Los buenos gobernantes siempre procurarán orientar la política exterior de un Estado buscando lo mejor para su país y sus habitantes.

No obstante, en la diplomacia de los Estados, existen siempre dos formas y dos estilos de diseño de política exterior a partir de los cuales podríamos clasificarlos en dos grupos. Por un lado, están los países que guían su política exterior de acuerdo con sus intereses. Se caracterizan por una diplomacia pragmática y realista. Por el otro, los que definen su diplomacia y relaciones en función de afinidades ideológicas, incluso al margen de sus genuinos intereses.

La primera corriente, la diplomacia pragmática y realista, diseña su política exterior —en algunos casos incluso, las definen como políticas de Estado— de acuerdo con los intereses nacionales. Es la política exterior subordinada a los intereses del país. Esta corriente sigue los postulados de la escuela realista de las relaciones internacionales, dicho sea de paso, de gran trascendencia en el ámbito académico y político.

Esta escuela parte de la idea de que, en la política internacional, todos los Estados ordenan sus acciones en estricto apego a sus intereses. Todos ellos tratarán de obtener el mayor y mejor provecho posible en sus relaciones con el resto del mundo y con cada uno de los Estados.

Ahora, claro, cuando todos van en búsqueda de sus intereses, el conflicto es inevitable. De ahí que el escenario internacional es estructuralmente anárquico y caótico. Fundamentalmente, por la ausencia de una autoridad superior y reglas de juego vinculantes. No sucede lo mismo en el escenario local, pues ahí tenemos esa autoridad superior plasmada en el Estado; en el temido “Leviatán”.

En el escenario internacional, entonces, prima la ley de la selva, la ley del más fuerte, por lo que la guerra se hace inevitable, convirtiéndose en una constante. La guerra sería, como sostienen los “realistas”, una prolongación de la política.

Pues bien, cuando todo se guía por la máxima de los intereses, no es complicado discernir cuáles son tus amigos y quienes, tus enemigos. No es raro, en consecuencia, que tus enemigos, de acuerdo con la dinámica de los intereses, se conviertan en tus mejores amigos, y viceversa. George Busch, expresidente de EEUU, resumía así, esta pragmática política exterior: “EEUU no tiene amigos, tiene intereses”. La definición de alianzas y relaciones estratégicas, en gran medida, se guía por los cálculos y los intereses.

La segunda corriente de política exterior es contraria a los postulados del realismo político internacional; propugna, más bien, una política exterior subordinada a la ideología. La ideología desplaza y reemplaza a los intereses. Las alianzas y relaciones estratégicas se definen en función de las posiciones ideológicas de los líderes y gobiernos de turno. Los alineamientos son de carácter ideológico.

Como ejemplo, entre los Estados con políticas exteriores ideologizadas tenemos a los que proclaman discursos “antimperialistas” y “anticolonialistas”. Estos Estados forman una suerte de “resistencia ideológica” con un entramado de alianzas antihegemónicas, como las que construyó Hugo Chaves en la primera década del presente siglo, en el auge del “socialismo del siglo XXI”.

En ese contexto Bolivia, desde el 2006, adoptó una política exterior guiada más por las preferencias ideológicas. Priorizó sus relaciones con Cuba, Venezuela, Nicaragua, China, Rusia e Irán. Esta política, altamente ideologizada, que se denominó “Diplomacia de los pueblos”, promovió alineamientos con la ALBA, la Celac y Unasur, cuando, de acuerdo con los intereses nacionales, la estratégica posición geográfica y objetivos comerciales del país, debió fortalecer sus relaciones con organizaciones como la Aladi, CAN y Mercosur.

Si hacemos un balance de esa política exterior ideologizada, los resultados, obviamente, son catastróficos. Vean ustedes, ¿qué beneficios trajo para el país, formar parte de la ALBA y de la Celac? Si comparamos con los beneficios que podría conllevar nuestro ingreso y adhesión plena al Mercosur; absolutamente ninguno.

¿Qué beneficios logra Bolivia al estrechar sus vínculos con Rusia e Irán? A lo mejor los beneficios son solo para los gobernantes de turno, pero nunca, en ningún caso, para el país.

La diplomacia del país, abandonando esa perniciosa política ideologizada, tendría que cambiar de rumbo hacia una política exterior más pragmática que nos asegure desarrollo, recuperación económica, seguridad, estabilidad y, sobre todo, una mejora de los ingresos y la calidad de vida de todos los bolivianos. En ese sentido, cabe saludar el ingreso pleno de Bolivia al Mercosur.

QOSHE - La política exterior ideologizada - Rolando Tellería A.
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La política exterior ideologizada

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10.12.2023

Los buenos gobernantes siempre procurarán orientar la política exterior de un Estado buscando lo mejor para su país y sus habitantes.

No obstante, en la diplomacia de los Estados, existen siempre dos formas y dos estilos de diseño de política exterior a partir de los cuales podríamos clasificarlos en dos grupos. Por un lado, están los países que guían su política exterior de acuerdo con sus intereses. Se caracterizan por una diplomacia pragmática y realista. Por el otro, los que definen su diplomacia y relaciones en función de afinidades ideológicas, incluso al margen de sus genuinos intereses.

La primera corriente, la diplomacia pragmática y realista, diseña su política exterior —en algunos casos incluso, las definen como políticas de Estado— de acuerdo con los intereses nacionales. Es la política exterior subordinada a los intereses del país. Esta corriente sigue los postulados de la escuela realista de las relaciones internacionales, dicho sea de paso, de gran trascendencia en el ámbito académico y político.

Esta escuela parte de la idea de que, en la política internacional, todos los Estados ordenan sus acciones en estricto apego a sus........

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