Humberto de la Calle[1]

Aunque suene extraño, las primeras preocupaciones sobre lo que ahora se conoce como “cambio climático” afloraron en los años sesenta en la CIA, famosa organización de inteligencia de los Estados Unidos. ¿Cómo llegó una agencia de espionaje a abordar este tema tan distante de sus labores habituales? Lo que explica esa curiosa conexión, es que la CIA encontró evidencias de una incipiente oleada de alteración climatológica, algo de lo cual casi nadie hablaba. Ante la inquietud sobre el efecto de ese fenómeno en la seguridad de los Estados Unidos, se inició una revisión de posibles efectos de diverso orden en alteraciones semejantes ocurridas en el pasado, incluso el pasado remoto. En marzo de 1974, Henry Kissinger, secretario de estado, recibió el documento secreto titulado Un estudio sobre investigación climatológica en lo que respecta a problemas de inteligencia del cual solo se vino a hablar en público, de manera tangencial, en la Asamblea General de la ONU de abril de ese año. El propio Kissinger aludió a posibles cambios climáticos planetarios y, aunque casi nadie prestó atención, seis meses después en la Conferencia Mundial de Alimentación apareció tímidamente en el horizonte la idea de futuras crisis alimentarias ligadas al cambio climático.

Con el paso del tiempo, de ser una idea secreta pasó al centro de controversia. Comenzó el juego del negacionismo: una confrontación que emergió tanto en el escenario político como en la discusión científica.

En principio, el telón de fondo era la cuestión del agua. Las hambrunas en África y malas cosechas en Rusia y China aportaron el sello geopolítico. Y, para rematar, la intensificación de las migraciones prendió las alarmas. Aunque aún no se sabe si es leyenda o verdad, se rumoreó que Estados Unidos pensó en tecnologías de alteración del clima como arma de guerra.

Después vino un avance en todos los frentes, no sólo en los aspectos científicos, sino en la difusión y concientización de la élite y en particular de la élite política. Mirando ya desde la actualidad, encontramos fuertes avances científicos sobre la relación entre el cambio climático y la conflictividad, tanto en los conflictos interpersonales como intergrupales, y los disturbios políticosociales, aun cuando esto no signifique que en muchos conflictos sea esa la única causa, pero sí está ya comprobada una influencia relevante. Está ya prácticamente comprobada una influencia de estas circunstancias.

En primer lugar, tomamos en consideración el escrito que constituye una meta-investigación basada en 60 investigaciones particulares[2], apelando a criterios no sólo estadísticos, sino demográficos, geográficos, antropológicos y mirando bastante hacia atrás. Incluso a partir de la antigüedad, se encuentra que realmente hay una serie de variables que han provocado el nacimiento y la prolongación de diversos conflictos donde las alteraciones del clima por aumento de la temperatura o de la pluviosidad, han tenido impacto en la gestación y prolongación de esos conflictos. El impacto del calentamiento va desde el 4% en relación con conflictos interpersonales hasta el 14% en conflictos intergrupales. Lo cual muestra de manera bastante seria que lo que está ocurriendo va a generar mayores dificultades no sólo para el planeta como tal, sino también para Colombia, donde desde antes viene una conflictividad prolongada.

De un estudio de 12 casos[3], el resultado del calentamiento es mayor agresividad interpersonal, desde mayor uso del claxon de los carros, los enfrentamientos en los deportes, uso de la fuerza por parte de la policía, violencia intrafamiliar, asaltos y violencia sexual. Aunque aún no está clara la causa del vínculo, su existencia es evidente. Cuando se estudió la fase de alta pluviosidad, en sectores de bajos ingresos se encontró un aumento de los ataques personales y los delitos contra la propiedad.

Ahora bien, ya en el caso concreto de Colombia hay una situación adicional: la franja en la que aparece siempre el fenómeno de El Niño, [4]cubre de manera inevitable el territorio colombiano, de tal manera que tanto la variante de altas temperaturas, como el aumento de las lluvias en la fase del fenómeno de La Niña, va a seguir de todos modos haciendo presencia. Y si, como lo estamos advirtiendo, esto puede tener ramificaciones severas en el aumento de una conflictividad en el país que ya de por sí es inveterada y pronunciada, pues la obligación que tenemos todos es la de tratar de coadyuvar los esfuerzos, en particular, hacia la prevención de riesgo. Los investigadores afirman que “Directamente asociamos los cambios climáticos de escala planetaria con patrones globales de conflicto civil examinando los fenómenos de El Niño y La Niña. Esto indica que ellos pueden haber ejercido influencia en el 21% de los conflictos civil desde 1950. Resulta plausible que esa influencia haya coadyuvado en desórdenes y genocidios”.

Y si, como lo estamos advirtiendo, esto puede tener ramificaciones severas en el aumento de una conflictividad en el país que ya de por sí es inveterada y pronunciada, pues la obligación que tenemos todos es la de tratar de coadyuvar los esfuerzos, en particular, hacia la prevención de riesgo. Una idea que propusimos en algún momento en el año 2018, era la creación de un gran Instituto de Prevención del Riesgo en la ciudad de Manizales, que está dotada por lo pronto de un conjunto de equipos de experiencia de personal humano que pudiera generar una movilización de recursos enorme de carácter internacional, incluso aprovechando la infraestructura universitaria abundante en la ciudad de Manizales, con el ánimo de establecer caminos que permitan la formulación oportuna y adecuada de políticas públicas sobre esta difícil materia.

En un panorama general, además, viendo estos acontecimientos, es evidente que el presidente Gustavo Petro ha tenido razón cuando lanza su voz de alarma sobre las consecuencias para la humanidad de lo que está ocurriendo y va a seguir ocurriendo. Las dudas que genera las acertadas disertaciones de Gustavo Petro se refieren más a la manera como esas ideas pueden tomar cuerpo concreto y en particular, en el caso de Colombia, que es el Estado nacional que él está gobernando. Porque la gestión de un presidente no debe limitarse al diagnóstico o a la predicción de los males por venir, sino concentrarse más en las decisiones concretas, algunas de las cuales, si bien podrían contribuir a mitigar estos problemas, paralelamente generan situaciones desfinanciación del estado de pobreza, de marchitamiento de sectores económicos, lo cual puede resultar o en una anulación de lo que se pretende o incluso un balance de costo beneficio que termina siendo contraproducente.

Cuando uno ve a Bogotá incendiada por los cuatro puntos de la rosa de los vientos, se conduele del tiempo que se ha perdido por cuenta de los dueños de intereses y sus portavoces políticos.

El resultado de esto tiene que ser un mayor énfasis en la adaptación al cambio climático y la gestión de riesgo. Sin utilizar con fines políticos la situación actual en relación con los múltiples incendios, sí hay una cierta impreparación y las propuestas de prevención del riesgo no han tenido suficiente eco.

[1] Basado en la revisión de análisis científicos existentes. Escrito con la colaboración de Juanita Vélez.

[2] Quantifying the Influence of Climate on Human Conflict. Solomon M. Hsiang, Marshall Burke, Edward Miguel

[3] Id.

[4] Civil conflicts are associated with the global climate Solomon M. Hsiang, Kyle C. Meng1 & Mark A. Cane

QOSHE - El clima también agua la paz - Columnista Invitado
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El clima también agua la paz

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10.02.2024

Humberto de la Calle[1]

Aunque suene extraño, las primeras preocupaciones sobre lo que ahora se conoce como “cambio climático” afloraron en los años sesenta en la CIA, famosa organización de inteligencia de los Estados Unidos. ¿Cómo llegó una agencia de espionaje a abordar este tema tan distante de sus labores habituales? Lo que explica esa curiosa conexión, es que la CIA encontró evidencias de una incipiente oleada de alteración climatológica, algo de lo cual casi nadie hablaba. Ante la inquietud sobre el efecto de ese fenómeno en la seguridad de los Estados Unidos, se inició una revisión de posibles efectos de diverso orden en alteraciones semejantes ocurridas en el pasado, incluso el pasado remoto. En marzo de 1974, Henry Kissinger, secretario de estado, recibió el documento secreto titulado Un estudio sobre investigación climatológica en lo que respecta a problemas de inteligencia del cual solo se vino a hablar en público, de manera tangencial, en la Asamblea General de la ONU de abril de ese año. El propio Kissinger aludió a posibles cambios climáticos planetarios y, aunque casi nadie prestó atención, seis meses después en la Conferencia Mundial de Alimentación apareció tímidamente en el horizonte la idea de futuras crisis alimentarias ligadas al cambio climático.

Con el paso del tiempo, de ser una idea secreta pasó al centro de controversia. Comenzó el juego del negacionismo: una confrontación que emergió tanto en el escenario político como en la discusión científica.

En principio, el telón de fondo era la cuestión del agua. Las hambrunas en África y malas cosechas en Rusia y China aportaron el sello geopolítico. Y, para rematar, la intensificación de las migraciones prendió las alarmas. Aunque aún no se sabe si es leyenda o verdad, se rumoreó que Estados Unidos pensó en tecnologías de alteración del clima como arma de guerra.

Después........

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