Aunque no me gusta empezar un artículo con largas explicaciones de por qué lo escribo -y tampoco me gusta empezarlos con adversativas, así que acabo de incumplir dos normas-, en este caso lo considero necesario.

Me pongo a escribir porque he encontrado un interesante hilo en Twitter -yo lo seguiré llamando como me dé la gana, igual que a Prince he seguido llamándole Prince-. Miguel Martínez, entre otras cosas, autor de Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521), escribe lo siguiente: «… la discusión pública de la alta cultura (por decirlo así rápido) está casi exclusivamente en manos de este tipo de intelligentsia dizque liberal de amplio espectro (El cultural, ABC, Babelia)».

En la conversación que genera el tuit de Martínez, participa Alfredo González Ruibal (autor de obras tan interesantes como Tierra arrasada). González Ruibal responde en algún momento del hilo: «Exacto, da la sensación de que los nuevos medios de izquierda asociaron la cultura de los culturales con valores conservadores. Se puede hablar de trap o de series, pero no de ópera o poesía porque es carca».

Y Jónatham F. Moriche añade: «La música clásica no existe en la prensa de izquierdas, salvo por los escándalos (solo @ElSaltoDiario tuvo una efímera sección). La poesía y el teatro solo si son (ostensiblemente) ‘sociales'».

Lógicamente, me he sentido interpelado. No solo participo con artículos de opinión y culturales en uno de esos «nuevos medios de izquierda». Además, dirijo, con Laura Casielles y Bob Pop, El Periscopio, esto es, las páginas de cultura del bimestral de La Marea. ¿Seremos culpables de lo que nos reprochan? Si pensara que llevan razón, probablemente no me habría sentado a escribir. Después del examen de conciencia, habría hecho propósito de enmienda y discutido con Laura y Bob qué tenemos que cambiar (y es posible que esa revisión tenga de todas formas sentido).

Sucede que creo que llevan razón y que aun así su crítica es injusta. Desde que soy en parte responsable de los contenidos culturales de El Periscopio suelo decir, medio en broma, medio en serio, que no me interesa tanto la cultura militante como la militancia cultural. Quiero decir con esto que más que el sesgo ideológico, me interesa defender la cultura que nos parece valiosa, aunque tenga menos repercusión (o porque tiene menos repercusión) en la prensa nacional. Por ejemplo: reseñar más libros de editoriales independientes que de multinacionales; publicar reportajes, no sobre macrofestivales, sino sobre microfestivales. Hablar del teatro de las pequeñas salas independientes y no de los grandes espectáculos.

No reseñar la última producción operística del Teatro Real ni del Liceu, sino examinar cómo Spotify modifica nuestro gusto musical. No conceder espacio al último blockbuster, sino entrevistar a dos directoras de cortometrajes.

Hay un ejemplo que deja muy clara nuestra actitud: mucho antes de que le concediesen el Nobel, sacamos una reseña de uno de los libros de Jon Fosse, publicado por la editorial independiente De Conatus. Un par de números más tarde publicamos una entrevista con él. ¿Lo habríamos hecho después de que le concediesen el Nobel? Puede que no.

La razón es que entonces lo entrevistaron en todos los medios grandes, algunos enviaron expresamente corresponsales a Oslo a hablar con él, salió en televisión y radio. Todo esto no cambia el valor de su obra, de la que merece la pena hablar en cualquier momento, pero sí cambia el de nuestra aportación.

No es que minusvalore la valía de nuestros colaboradores y colaboradoras. No es que piense que no podrían hacer una entrevista original al galardonado, quizá más interesante que la de otros medios. Y claro que hacemos excepciones: hemos entrevistado, por ejemplo, a Carla Simón, a Isabel Coixet, a Rodrigo Cuevas, porque sentíamos que sí podíamos hacer algo especial en esos casos.

Pero a estas alturas tenemos que mencionar una limitación importante: nuestros recursos, también los humanos, son muy limitados y tenemos que escoger. Los «nuevos medios de izquierda» luchan cada año para sobrevivir.

Una revista como La Marea, que no acepta publicidad de empresas del IBEX para no ver comprometida su independencia, y apenas recibe publicidad institucional, depende de las suscripciones, y ya sabemos que en un mundo que rebosa de contenidos gratis no es fácil obtenerlas.

Así que la elección está clara: si no podemos hacerlo todo, tenemos que centrarnos en aquello que nos parece más útil, defender la cultura, independientemente de su repercusión mediática. Bucear fuera del mainstream. Ejercer, efectivamente, de periscopio y ojear en todas direcciones y no solo donde se centran todas las miradas. Otro ejemplo: aunque dediquemos más espacio al rap que a la música clásica, que ese espacio no lo ocupe C. Tangana sino Bewis de la Rosa.

Un momento: ¿estoy diciendo que no tenemos sesgo ideológico, aparte del que surja de prestar más atención a lo marginal que a lo mainstream? ¿Que dedicamos el mismo espacio a la poesía mística que a la que critica el capitalismo? Por supuesto que tenemos un sesgo. De hecho, todos los suplementos culturales lo tienen; porque las obras artísticas también lo tienen, incluso las de autores que niegan dicho sesgo o que reniegan de la politización de la cultura.

Somos un medio de izquierdas. Nuestra línea editorial lo es; a menudo ni siquiera de forma voluntaria o premeditada. Es también lo que nos sale, aunque procuramos dejar un amplio margen de libertad a los colaboradores para decidir, por ejemplo, qué reseñan para que puedan imprimir su personalidad a su sección.


Pero sí, somos un medio que da más espacio que otros a las minorías, precisamente por serlo y por su capacidad de poner en tela de juicio el consenso mayoritario. Que defiende a la vez la cultura crítica y la cultura popular -y me refiero aquí, no a la que se vende al pueblo, sino a la que viene del pueblo-.

Nos interesa más un documental que habla de la Cañada Real, que la última exposición de Damien Hirsch. El minúsculo festival literario de Allariz, que el Hay Festival. A nivel personal puede interesarnos tanto lo uno como lo otro. Pero como medio cultural, sabemos dónde están nuestras prioridades y cuál es nuestra aportación.

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¿Cultura militante o militancia cultural?

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27.12.2023

Aunque no me gusta empezar un artículo con largas explicaciones de por qué lo escribo -y tampoco me gusta empezarlos con adversativas, así que acabo de incumplir dos normas-, en este caso lo considero necesario.

Me pongo a escribir porque he encontrado un interesante hilo en Twitter -yo lo seguiré llamando como me dé la gana, igual que a Prince he seguido llamándole Prince-. Miguel Martínez, entre otras cosas, autor de Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521), escribe lo siguiente: «… la discusión pública de la alta cultura (por decirlo así rápido) está casi exclusivamente en manos de este tipo de intelligentsia dizque liberal de amplio espectro (El cultural, ABC, Babelia)».

En la conversación que genera el tuit de Martínez, participa Alfredo González Ruibal (autor de obras tan interesantes como Tierra arrasada). González Ruibal responde en algún momento del hilo: «Exacto, da la sensación de que los nuevos medios de izquierda asociaron la cultura de los culturales con valores conservadores. Se puede hablar de trap o de series, pero no de ópera o poesía porque es carca».

Y Jónatham F. Moriche añade: «La música clásica no existe en la prensa de izquierdas, salvo por los escándalos (solo @ElSaltoDiario tuvo una efímera sección). La poesía y el teatro solo si son (ostensiblemente) ‘sociales'».

Lógicamente, me he sentido interpelado. No solo participo con artículos de opinión y culturales en uno de esos «nuevos medios de izquierda». Además, dirijo, con Laura Casielles y Bob Pop, El Periscopio, esto es, las páginas........

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