A veces pienso que escuchar música equivale a nadar mar adentro. Cuando te alejas de la costa, el mar te sorprende y te posee a la vez. Te asusta y te libera. Las grandes olas te arrastran. Dejas que te dominen. Te conviertes en madera a la deriva. El mar te posee no sólo de forma física, sensible: se impone como un absoluto. La infinita masa de agua te empequeñece y te devora incluso si tiendes a frecuentar siempre la misma playa: hace un mes que vuelvo una y otra vez a las dos pasiones de Bach. No me canso de ellas. Nunca tengo bastante.

No siempre es para evadirnos de la realidad que necesitamos zambullirnos en las olas de la gran música. A menudo también lo hacemos con la pretensión de agarrarnos a la belleza que algunos humanos han logrado crear en este colosal vertedero de basura que es el mundo. Allegri, Bach, Schubert, Mompou, Vivancos. La música favorece como ningún otro arte una doble experiencia: mental y emotiva. Sólo la música es, al mismo tiempo, cerebral e hipnótica. Las lenguas que hablamos están deformadas por el ruido y el desgaste de los días. Las artes plásticas están inevitablemente contaminadas: apenas abierto el teléfono, un diluvio imparable de imágenes nos perfora los ojos. Paradójicamente, la gran música es inmune a la erosión. Quizás porque, al no expresarse en formas ni palabras, sino con notas armónicas o disonantes, nos habla con un lenguaje universal y puede abrir los rincones más íntimos de nuestra humana condición.

Ahora bien, diciendo esto, en realidad no estoy diciendo nada. Por más que intentemos entenderla, nunca sabremos explicarla. Nos acercamos a la música mediante análisis técnicos o información histórica. Podemos especular sobre ella, como hago ahora, divagando con la ayuda de metáforas. Pero siempre escapará. La música nos baña, nos domina, nos arrastra como un mar de altas olas. Pero es un misterio im­penetrable.

QOSHE - Mar adentro - Antoni Puigverd
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Mar adentro

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14.04.2024

A veces pienso que escuchar música equivale a nadar mar adentro. Cuando te alejas de la costa, el mar te sorprende y te posee a la vez. Te asusta y te libera. Las grandes olas te arrastran. Dejas que te dominen. Te conviertes en madera a la deriva. El mar te posee no sólo de forma física, sensible: se impone como un absoluto. La infinita masa de agua te empequeñece y te devora incluso si tiendes a frecuentar siempre la misma playa: hace un mes que vuelvo una y otra vez a las........

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