El 16 de abril de 1981, meses después de la toma de posesión de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, primer presidente de la nueva Generalitat desde 1977, manifestó, en una carta dirigida al director de La Vanguardia, su presentimiento de que “iba a iniciarse otra [etapa] que nos conduciría a la ruptura de los vínculos de comprensión, buen entendimiento y acuerdos constantes que durante mi mandato habían existido entre Catalunya y el Gobierno”. […] Rotos esos vínculos, sería “inevitable la ruptura de la unidad de nuestro pueblo”. Esa ruptura la achacaba Tarradellas a la “conducta nacionalista [de Pujol]… encaminada a hacer posible la victoria de su ideología frente a España [sirviéndose de] propagandas tendenciosas y del espíritu engañador que también late en ellas”.

El presentimiento se ha ido haciendo realidad a través de los años, hasta culminar en el estallido del procés en otoño del 2017. “Todo había sido orquestado –sigue Tarradellas– para llegar a la ruptura de la política de unidad, de paz y de hermandad aceptada por todos los ciudadanos de Catalunya”. Ese es el contexto en el que surge, seis años después, la propuesta de ley de amnistía.

Hay que celebrar esa iniciativa, que puede ser la puerta de una concordia aún no lograda desde el 2017 y que es necesaria para el futuro de Catalunya en España. Pero confieso que me deja un sabor agridulce. Hay cosas que no me gustan, como la concesión de una mediación internacional. Siento tristeza al leer la exposición de motivos de la propuesta de ley, que parece una justificación de las actuaciones del independentismo, que parece ver la amnistía no como un acto de generosidad, del Gobierno y de los muchos catalanes no independentistas, sino como el primer pago de una deuda que España ha contraído con él.

La intervención de la representante de Junts en la sesión de investidura, que declaraba que el discurso de Pedro Sánchez había sido “poco valiente”, no me ha parecido un buen presagio. Quien vivió de ser “el perseguido, la víctima” –son palabras de Tarradellas– es ahora el vencedor. ¿O fue solo una muestra del habitual teatro del independentismo?

“A grandes males, grandes remedios”, dirán. Es la justificación de la propuesta de ley de amnistía. Pero hay algunos riesgos. La amnistía no será un remedio si es solo el primer pago de una deuda histórica, y puede que, para mantener los apoyos, el Gobierno caiga en la tentación de ceder en puntos no negociables. La oposición, siguiendo la regla del “todo vale para tumbar al enemigo”, no ofrece más programa que la caída de Pedro Sánchez, y hará lo posible por conseguirla, porque a estas alturas un pacto sería el final de la carrera de sus líderes. La acción de gobierno se verá seriamente entorpecida.

Sí, la amnistía es buena. Pero también es una muestra más de que algo está ausente de nuestra política: unos y otros justifican sus actos solo por sus consecuencias, sin prestar atención a los principios que deberían inspirarlos. Es un camino práctico, pero peligroso: en política, como en otras cosas, sin principios pronto se llega a las manos. Ojalá tengan las nuevas generaciones una visión distinta, quizá más acertada que la mía. De ellas es el turno de la acción.

Bienvenida, pues, la amnistía. Con el presidente Sánchez podría el Rey haber usado la fórmula con la que las antiguas Cortes solicitaban el juramento de los reyes: “Si así lo hacéis, Dios os lo premie; y si no, que os lo demande”.

QOSHE - Presencia del pasado - Alfredo Pastor
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Presencia del pasado

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23.11.2023

El 16 de abril de 1981, meses después de la toma de posesión de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, primer presidente de la nueva Generalitat desde 1977, manifestó, en una carta dirigida al director de La Vanguardia, su presentimiento de que “iba a iniciarse otra [etapa] que nos conduciría a la ruptura de los vínculos de comprensión, buen entendimiento y acuerdos constantes que durante mi mandato habían existido entre Catalunya y el Gobierno”. […] Rotos esos vínculos, sería “inevitable la ruptura de la unidad de nuestro pueblo”. Esa ruptura la achacaba Tarradellas a la “conducta nacionalista [de Pujol]… encaminada a hacer posible la victoria de su ideología frente a España [sirviéndose de] propagandas tendenciosas y del espíritu engañador que también late en ellas”.

El presentimiento se ha ido haciendo realidad a través de........

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