Twitter se ha convertido en una bacinilla donde demasiado anormal vierte todos sus complejos en forma de provocaciones, insultos y amenazas; de ahí que la conversación constructiva de LinkedIn gana fidelidad entre las redes no enfocadas al ocio. Ese vomitorio, del que participan con gusto ciertos medios tradicionales, ha funcionado a pleno rendimiento esta semana con la actriz Itziar Ituño como diana por su concurso destacado en la última manifestación por una política penitenciaria ordinaria para los presos de ETA. Para qué quieren más los fanáticos de guardia.

Al margen de lo que nos parezca a cada cual esa movilización concreta –por otra parte legal– y el colectivo concernido –lógicamente objeto de fobias por sus deplorables antecedentes–, este caso de persecución individualizada acredita de forma descarnada cómo la cultura democrática se ve cercenada por una cultura del odio en expansión. Cuando la convivencia democrática se sustenta precisamente sobre la tolerancia aun desde la absoluta divergencia, más allá del respeto a las minorías, en especial a las más desfavorecidas. Y en el marco de una democracia garantista la libertad de expresión constituye un derecho sacrosanto, con las solas limitaciones de la injuria y la intimidación, que por cierto no mediaron en la manifestación de referencia, como tampoco el enaltecimiento del terrorismo tal cual tipificado. Luego está, como consecuencia del griterío y el pavor al boicot, la reacción de los patrocinadores que han cortado su vínculo con Ituño desde la constatación de que un referente publicitario controvertido daña la marca. El mismo derecho les asiste que a la actriz a manifestarse –literal– como se le antoje, igual que ya hizo en el pasado contra la dispersión de los presos de ETA.

Elevando el foco, nos sobreviene como sociedad presuntamente racional una aberración garrafal que no debería anidar en las nuevas generaciones. Consistente en aplicar al consumo cultural un sesgo partidario más que político y además permanente, como si un artista no te pudiera gustar aunque no piense como tú. De hecho, el valor esencial e intrínseco de los artistas reside en su capacidad para nutrir intelectos y suscitar emociones con su actividad, pues resultan un medio para excitar y hasta perturbar a terceros de condiciones diversas. Justo lo contrario que representa la cultura de la cancelación al alza para entronizar la cultura de los exclusivamente míos, una dinámica reduccionista y a la postre alienante cuando se trataría de abrir las meninges, de aproximarse a otras perspectivas e incluso de modular opiniones propias.

Claro que también cabe advertir contra la ley del embudo –lo ancho para nosotros y lo estrecho para el resto–, la doble vara de medir de toda la vida. Porque los voraces linchadores de Ituño demuestran similar intransigencia, pero de signo opuesto, que quienes hace no tanto escupían –y no sólo metafóricamente– a integrantes de Gesto por la Paz concentrados contra la violencia de persecución. Las dos caras del sectarismo siempre atroz. Siempre.

QOSHE - Mesa del Director: Ituño y los escupidores - Víctor Goñi
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Mesa del Director: Ituño y los escupidores

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21.01.2024

Twitter se ha convertido en una bacinilla donde demasiado anormal vierte todos sus complejos en forma de provocaciones, insultos y amenazas; de ahí que la conversación constructiva de LinkedIn gana fidelidad entre las redes no enfocadas al ocio. Ese vomitorio, del que participan con gusto ciertos medios tradicionales, ha funcionado a pleno rendimiento esta semana con la actriz Itziar Ituño como diana por su concurso destacado en la última manifestación por una política penitenciaria ordinaria para los presos de ETA. Para qué quieren más los fanáticos de guardia.

Al margen de lo que nos parezca a cada cual esa movilización concreta –por otra parte legal– y el colectivo concernido –lógicamente objeto de fobias por sus deplorables antecedentes–, este........

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