El balneario nocturno de Barcelona, ciudad de congresos, impuestos y descanso vecinal, acoge esta semana la primera convención bienal de McDonald’s fuera de Norteamérica. Pudiendo gastar los dólares en Virginia Occidental –el estado más aburrido de EE.UU., según Forbes –, los amos de la hamburguesa han elegido Barcelona, cosa muy de agradecer porque traen 15.000 visitantes (alcalde Collboni, menudo pastón).

¿Surgirá de la cita la Barna Mac, que lleve el nombre de la ciudad por los cinco continentes?

Conociendo el patio, yo me conformo con que nadie les monte un pollo, aunque tampoco soy partidario de que los barceloneses empaticen con la convención a lo Mister Marshall.

–Cariño, ponte guapa, que hoy te invito a un Big Mac con french fries y lo que surja.

Se trata de una buena noticia, digo yo, porque McDonald’s es una empresa puntera, comprometida con el territorio –cuando escucho “territorio”, me vienen a la cabeza los comanches– y poco amiga de sorprender al comensal, detalle muy de agradecer cuando llevas quince días por Siberia, Reikiavik o la antigua Villa Cisneros.

¡Y atienden sin reserva!

A estas alturas de la película, rasgarse las vestiduras por el imperio McDonald’s es pedir cinco minutos de prórroga con un diez a cero en contra. Aún recuerdo en EE.UU. familias hispanas o negras para las que una comida en McDonald’s era una fiesta, tal que un vermut con calamares a la romana en la España de los planes del desarrollo.

Como hay mucho purista, zapatista y emprenyat en Barcelona, siempre nos queda arrugar la nariz y telefonear a la Urbana, deporte muy practicado en la ciudad.

–¡Hay unos señores de Oklahoma que se lo están pasando la mar de bien y han pedido otra botella de tempranillo de 200 euros! ¿Y si después conducen?

–Oiga, son las ocho de la noche...

La convención no se da pisto y parece partidaria de la discreción, acaso por temor al lobby vegano y sus hamburguesas de tofu, garbanzos sin chorizo o quinoa (made in USA ). Se las saben todas estos americanos...