El miedo y el odio son las más potentes emociones humanas. Están vinculadas porque se retroalimentan. Cuando se siente miedo, el otro deja de existir en si y se convierte en una amenaza de la que hay que protegerse y, si es posible, destruir para estar a salvo. La historia de la humanidad está marcada por la violencia, enraizada en el miedo y alimentada por el odio.

Cada nuevo episodio de esa eterna tensión valida el sentimiento y justifica la violencia en la mente de los sujetos del conflicto. Por eso, el conflicto palestino-israelí ha persistido 74 años sin vías aparentes de solución. Claro que las estrategias geopolíticas de actores diversos han agravado las contradicciones y lo han hecho cada vez más irresoluble.

El sentimiento de culpabilidad de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, y aún más el de los perdedores, ante el horror de un Holocausto del que fueron víctimas seis millones de judíos y de personas estigmatizadas por el nazismo (franquismo-División Azul en nuestro país) derivó en una solución neocolonial. Expulsando a los árabes de las tierras que habitaron durante dos milenios para hacer sitio a los judíos, que necesitaban una patria.

Y cuando los países árabes perdieron la primera guerra no integraron a los refugiados (los palestinos son el pueblo más educado y menos islamista de los árabes), sino que los mantuvieron en campos de refugiados donde creció el odio. Así se gestó el miedo de los israelíes a que los echaran al mar como rezaba la ideología oficial de diversas dictaduras árabes.

Israel, con el apoyo de Estados Unidos, que se aseguró un aliado permanente como guardián de nuestro petróleo, se convirtió en un país desarrollado, con elecciones, tecnológicamente avanzado, potencia militar, tolerando una minoría árabe israelí como ciudadanos de segunda clase. Israel agravó su propia situación al bloquear la única solución posible: dos estados que convivan, garantizados por la comunidad internacional.

Y la apertura de Rabin fue abortada por los servicios de seguridad israelíes, imbuidos por el fascismo teocrático de una parte de los políticos. Los mismos servicios que impulsaron el desarrollo de Hamas para dividir y debilitar el movimiento palestino. Incluido el financiamiento, como informa el Pulitzer Nick Kristof en The New York Times , refiriéndose a un pago reciente de Netanyahu a Hamas de 1.000 millones de dólares a través de ­Qatar.

Por eso António Guterres ha llamado a entender, que no a justificar, el ataque de Hamas como expresión del odio acumulado en esa colonia de confinamiento llamada Gaza, donde han crecido generaciones en condiciones infrahumanas. Tal y como ha hecho el Papa.

Israel tiene todo el derecho a defenderse. La cuestión es el cómo. Y por esta vía, generación tras generación de niños israelíes seguirán creciendo en el miedo. Mientras sus hermanos palestinos lo harán en el odio. Ojalá la conferencia de paz que ha propuesto Pedro Sánchez incorpore organizaciones defensoras de la paz, como la Comunidad de San Egidio. Para que surja la emoción antídoto contra el miedo y el odio: la esperanza.

QOSHE - Miedo y odio - Manuel Castells
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Miedo y odio

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04.11.2023

El miedo y el odio son las más potentes emociones humanas. Están vinculadas porque se retroalimentan. Cuando se siente miedo, el otro deja de existir en si y se convierte en una amenaza de la que hay que protegerse y, si es posible, destruir para estar a salvo. La historia de la humanidad está marcada por la violencia, enraizada en el miedo y alimentada por el odio.

Cada nuevo episodio de esa eterna tensión valida el sentimiento y justifica la violencia en la mente de los sujetos del conflicto. Por eso, el conflicto palestino-israelí ha persistido 74 años sin vías aparentes de solución. Claro que las estrategias geopolíticas de actores diversos han agravado las contradicciones y lo han hecho cada vez más irresoluble.

El sentimiento de culpabilidad de los........

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