Hoy parece probable que Donald Trump sea presidente de Estados Unidos en enero del 2025. Las consecuencias de su elección serían profundas. Su prioridad será contener la inmigración, sellando la frontera y deportando a miles. En el ámbito internacional, su “America first” se traduce en tres grandes ejes de política exterior: nacionalismo, unilateralismo y aislacionismo. Se acabó la pretensión de que Estados Unidos deba ocuparse de los problemas del mundo, protegiendo la democracia y los derechos humanos. Negociará directamente con los líderes de los países poderosos para mantener un equilibrio entre ellos, haciendo respetar los intereses de EE.UU., en particular los comerciales y tecnológicos.

En concreto, Trump continuará la presión sobre China, pero disminuyendo la tensión a cambio de que China no plantee problemas inmediatos con Taiwán. Lo más importante para él será recuperar una buena relación con Putin, a cambio de detener la ayuda militar a Ucrania y obligar a Kyiv a negociar el fin de la guerra, cediendo territorio a Rusia.

Mantendrá, por ahora, su participación en la OTAN, pero exigiendo a los estados miembros que contribuyan mucho más a su financiación y que aumenten sus propias fuerzas armadas. Trump hace tiempo que sostiene que EE.UU. debe dejar de pagar los gastos de defensa de los otros países. Japón y Corea del Sur tendrán que sufragar el mantenimiento de las bases militares. Y dejará de intervenir militarmente en el mundo con dos importantes excepciones: cualquier amenaza a EE.UU. tendrá una respuesta inmediata; e Israel será defendido a toda costa (Netanyahu es un amigo personal de Trump), lo cual implica una posible confrontación con Irán y su “eje de la resistencia”.

Reforzará el embargo a Cuba y la hostilidad a Venezuela para seguir recibiendo el apoyo del exilio de estos países. Confrontará a Corea del Norte, pero tratará de que sea Rusia la que se ocupe de hacerlo en función de la nueva relación con Putin. Se retirará de cualquier acuerdo sobre el cambio climático porque ya ha declarado que eso es una ficción de la izquierda. Dejará de lado la defensa de los derechos humanos, y en particular de los derechos LGTB, para apoyar o penalizar a países según la conveniencia estricta de Estados Unidos.

Limitará al mínimo la financiación de las agencias de las Naciones Unidas y bloqueará cualquier política multilateral que escape a su control. Reforzará la capacidad militar del país en el Pacífico, como política disuasoria a cualquier expansionismo chino. Apoyará la internacional de extrema derecha en América Latina (Milei, Bolsonaro, por ejemplo) y Europa (Le Pen, Meloni, Vox). Ayudará a Orbán como caballo de Troya compartido con Rusia en la Unión Europea. Transformará el Departamento de Estado en su feudo ideológico.

Tratará de erigirse en líder de referencia de la extrema derecha en el mundo, pero siempre en beneficio propio. Así Estados Unidos volvería a liderar el “mundo libre” pero en torno a valores supremacistas encarnados por Trump. Ojalá no, pero es probable.