Por entonces lucía una larga melena; aquel día, la cubrió con un amplio sombrero, llevaba unos pantalones anchos, un calcetín rojo y otro azul. Era el dos de agosto de 1971 y David Bowie acudía por primera vez a la famosa Factory para conocer a Andy Warhol, a quien idolatraba. Compuso una canción para aquella ocasión y actúo para él. Warhol se mostró inexpresivo, al parecer no le gustó. Sin embargo, quedó prendado, embriagado, con los zapatos de Bowie: un fetiche que singularizó el momento en el que aquellos dos grandes artistas se conocieron. Qué duda cabe que los estilismos del Duque Blanco marcaron su arrolladora y creativa personalidad, pero la esencia de su talento estaba en la música, en sus canciones. De la misma forma que, más allá de la introvertida y extravagante personalidad de quien fue capaz de hacernos vibrar con el diseño de un bote de sopa de tomate, del fetichista que se prendó de unos zapatos, había un gran artista. La estética puede entusiasmarnos en algún momento, es normal. El problema es cuando las formas, la apariencia, sobrepasa a la esencia de las cosas.

Decae una sociedad si quiebran los valores que sustentan el alma de la democracia. ¿Qué mayor aspiración podemos tener que la de vivir en libertad y ser felices? La felicidad es a la sociedad lo que la ética a la política. Ya nos hablaron de ello hace muchos años Séneca y Aristóteles, respectivamente. «Busquemos algo bueno, no en apariencia, sino sólido y duradero, y más hermoso por sus partes escondidas; descubrámoslo (…)», dijo el primero en ese breve ensayo sobre la felicidad que de vez en cuando está bien leer. La historia, lamentablemente, se ha caracterizado en demasiadas ocasiones por los totalitarismos, por regímenes políticos impregnados de inhumanidad, generadores de un enorme dolor. Es de ahí que nace la fuerza para mantener indemne el menos malo de los sistemas, el que nos ha permitido ser libres, progresar como sociedad y evolucionar en la propia condición humana. En estos tiempos de luces y sombras, defender la democracia es una proeza.

Tanto es así que desconcierta ver cómo la política se practica desde algunos ángulos en términos de excesiva apariencia, de simbolismo exacerbado que alimenta posiciones casi fanáticas. De fetichismo político. Lo vimos con el auge del fascismo a principios del siglo pasado y lo estamos viendo ahora con la extrema derecha populista. Aquello que ya explicó el filósofo Walter Benjamin en el ensayo La obra de arte en la época de su reproductividad técnica, en el sentido de cómo la estética política era capaz de penetrar en las masas a través de la simbología, de las emociones; cómo la reproducción o falsificación de una obra transgrede el ‘aura’ de la originalidad. Cuando piensas en ello y relees textos así, es inevitable tener la sensación de que vivimos en la modernidad del primer tercio del S.XXI como si fuera el del S.XX: un fascismo renovado que mantiene la esencia en cuanto a sus peores postulados, utilizando nuevas formas estéticas, nuevas transgresiones en el uso del lenguaje y que cuenta con la infinita amplitud del ciberespacio para hacer volar el mensaje.

No nos equivoquemos con la apariencia de las cosas. Los zapatos de David Bowie eran muy originales, como él mismo lo fue. Pero su ingenio iba mucho más allá de la estética. También la política es algo más que la forma en la que se ensalza o se difunde. No perdamos de vista dónde están y cuáles son los valores que configuran la esencia de la democracia.

QOSHE - No todo es la estética - Fernanda Escribano
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No todo es la estética

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24.12.2023

Por entonces lucía una larga melena; aquel día, la cubrió con un amplio sombrero, llevaba unos pantalones anchos, un calcetín rojo y otro azul. Era el dos de agosto de 1971 y David Bowie acudía por primera vez a la famosa Factory para conocer a Andy Warhol, a quien idolatraba. Compuso una canción para aquella ocasión y actúo para él. Warhol se mostró inexpresivo, al parecer no le gustó. Sin embargo, quedó prendado, embriagado, con los zapatos de Bowie: un fetiche que singularizó el momento en el que aquellos dos grandes artistas se conocieron. Qué duda cabe que los estilismos del Duque Blanco marcaron su arrolladora y creativa personalidad, pero la esencia de su talento estaba en la música, en sus canciones. De la misma forma que, más allá de la introvertida y extravagante personalidad de quien fue capaz de hacernos vibrar con el diseño de un bote de sopa de tomate,........

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