El auge de la derecha extrema y de la extrema derecha en casi todo el mundo, en Portugal recientemente, tiene raíces profundas: la reacción contra los cambios de valores impulsados en las últimas décadas por movimientos sociales y fuerzas políticas progresistas. Contra el feminismo, un desafío fundamental al orden tradicional porque amenaza el patriarcado heterosexual, transformando las relaciones de poder en la familia, la sexualidad y la educación. Intereses creados durante milenios se revuelven contra los intentos de recortar legal y socialmente el arbitrario de su dominación. No es una cuestión generacional.

En España y en el mundo una proporción sustancial (50% o más) de los hombres jóvenes piensan que las mujeres se han excedido y se sienten discriminados. Algo parecido sucede en países europeos y latinoamericanos. Y se traduce en el retroceso del derecho al aborto y de las medidas de igualdad de género. En Estados Unidos, el “hombre blanco enfadado”, base social de Trump, se enfada por el feminismo, la inmigración y los derechos de las minorías. Los jueces no son impermeables a esta reacción y muchos colaboran en la vuelta atrás.

La creciente desigualdad social atribuida a la globalización lleva a apelar a la nación contra la incertidumbre. Una derecha nutrida por oligarquías económicas utiliza este temor para frenar reformas redistributivas que requieren subidas de impuestos a las empresas y a los pudientes. La crisis climática exige ajustar producción y consumo en parámetros sostenibles. Pero ello implica una transición de modo de vida y de actividades económicas, en particular en el sector primario, que millones de personas rechazan porque las asimilan a élites cosmopolitas insensibles a los intereses y formas de vida de la gente.

Estamos ante una gigantesca manipulación basada en la desinformación y en que cada uno piensa primero en sí mismo. Y esa manipulación, articulada en medios de comu­nicación privados y en redes sociales des­controladas, encuentra recepción significativa en las personas, porque nuestro cerebro acepta aquello que confirma su opinión más que informa su conciencia. El resultado es que el 74% de los habitantes del planeta y el 83% en España y en EE.UU. no confían en los políticos de cualquier partido. Tampoco en la democracia tal como la viven­, aunque la apoyen como forma de gobierno.

La izquierda piensa que explicando racionalmente políticas progresistas se resuelve el problema. Pero la política es, ante todo, emocional. Cuestiones identitarias, de género y de valores tradicionales se anteponen a las medidas económicas y sociales. Biden ha mejorado sustancialmente la economía y el bienestar social, pero está perdiendo frente a Trump. En España, Pedro Sánchez argumenta con razón que se han mejorado las condiciones de vida y se han superado los efectos de la pandemia y la guerra. Mientras que la contrarreforma reafirma la España eterna, capital Madrid.

El cambio social requiere un diálogo profundo y paciente para que la sociedad asuma los valores transformadores de nuestro tiempo en la práctica cotidiana.

QOSHE - Contrarreforma - Manuel Castells
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Contrarreforma

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23.03.2024

El auge de la derecha extrema y de la extrema derecha en casi todo el mundo, en Portugal recientemente, tiene raíces profundas: la reacción contra los cambios de valores impulsados en las últimas décadas por movimientos sociales y fuerzas políticas progresistas. Contra el feminismo, un desafío fundamental al orden tradicional porque amenaza el patriarcado heterosexual, transformando las relaciones de poder en la familia, la sexualidad y la educación. Intereses creados durante milenios se revuelven contra los intentos de recortar legal y socialmente el arbitrario de su dominación. No es una cuestión generacional.

En España y en el mundo una proporción sustancial (50% o más) de los hombres jóvenes piensan que las mujeres se han excedido y se sienten discriminados.........

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