Ella le espera en la terraza de una cafetería, lo ha citado porque necesita tener una conversación muy importante. Él llega sin demora y muy serio, con la angustia de quién no sabe a qué se va a enfrentar. Se sienta, lo mira a los ojos y le desvela el motivo de la cita: pedirle con contundencia que deje de decir delante de los amigos que es feminista, porque no lo es. A partir de ahí, todo el diálogo transcurre en torno a si es o no feminista; él se defiende con vehemencia, ella le rebate con argumentos del día a día, de la vida de una pareja con hijos, de lo cotidiano. Se trata de La loca y el feminista, uno de los cinco cortometrajes de ficción que competirán por un Goya. Sostener una postura es humano, hacerlo con mayor o menor razón es otra cosa. Trece minutos son los que dura el corto dirigido por Sandra Gallego; suficientes para evidenciar una realidad de lo más común: que él no es feminista, «en todo caso lo intenta ser». La mejor forma de defender el feminismo es ejerciéndolo. No hay teoría sin práctica y viceversa.

Que la igualdad es un principio básico de la democracia, es evidente. Que es imposible disociar la democracia de la Constitución, también. Que ambas cosas deben bailar al unísono con la sociedad, además. Con cuarenta y cinco años recién cumplidos, no cabe duda de la impronta que ya ha dejado nuestra Constitución para la historia y de su contribución a la modernización social. Lo que no quiere decir que el círculo esté cerrado, que se haya escrito con un punto y final.

Cómo olvidar aquel programa de cocina de mediados de los ochenta y la sintonía de la canción con las voces de Gloria Van Aerssen y Joaquín Sabina: siempre que vuelves a casa/me pillas en la cocina/embadurnada de harina/con las manos en la masa/niña, no quiero platos finos/que vengo del trabajo/y no me apetece pato chino… Desde luego, hoy sería impensable que un programa de televisión abriera con una letra así. Pero entonces, era lo normal. Porque lo normal era que la mayoría de mujeres aún estaban en las tareas del hogar y la crianza de los hijos. Hoy, una mujer cita a su pareja en una cafetería para poner negro sobre blanco en la distribución del quehacer diario y pedirle que no presuma de ser feminista porque no lo es, en todo caso, lo intenta ser. Como en el cortometraje. Aunque queda mucho camino por andar, el avance social es evidente y, sin duda, la democracia algo tiene que ver.

En defensa de los ociosos es un breve ensayo de Robert Louis Stevenson que habla de apreciar las pequeñas cosas de la vida, de saborearla. Una coartada al ocio invitando a la reflexión de lo más simple para conquistar lo más complejo: la cumbre de la felicidad. «Quien haya contemplado con frecuencia la pueril satisfacción que sienten otras personas por sus aficiones verá las propias con una indulgencia irónica. No se le escuchará entre los dogmáticos. Mostrará una gran y serena tolerancia con toda suerte de personas y opiniones. Puede que no descubra verdades extraordinarias, pero tampoco se identificará con apasionadas falsedades». La política también es un poco eso: pequeñas realidades, el día a día, el aplomo hacia lo ajeno sin grandes verdades ni apasionadas falsedades, practicar la tolerancia. Recientemente, se viene defendiendo la Constitución como si se encontrara ante su último aliento. Es cierto que, preservarla de posibles amenazas es una obligación sin condiciones. La cuestión de fondo es si tales amenazas lo son en realidad o en la configuración de un marco pernicioso; lo cual, sí podría acabar siendo un verdadero riesgo. La mejor forma de reivindicar la Constitución es ejercitándola. Y, aunque el contexto político actual -tan impregnado de confrontación y altas dosis de populismo- impide que se pueda hablar con rigor de una posible reforma constitucional, en algún momento se tendrá que abordar. Porque la sociedad como entidad que avanza, se transforma constantemente y aspira a la felicidad, lo acabará impulsando. Dar la espalda a todo ello, también es una forma de practicar el negacionismo. Entre aquella canción del programa de cocina de la década de los ochenta y el cortometraje La loca y el feminista han pasado muchos años. Pero, qué duda cabe, que ambas son muestras de distintas realidades sociales dentro del mismo marco constitucional. No hay teoría sin práctica y viceversa.

QOSHE - El feminista y la Constitución - Fernanda Escribano
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El feminista y la Constitución

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09.12.2023

Ella le espera en la terraza de una cafetería, lo ha citado porque necesita tener una conversación muy importante. Él llega sin demora y muy serio, con la angustia de quién no sabe a qué se va a enfrentar. Se sienta, lo mira a los ojos y le desvela el motivo de la cita: pedirle con contundencia que deje de decir delante de los amigos que es feminista, porque no lo es. A partir de ahí, todo el diálogo transcurre en torno a si es o no feminista; él se defiende con vehemencia, ella le rebate con argumentos del día a día, de la vida de una pareja con hijos, de lo cotidiano. Se trata de La loca y el feminista, uno de los cinco cortometrajes de ficción que competirán por un Goya. Sostener una postura es humano, hacerlo con mayor o menor razón es otra cosa. Trece minutos son los que dura el corto dirigido por Sandra Gallego; suficientes para evidenciar una realidad de lo más común: que él no es feminista, «en todo caso lo intenta ser». La mejor forma de defender el feminismo es ejerciéndolo. No hay teoría sin práctica y viceversa.

Que la igualdad es un principio básico........

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