Estamos invadidos por memos. En la acepción de Umberto Eco, esa legión de idiotas que ahora sientan cátedra en las redes sociales cuando antes solo farfullaban en el bar con un vaso de vino en la mano y eran silenciados rápido sin dañar a la comunidad. Lo peor es que mucho cretino de tasca mora hoy en las instituciones, propalando mentiras necias desde púlpitos donde la verdad se tergiversa a golpe de obsceno argumentario partidista de ocasión.

Casi 18.000 muertos después, 8.000 menores, no asistimos horrorizados a una guerra en Gaza entre Israel y Hamás sino a la ofensiva final del sionismo colonialista que ideó el Estado judío en Palestina, materializado a partir de 1948 con la inicial apropiación bélica del 78% de aquella tierra y la expulsión del 80% de sus habitantes. Una limpieza étnica, que hoy persiste como apartheid con particular crudeza en el resto de los territorios ocupados en 1967 pese a que la ONU exigió la salida inmediata de la quinta potencia militar mundial, invasora de un pueblo sin Estado ni ejército. Con el matiz nada baladí de que Hamás, partido integrista surgido en 1987 como antagonista de la OLP –con la complacencia de Israel hasta que creó una facción armada–, no opera en Cisjordania ni Jerusalén y sin embargo las tropas hebreas no cejan en el asesinato y el encarcelamiento de civiles, el desalojo forzoso de casas y la destrucción de infraestructuras. Mientras en Gaza se ha convertido en diana a los servicios sanitarios y las escuelas, con el añadido de un cerco criminal que ha dejado a aquella pobre gente sin alimentos, agua, luz, ni carburante. Ante la brutalidad no cabe la equidistancia. Pues, como dejó bien dicho el Nobel Desmond Tutu, “permanecer neutral ante la injusticia es optar por el opresor”.

Como injusto resulta, ya por estos lares, repartir culpas entre PSOE y PP por la flagrante caducidad de cinco años del CGPJ. Sencillamente, la derecha incurre en la insumisión a la Constitución para mantener su hegemonía en el tercer poder del Estado de acuerdo a la extinta mayoría parlamentaria de Rajoy. Así que la apelación a la independencia judicial es un chiste, más tratándose de una sigla que se jactó de controlar el Tribunal Supremo “desde atrás”, como constituye un burdo ardid condicionar la renovación a un nuevo método de elección. Al margen de que una designación exclusiva a cargo de los jueces consolidaría de facto una mayoría conservadora por la extracción social preeminente de la magistratura.

Podemos tampoco se marcha al grupo mixto del Congreso por coherencia política sino porque Montero no sigue de ministra de Igualdad y ahora pretende negociar sus cinco votos por el afán partidista de visibilizarse ante las elecciones europeas. Sin más capacidad que la de amagar pues la alternativa es agregarse a PP y Vox, el suicidio total. Congruente hubiera sido en todo caso someter al criterio de los inscritos la fractura parlamentaria de Sumar como hizo con el aval a la propia coalición y a la investidura de Sánchez. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.