Cada vez que vuelvo a Brasilia la encuentro fiel a sí misma, aparentemente impertérrita ante los dramas de Brasil. El gran arquitecto comunista Niemeyer la diseñó con esa intención, a petición del presidente Kubitschek, en 1959. Una ciudad nueva, en el interior, lejos de la pobreza y el caos de Río de Janeiro. Arquitectura moderna, formalmente impecable, hecha de luz y transparencia, con el espacio de los tres poderes en una amplia explanada central atravesada por autopistas. Apenas árboles, para mantener la distancia mayestática de las instituciones. Mientras que la población habita en cuadras y supercuadras rodeadas de vegetación exuberante, en buenas viviendas, con equipamientos sociales, comercios y vida de calle. Hay seguridad. Pero eso solo vale para el plan Piloto, proyecto de lo que quería ser el Brasil moderno, y en el que viven unos 220.000 habitantes.

En torno a ese núcleo han ido surgiendo ciudades satélite, originalmente de autoconstrucción, donde se concentra la pobreza. Unos 2,5 millones de personas. Porque alguien tenía que construir la ciudad. Y los que acudieron a la tarea nunca se fueron. Pasó a ser una metáfora de los sueños de grandeza del eterno país del futuro.

Imagen de Brasilia, en el área del Banco Central

Sin resolver el problema de la desigualdad extrema y la pobreza, es difícil que Brasil, país maravilloso en cultura y fuerza de vida, pueda superar sus traumas. Porque como decía el expresidente Cardoso, Brasil “no es un país pobre, sino un país injusto”, con una clase media alta encastillada en sus privilegios y con un racismo pronunciado en una sociedad fundada sobre la esclavitud. Aun así, las cosas han ido cambiando.

Cardoso acabó con la hiperinflación (caso único en América Latina) que corroía la economía. Y Lula estableció políticas redistributivas que mejoraron las condiciones de vida de los sectores populares. De ahí viene la persistencia de su apoyo popular, a pesar de las feroces campañas de desinformación y de las conspiraciones mediático-judiciales que estuvieron a punto de mantenerlo en la cárcel, salvado en última instancia por una Corte Suprema que aún conserva su integridad.

Aun así, a Bolsonaro también lo apoyan quienes se oponen a los cambios y lo bendicen las demoniacas iglesias evangélicas. Y en enero del 2023 estuvimos a punto del desastre, con el intento de asalto a las instituciones, calcado de Trump, y una amenaza de golpe impulsado por la Marina y la Policía Militar, que fue contenido por la actitud del ejército.

Las aguas van calmándose. Bolsonaro será juzgado e incluso estos días intentó refugiarse en la embajada de Hungría, pero parece que no lo acogieron. Lula ha formado un Gobierno de amplia coalición, desde el centrista Alckmin hasta la líder ecologista ama­zónica Marina Silva. Y proyecta un fuerte liderazgo internacional, a través del G-20 y de nuevas alianzas estratégicas. Con Macron ha acordado la construcción conjunta de un submarino nuclear. No es la prioridad del país, pero algo tiene que hacer la Marina. Mientras las bandas aterrorizan las favelas, Brasil sigue soñando en llegar a ser Brasilia.

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Brasil desde Brasilia

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06.04.2024

Cada vez que vuelvo a Brasilia la encuentro fiel a sí misma, aparentemente impertérrita ante los dramas de Brasil. El gran arquitecto comunista Niemeyer la diseñó con esa intención, a petición del presidente Kubitschek, en 1959. Una ciudad nueva, en el interior, lejos de la pobreza y el caos de Río de Janeiro. Arquitectura moderna, formalmente impecable, hecha de luz y transparencia, con el espacio de los tres poderes en una amplia explanada central atravesada por autopistas. Apenas árboles, para mantener la distancia mayestática de las instituciones. Mientras que la población habita en cuadras y supercuadras rodeadas de vegetación exuberante, en buenas viviendas, con equipamientos sociales, comercios y vida de calle. Hay seguridad. Pero eso solo vale para el plan Piloto, proyecto........

© La Vanguardia


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