada pandemia se han dado numerosos casos de aprovechamiento inmisericorde de la necesidad de mascarillas, obteniéndose pingües beneficios por oscuros comisionistas. Los casos como el del Ayuntamiento de Madrid y la pareja de comisionistas aficionados, el noble y su lacayo listo, típicos pícaros quevedescos, en el suministro de mascarillas con márgenes astronómicos son bien expresivos.

La trama de Koldo y sus relaciones con algunas comunidades autónomas, también por mascarillas, y el compañero sentimental de alguna líder del PP, con su súbita e insólita riqueza, actualmente en investigación, todos son exponentes del uso y abuso de la institución del comisionista para un enriquecimiento meteórico e injusto.

Con tales ejemplos no es extraño que hasta los niños puedan contestar al preguntarles qué quieren ser de mayores, en vez de ser futbolista, astronauta o bombero, digan que quieren ser ¡comisionista! Después de todo no hay más que ventajas al elegir tal profesión: nada de codos, notas, grados, masters u oposiciones. ¡Barra libre! Buenas conexiones, estar atentos al negocio, amiguetes en altas esferas y sobre todo ¡falta de escrúpulos! Y a vivir…

QOSHE - El irresistible encanto de las comisiones - Fco. Javier Aramendia Gurrea
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El irresistible encanto de las comisiones

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24.04.2024

Estamos en plena época de las comisiones espurias, o mejor, en sacar a relucir con luz y taquígrafos, en sendas comisiones en Congreso y Senado, los más recónditos y morbosos detalles de las mismas.

Cualquier abogado o jurista en general se ha familiarizado con la institución de la comisión, variedad del concepto más amplio: el mandato, regulado en el código civil, por el que “una persona se obliga a prestar algún servicio o hacer alguna cosa por cuenta o encargo de otra”.

La comisión, sin embargo, tiene un carácter mercantil por referirse a operaciones de comercio y ser comerciante alguno de sus integrantes. A diferencia del mandato que, salvo pacto en contrario, es gratuito, la comisión es retribuida. Esta pequeña síntesis nos aclara el tema jurídico, aunque se trata sin duda de algo muy conocido empíricamente por el público en general.

La comisión mercantil y su pariente próxima, la agencia del Derecho anglosajón, sola o con su apoyo en la extensa casuística fiduciaria, es una herramienta de primer orden en los negocios y el comercio internacionales. Su........

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