Así está la política española: entre muros, sogas y guillotinas, según las sofisticadas expresiones que sus líderes se arrojan unos a otros. De momento solo en sentido figurado, como metáforas que no se sabe si reflejan deseos o advertencias. Vivimos todavía en el casi, en la zona de sombra de la libertad de expresión. Palabras que son casi violencia, casi calumnia, casi odio, casi delito. Amparadas en premoniciones de catástrofes inminentes de las que se culpa siempre al otro.

El líder de Vox, Santiago Abascal, aseguró este domingo que «habrá un momento» en el que el pueblo querrá «colgar de los pies» al presidente Sánchez, porque ha «vendido» sus principios y «puede hacer cualquier cosa» para mantenerse en el poder, incluso «pisar las leyes» o «poner en riesgo la unidad nacional». Frente a las críticas que le han llovido, se ha justificado recordando que desde la extrema izquierda se han hecho también alusiones históricas sobre la utilidad purificadora de la guillotina. ¿Es todo eso incitar al odio? Casi. ¿Es alentar la violencia? Casi.

Yo creo que todas esas expresiones están perfectamente amparadas por la libertad de expresión, incluso las que durante años y hasta hoy justifican el terrorismo y el golpe de estado como métodos aceptables en ciertas circunstancias. Si lo piensas, dilo. Y cuanto más claro lo digas, mejor. Porque es mucho peor la insinuación. También las medias palabras y las alusiones disfrazadas de provocación. Es más fácil combatir las palabras que el silencio. Cuando el silencio esconde un secreto (la gran habilidad del presidente) nos deja indefensos, de ahí que el PP haya advertido con razón de que lo importante no está en lo que dice Vox, sino en lo que hacen los socialistas en el Congreso.

Lo grave no es tanto la vileza con la que se expresa un líder político, sino que se atreva a hacerlo, sin vergüenza, sin temor a hacer el ridículo, sin miedo a ser tomado por un chiflado, porque sabe que esas mismas palabras llenas de odio van a recibir el entusiasmo mediático, le van a colocar en el centro de la escena e, incluso, serán aprobadas por muchas personas. Cuando las palabras no valen nada, se cree que se puede decir todo impunemente. Y cuanto menos valen, más se necesita forzarlas.

Derrotados por el silencio del poder, al menos no claudiquemos en la defensa de las palabras. Quizá sea lo único que nos queda. El uso responsable de las palabras es la primera condición de la democracia y es, por lo tanto, el único muro digno de ser levantado frente a la peligrosa política del casi. Si utilizamos las palabras de los políticos, el mundo de odio en el que ellos viven terminará de suplantar al mundo real en el que vivimos. Como dice el dramaturgo Juan Mayorga: «Convivimos con muchísimos seres humanos que aspiran a la dignidad, a la belleza, y a la libertad, y que la quieren para otros. La llamada opinión pública no representa a la sociedad real que yo reconozco. Vivimos en un tiempo muy duro y muy áspero. Como padre, muchas veces me alerta pensar en qué mundo tan extraordinariamente violento e injusto estamos dejando. Tenemos que conseguir que lo sea menos. Es un mandato moral».

QOSHE - Muros, sogas y guillotinas - Enrique Arroyas
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Muros, sogas y guillotinas

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15.12.2023

Así está la política española: entre muros, sogas y guillotinas, según las sofisticadas expresiones que sus líderes se arrojan unos a otros. De momento solo en sentido figurado, como metáforas que no se sabe si reflejan deseos o advertencias. Vivimos todavía en el casi, en la zona de sombra de la libertad de expresión. Palabras que son casi violencia, casi calumnia, casi odio, casi delito. Amparadas en premoniciones de catástrofes inminentes de las que se culpa siempre al otro.

El líder de Vox, Santiago Abascal, aseguró este domingo que «habrá un momento» en el que el pueblo querrá «colgar de los pies» al presidente Sánchez, porque ha «vendido» sus principios y «puede hacer cualquier cosa» para mantenerse en el poder, incluso «pisar las leyes» o «poner........

© La Opinión de Murcia


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