Dice la prensa que la mayoría de los votantes socialistas y comunistas creen que la Constitución ya no es válida. Bien elegido en este caso el verbo creer, ya que de la creencia a la opinión va largo trecho, el que separa la reflexión personal del contagio colectivo. Porque las masas, incapaces de crear sus propias opiniones, se limitan a repetir las que otros han elaborado para ellas. Y larga y concienzuda elaboración es la que han hecho los partidos de izquierda, principales beneficiarios del sistema instituido por una constitución de la que ahora, tras haberla disfrutado, exprimido, jugado y desobedecido a placer, se han aburrido y pretenden sustituir por un juguete nuevo.

Décadas lleva la izquierda denunciando la obsolescencia de la Carta Magna. Pero lo interesante es que no pretenden cambiarla para conseguir objetivos izquierdistas, sino separatistas. Desde hace décadas, la izquierda no pierde oportunidad de insistir en los principios que añoran para una futura constitución: federalismo, nación de naciones, autodeterminación, confederación, multinacionalidad… Y las reivindicaciones izquierdistas, ¿para cuándo?

No es de extrañar, pues, que tras tanta insistencia las masas hayan acabado absorbiendo todo eso por ósmosis y creyendo que son ellas las que han llegado a la voluntad reformadora por su propia reflexión.

El de la Constitución de 1978 es un caso ejemplar de obsolescencia programada, puesto que en su propio articulado lleva el germen de su autodestrucción. Basta con recordar el artículo 150.2, ése que, tras la enumeración de las competencias exclusivas del Estado, establece que también ellas pueden ser transferidas a las comunidades autónomas. ¡Un Estado diseñado para vaciarse paulatina e incesantemente de contenido! Sorprendente resulta que haya podido sobrevivir hasta ahora.

Demasiado larga sería la enumeración de los artículos constitucionales quebrantados sistemáticamente por todos los gobiernos, tanto de la izquierda como de la derecha, artículos tan importantes como los proclamadores de la separación de poderes, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, el derecho a usar la lengua española, la seguridad jurídica, la sujeción de los poderes públicos al ordenamiento jurídico y tantos más. Todo ello papel mojado, como se ha demostrado mil veces.

El resultado es la grave crisis constitucional en la que se encuentra hoy España, provocada por una alianza izquierda-separatismos que proclama la constitucionalidad de unos actos dirigidos a la voladura de la propia Constitución. La verdad es que cada día se hace más difícil llevarles la contraria: si el tribunal establecido para salvaguardar el texto constitucional ha sido impotente para hacerlo cuando todavía le quedaban ganas y hoy es elemento fundamental de su desguace, poco o nada queda para salvar del naufragio.

Por eso resulta tediosamente enternecedora la obstinación de muchos que, de buena fe, siguen aferrándose a la Constitución por considerarla el instrumento para resolver nuestros males nacionales cuando ha sido su principal causante. ¿Qué más evidencias necesitan?

Por otro lado, aunque hoy yace ajado y polvoriento en el desván de los tratos inútiles, hace no muchos años que el asustadizo PP puso de moda el concepto habermasiano del patriotismo constitucional por considerarlo el antídoto contra los separatismos. Pero pretender que a la fe patriótica de los separatismos se la puede vencer enarbolando un frío texto legal es tan eficaz como pretender detener el ataque de un león explicándole in extremis las virtudes de un régimen vegetariano.

¿Lo único en lo que consiste España es la Constitución de 1978? ¿Lo único que nos une a los españoles es la sujeción a un mismo Código Penal o la común obligación de pagar impuestos a Hacienda? ¿España es tan solo, como han dicho algunos, un espacio de derechos? ¿No es España una comunidad humana nacida y unida por siglos de historia? ¿No existen vínculos culturales y afectivos que explican y demuestran el hecho nacional español? ¿No es España un inmenso legado que merece ser conservado por encima de constituciones que vienen y van?

Confundir España –o cualquier otra nación– con un ordenamiento jurídico vigente en un momento dado es como considerar que una comunidad de vecinos es el texto estatutario en el que se establecen las aportaciones dinerarias, el quórum de las reuniones y el cambio periódico de jefe de escalera. Pero los vecinos viven en los pisos, en la urbanización, en la comunidad, no en los estatutos que la regulan.

Nuestra Carta Magna ha demostrado su ineficacia y su impotencia; y su fragilidad ante quienes la interpretan y aplican según sus necesidades partidistas. Might makes right, la fuerza crea el derecho, dicen con insuperable elegancia los ingleses. Así ha sido desde el alba de la Humanidad, pero en la lamentable España de hoy no se trata de la fuerza irresistible de un ejército vencedor, sino de la minoría izquierdista en alianza con unos aún más minoritarios separatistas que no pararán hasta verla destrozada.

¿A qué se aferrarán los denominados constitucionalistas cuando la Constitución haya sido reformada o dinamitada para satisfacer a los enemigos de España?

Es lamentable, y probablemente llegue a ser trágico, pero ya no hay margen de maniobra: Delenda est Constitutio. ¡Pero ojo!, porque sólo un segundo más tarde llegará el Delenda est Monarchia.

Y vuelta la burra al trigo.

www.jesuslainz.es

QOSHE - 'Delenda est Constitutio' - Jesús Laínz
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'Delenda est Constitutio'

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09.12.2023

Dice la prensa que la mayoría de los votantes socialistas y comunistas creen que la Constitución ya no es válida. Bien elegido en este caso el verbo creer, ya que de la creencia a la opinión va largo trecho, el que separa la reflexión personal del contagio colectivo. Porque las masas, incapaces de crear sus propias opiniones, se limitan a repetir las que otros han elaborado para ellas. Y larga y concienzuda elaboración es la que han hecho los partidos de izquierda, principales beneficiarios del sistema instituido por una constitución de la que ahora, tras haberla disfrutado, exprimido, jugado y desobedecido a placer, se han aburrido y pretenden sustituir por un juguete nuevo.

Décadas lleva la izquierda denunciando la obsolescencia de la Carta Magna. Pero lo interesante es que no pretenden cambiarla para conseguir objetivos izquierdistas, sino separatistas. Desde hace décadas, la izquierda no pierde oportunidad de insistir en los principios que añoran para una futura constitución: federalismo, nación de naciones, autodeterminación, confederación, multinacionalidad… Y las reivindicaciones izquierdistas, ¿para cuándo?

No es de extrañar, pues, que tras tanta insistencia las masas hayan acabado absorbiendo todo eso por ósmosis y creyendo que son ellas las que han llegado a la voluntad reformadora por su propia reflexión.

El de la Constitución de 1978 es un caso........

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