Las protestas de agricultores en Europa, más allá de su cínica manipulación por la derecha, plantean un dilema que va al fondo de la transición ecológica hacia nuevas formas de producción y de consumo. Tras décadas de ignorar las advertencias de los científicos sobre la insostenibilidad de nuestro modelo económico, en los últimos años, empujados por movimientos sociales ecourbanos, las élites políticas se han pintado de verde y han impuesto medidas restrictivas sobre cómo debe cultivarse el planeta para prevenir la agravación de la crisis climática. En muchos casos, olvidándose de que la gente entienda, debata y acepte dichas medidas. En particular aquellos que llevan generaciones enraizados en su tierra (no la Tierra) y sin cuyo concurso voluntario ni comemos ni perduraremos.

La agricultura tradicional fue transformada a la fuerza por la producción química de la agroindustria y su mercado fue globalizado. Los productos de cercanía han sido desplazados por los transportados para consumir en cualquier estación. Y ahora que las consecuencias perniciosas del modelo de producción impuesto por las multinacionales son medibles, las élites ilustradas dan marcha atrás ante el riesgo de los peligros para la salud y para la futura habitabilidad del planeta. Las explicaciones han sido escasas, frecuentemente incomprensibles y apenas debatidas. Como mucho, algunas compensaciones monetarias para calmar los ánimos.

Cuando de hecho, si queremos ir a la raíz del problema, hay que intervenir en una compleja cadena de interacciones: desde la producción al consumo, de la tecnología a la comercialización, del tratamiento del suelo a los regadíos, de la mecanización a la informatización, del empaquetado plástico al monopolio de la distribución. Y de formas de vida ancestrales a una difícil supervivencia.

Los acuerdos de comercio internacional deben nivelar las condiciones de la competencia. Hay que utilizar los excedentes para remediar hambrunas, no como mecanismos reguladores de precios. Sin embargo, cada país privilegia sus cálculos electorales y sus estrategias geopolíticas. Mientras se concentran en Bruselas, en lugar de darles prioridad, la Unión Europea asigna 50.000 millones para Ucrania. ¿Cómo no se van a sentir los agricultores como el último eslabón de una cadena que los esclaviza en lugar de honrarlos como los que nos alimentan? ¿Sería usted capaz de cultivar una berenjena?

Parece que el capitalismo global se empeña en imponer una agricultura sin agricultores, en que máquinas y química se encarguen de una producción de masa para las masas, mientras una agricultura ecológica selectiva y mucho más cara se dedica a las élites urbanas, que se sienten salvadoras del planeta consumiendo tomate ecológico en sus ensaladas de diseño.

Si algo faltaba para distanciar al pueblo de sus gobernantes es este elitismo que quiere salvar el planeta aun a costa de una parte de sus habitantes, que no merecen sobrevivir por su supuesta ceguera histórica. La política ecológica, absolutamente necesaria, se hará con los agricultores, entre otros, o no se hará.

QOSHE - El grito del campo - Manuel Castells
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El grito del campo

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10.02.2024

Las protestas de agricultores en Europa, más allá de su cínica manipulación por la derecha, plantean un dilema que va al fondo de la transición ecológica hacia nuevas formas de producción y de consumo. Tras décadas de ignorar las advertencias de los científicos sobre la insostenibilidad de nuestro modelo económico, en los últimos años, empujados por movimientos sociales ecourbanos, las élites políticas se han pintado de verde y han impuesto medidas restrictivas sobre cómo debe cultivarse el planeta para prevenir la agravación de la crisis climática. En muchos casos, olvidándose de que la gente entienda, debata y acepte dichas medidas. En particular aquellos que llevan generaciones enraizados en su tierra (no la Tierra) y sin cuyo concurso voluntario ni comemos ni........

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