Hace algunos años, un conocido economista norteamericano sugirió que, ­dado que la agricultura ­solamente suponía el 1% del producto interior bruto (PIB) de ­Estados Unidos, no valía la pena dedicarle más del 1% de la atención. El cálculo era una tontería entonces, y lo sería hoy en España, donde la agricultura supone el 2,9% del PIB, y donde los agricultores (el 6,3% del empleo total) merecen una parte ­mucho mayor de nuestra atención. El ­conflicto actual es una muestra de lo que será el camino hacia la descarbo­nización.

El detonante de la crisis es una directiva de la Comisión Europea que ordena una reducción del uso de fertilizantes (producidos sobre todo con gas natural) y una agricultura y ganadería menos intensivas, para detener la degradación de las tierras cultivables. El resultado es un mayor coste de la producción de alimentos. ¿Quién lo paga? El astuto político, imitando a nuestro economista, calcula que los agricultores son una minoría entre los votantes, y permite la entrada en el mercado comunitario de alimentos procedentes de países con unas normas menos estrictas y, por consiguiente, más baratos. Así quiere evitar un aumento de ­precios que termine por reflejarse en los salarios. De ese modo, el peso del ajuste recae sobre el agricultor europeo. El consumidor está, de momento, a salvo.

¿Un parche? Claro. La energía será necesariamente más cara, porque las fuentes más baratas nos están vedadas por los rigores del cambio climático; y como la energía está en la base de todo nuestro modo de vida, casi todo tendrá que ser por lo menos algo más caro. Nuestro alivio es momentáneo. ¿Quién notará más el ajuste? En primer lugar, los más pobres, como siempre; luego nosotros, las clases medias de los países ricos, el 17% de la población mundial. Los ricos, los que menos, como casi siempre. ¿Una revolución? No es aconsejable: todas empiezan con un baño de sangre y terminan con un tirano, con un sufrimiento mucho mayor.

Tengamos paciencia, porque hay margen. Recordemos que hoy, la cuarta parte de los alimentos que llenan nuestra nevera termina en la basura a las pocas horas; el 99% de todos los chismes que se fabrican se desechan en menos de un año, y es ínfimo el porcentaje de los materiales que se reciclan. Tenemos margen para alimentar a todo el mundo, si bien no como nosotros nos alimentamos ahora. Una transición ordenada hacia un mundo mejor es posible.

Es posible incluso que logremos salvar nuestra democracia en el camino, aunque ello requerirá dosis desacostumbradas de aquel factor que el industrial francés Auguste Detoeuf consideraba el más indispensable para la supervivencia de nuestra sociedad, y también el más escaso: la generosidad.

En todo gran cambio hay ganadores y perdedores. Parece que hasta ahora hablamos solo de perdedores. ¿Quiénes serán los ganadores? Aquellos que sepan ver el abandono de lo superfluo no como una renuncia, sino como una liberación. Aquellos que se fijen como objetivo una máxima que está en la mente de muchos, pero que un político no pronunciará nunca en público: pasar con menos.

QOSHE - Pasar con menos - Alfredo Pastor
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Pasar con menos

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15.02.2024

Hace algunos años, un conocido economista norteamericano sugirió que, ­dado que la agricultura ­solamente suponía el 1% del producto interior bruto (PIB) de ­Estados Unidos, no valía la pena dedicarle más del 1% de la atención. El cálculo era una tontería entonces, y lo sería hoy en España, donde la agricultura supone el 2,9% del PIB, y donde los agricultores (el 6,3% del empleo total) merecen una parte ­mucho mayor de nuestra atención. El ­conflicto actual es una muestra de lo que será el camino hacia la descarbo­nización.

El detonante de la crisis es una directiva de la Comisión Europea que ordena una reducción del uso de fertilizantes (producidos sobre todo con gas natural) y una agricultura y ganadería menos intensivas, para detener la degradación de........

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