Viviendo esta temporada en nuestro país hay días en los que uno preferiría no levantarse. Pero el problema es que en la cama solo cabe aburrirse y de tanto dar vueltas a las cosas amargarse más. Por eso, lo mejor será seguir el consejo del gran Fernando Fernán Gómez en la película “Stico”: “Estoy algo loco, pero salgo por ahí, me mezclo con la gente y no se nota”.

Como todas las emociones, el aburrimiento está íntimamente implantado en el cerebro humano y es el resultado de la adaptación de nuestra especie a su entorno. Así, la Real Academia de la Lengua dictamina que es el “cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”. De forma más clara, es no tener nada que hacer. Algo que hoy entendemos como propio de niños pequeños o de ricos. Montesquieu sentenciaba que “Todos los príncipes se aburren, prueba de ello es que se van de caza”.

El aburrimiento es malo porque duele, pero bueno porque conviene, ya que nos lleva a tomar conciencia de nuestra situación y nos empuja a cambiar lo que nos desagrada. Por ello, es uno de los indicios más significativos de la evolución humana, a la vez que motor infalible de su progreso. La condición perfecta del hombre, decía Oscar Wilde, porque quien no se aburre, no piensa.

Nuestra actual cultura, cada vez más tributaria del factor tiempo, se empeña en tener a la gente entretenida, sumergida en un agotador ocio activo, en una fiebre consumista insaciable, acaso propiciada por el hondo convencimiento político de que mientras las masas están entretenidas, no hay de qué preocuparse. Se dice que el tiempo es un recurso valioso y estoy de acuerdo. Pero también se afirma que es democrático y es mentira: unos viven ciento diez años y otros apenas dos. Pese a que un día tiene 24 h. para todo el mundo, para la infancia dura una eternidad y para los adultos un suspiro. Por eso, creo que no debe medirse con las flechas de los relojes, salvo para llegar puntual a una cita amorosa o para coger un avión.

Es interesante hacerse una de idea de cómo la gente combatía el aburrimiento en el pasado. Un método clásico y saludable consistía en relacionarse con amigos y vecinos, o en casa, o en la tasca según las circunstancias. Esto equivaldría al actual chat, es decir, la charla intrascendente entre amigos, con la vertiente negativa del marujeo o chismorreo que se provocaba, pero es que no se puede tener todo. Sea como fuere, acercarse al calor humano es siempre una buena forma de entretenimiento.

El aburrimiento está mal visto y para impedirnos disfrutar del “dolce far niente”, llenamos la vida de distracciones y de estímulos constantes, donde no paramos de hacer planes y programar actividades. Todo para no caer en lo que antes se llamaba la molicie. Tomamos el café con hielo a sorbitos, nos enganchamos a series, preparamos cenas como si siempre tuviésemos invitados.

Ante el aburrimiento solo podemos responder entrenando la curiosidad y adoptando una actitud realista y tolerante frente a su papel en nuestras vidas. Coincidamos con Goethe en que “es una mala hierba, pero también una especia que hace digerir muchas cosas”. Por ello, deberíamos adiestrarnos en el arte de aburrirnos, lo que en España escuchando a Pedro Sánchez, resulta francamente fácil.

QOSHE - Cuestión de aburrimiento - José Antonio Constenla
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Cuestión de aburrimiento

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16.01.2024

Viviendo esta temporada en nuestro país hay días en los que uno preferiría no levantarse. Pero el problema es que en la cama solo cabe aburrirse y de tanto dar vueltas a las cosas amargarse más. Por eso, lo mejor será seguir el consejo del gran Fernando Fernán Gómez en la película “Stico”: “Estoy algo loco, pero salgo por ahí, me mezclo con la gente y no se nota”.

Como todas las emociones, el aburrimiento está íntimamente implantado en el cerebro humano y es el resultado de la adaptación de nuestra especie a su entorno. Así, la Real Academia de la Lengua dictamina que es el “cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”. De forma más clara, es no tener nada que hacer. Algo que hoy entendemos como propio de niños pequeños o de ricos. Montesquieu........

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