Como muchos de los domingos en que la liga de fútbol –esa simpática e irrelevante competición de evasores fiscales sin la secundaria acabada que entretiene los fines de semana del esforzado contribuyente– copa docena y media de la veintena de tendencias en redes sociales, ayer brotaron un par de cisnes negros completamente inesperados, alejados de la actualidad y sin otro motor que el capricho. Uno fue “idiota”, sabe dios por qué pero seguro con razón. El otro fue “Fido Dido”, la posmoderna mascota de 7-Up, y el único motivo por el que activó a tantos sujetos digitales fue que su popularidad fue tan intensa como efímera.

Un usuario de Twitter, César Bustamante (@cesart01), técnico multimedia en el Centro de Formación de Nuevas Tecnologías de la Universidad de Cantabria, según consta en su biografía, reprodujo un dibujo del célebre joven larguirucho prometiendo que si sabías su nombre, estabas “más cerca de la jubilación de lo que piensas”. Una promesa vana, porque Fido Dido, creado en 1985, comenzó a hacerse conocido después de que sus creadoras, Joanna Ferrone y Sue Rose, llegaran en 1988 a un acuerdo con Pepsico para que fuera la imagen de la citada bebida. La campaña cuajó, pero a la vez su decidido aspecto ochentero la hizo caduca, de modo que antes del cambio de siglo había pasado, en términos de reputación, a mejor vida.

Al margen del optimista cálculo de los años (si el apogeo de la fama de Fido Dido fue a mediados de los noventa, cualquier millennial lo identificará sin problema, bien a pesar de que le faltará no menos de un cuarto de siglo para jubilarse), su súbita desaparición de los spots televisivos, de las prendas y complementos de moda y de otros productos de ocio –llegó a tener hasta videojuegos– explica su valor como hito generacional. Esta cuestión es central, porque explica que el preámbulo de olvido es requisito indispensable de la nostalgia. Nadie extraña la Coca-Cola ni a James Bond porque nunca se han ido a ninguna parte.

Que el olvido sea condición previa del dolor melancólico también habla de la veleidosa naturaleza de los afectos, pues significa que el requisito de nuestra romantización exige un desdén y un abandono anteriores. Añorar reclama aguas arriba poner fin a la frecuentación, para que la memoria –tan afanada e imaginativa en sus trabajos de restauración recreativa como un equipo de curadores de museo– haga sus trabajos de embellecimiento y maquillaje de aquello que fue siempre más prosaico y rutinario de lo que estamos dispuestos a admitir ante nosotros.

Nos alegra ver a Fido Dido, como a los afectos de entonces, pero ni a uno ni a los otros los hemos echado el falta. Solo activan un recuerdo falsario y endulzado. Pero la sonrisa nos la planta en la cara la rememoración de aquel que fuimos, al que tanto quisimos, y no la de los amigos de entonces, que solo son el vehículo proustiano para llegar a él: Fido Dido no mola, molaba yo con su camiseta.

QOSHE - Olvidar a Fido Dido para añorarlo - Pedro Vallín
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Olvidar a Fido Dido para añorarlo

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19.02.2024

Como muchos de los domingos en que la liga de fútbol –esa simpática e irrelevante competición de evasores fiscales sin la secundaria acabada que entretiene los fines de semana del esforzado contribuyente– copa docena y media de la veintena de tendencias en redes sociales, ayer brotaron un par de cisnes negros completamente inesperados, alejados de la actualidad y sin otro motor que el capricho. Uno fue “idiota”, sabe dios por qué pero seguro con razón. El otro fue “Fido Dido”, la posmoderna mascota de 7-Up, y el único motivo por el que activó a tantos sujetos digitales fue que su popularidad fue tan intensa como efímera.

Un usuario de Twitter, César Bustamante (@cesart01), técnico multimedia en el Centro de Formación de........

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