La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Lo dijo Dostoievski, ese profeta-novelista que adelantó todos los demonios que en forma de revolución nihilista habrían de erosionar la moral occidental.

Hace casi una década dos terroristas islamistas asesinaron a 12 periodistas del semanario satírico francés Charlie Hebdó por publicar unas viñetas ofensivas sobre Mahoma. No fue un atentado yihadista más, suscitó una especial indignación en Occidente porque tambaleó una de las patas sagradas de la modernidad: la libertad de expresión.

Por eso sacudieron como nunca al Papa Francisco quienes entienden la libertad como un fin en vez de un medio. Bergoglio exigió respeto para el islam al recordar que la libertad de expresión tiene límites. «Si insultan a mi madre, puede esperarse un puñetazo». Una terrible ofensa para quienes han convertido lo sagrado (Dios) en profano (libertad de expresión) y lo profano en sagrado.

Acaso nada explica mejor el derrumbe moral de Occidente que proclamar la libertad de expresión como un valor absoluto. El laicismo militante de nuestro tiempo ha secuestrado la fe en lo subjetivo, de modo que lo más sagrado es ultrajado bajo la coartada de esa libertad de expresión que incluso llega al disparate de reivindicar un «derecho a la blasfemia».

Los ataques a lo más sagrado no son simples excesos. Enfrente hay dos mil años de civilización católica y no es ninguna broma. Al final todo se reduce a si merece la pena rendirse al mundo moderno. Es la tentación que acecha al católico, que piensa en los muchos disgustos que se ahorraría si se dejara querer cayendo en los brazos de las ideologías imperantes emanadas de la ruptura que trajo la Revolución Francesa. Qué poco costaría mirar hacia otro lado antes que seguir haciéndolo con ojos extraterrestres a la realidad que ha fulminado la moral cristiana en apenas medio siglo. ¡Qué mundo tan diferente del que conocieron nuestros padres y abuelos!

En realidad, el humo de Satanás ha estado desde el principio y aunque cueste reconocerlo los enemigos de la Iglesia no están extramuros. El relativismo lo impregna todo y la Iglesia se muere un poco más cuando los pastores y creyentes tienen miedo a decir la verdad: Jesucristo no está representado en el cartel del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla, tan sólo las obsesiones del autor de tal aberración. El rey va desnudo y los adultos callan.

Pablo VI, sin embargo, habló con claridad a los artistas en la clausura del Concilio Vaticano II: «Si sois los amigos del arte verdadero, vosotros sois nuestros amigos. Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es lo que pone la alegría en el corazón de los hombres».

La pregunta que hoy cabe hacerse es quién defiende a los católicos. No lo hace la Conferencia Episcopal ni sus medios de comunicación oficiales, entregados a la nueva fe de la libertad de expresión y su cáscara vacía relativista. Quien degrada las formas acaba tragando con todo. Julio Martínez Mesanza lo explica mejor en su poema “Exaltación del rito”:

Quien no comprende la razón del rito,

quien no comprende majestad y gesto

nunca conocerá la humana altura,

su vano Dios será la contingencia.

Quien las formas degrada y luego entrega

simulacros neutrales a las gentes,

para ganarse fama de hombre libre,

no tiene Dios ni patria ni costumbre.

Una sociedad que no se revuelve cuando pisotean lo más sagrado es una sociedad adormecida en su letargo. En Sevilla, por cierto, bastaría que un 1% de los que acuden en masa a ver las procesiones reaccionara con el mismo entusiasmo contra el Consejo de Hermandades para frenar esta ofensa. Si hasta Cervantes en El Quijote (imposible no recordar a Amando de Miguel) explica que el primero de los cinco casos que justifica tomar las armas es para defender la fe católica. En palabras de Jesucristo: suave es el yugo de Dios e ingrata la esclavitud al demonio.

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QOSHE - Santísima ira - Javier Torres
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Santísima ira

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28.01.2024

La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Lo dijo Dostoievski, ese profeta-novelista que adelantó todos los demonios que en forma de revolución nihilista habrían de erosionar la moral occidental.

Hace casi una década dos terroristas islamistas asesinaron a 12 periodistas del semanario satírico francés Charlie Hebdó por publicar unas viñetas ofensivas sobre Mahoma. No fue un atentado yihadista más, suscitó una especial indignación en Occidente porque tambaleó una de las patas sagradas de la modernidad: la libertad de expresión.

Por eso sacudieron como nunca al Papa Francisco quienes entienden la libertad como un fin en vez de un medio. Bergoglio exigió respeto para el islam al recordar que la libertad de expresión tiene límites. «Si insultan a mi madre, puede esperarse un puñetazo». Una terrible ofensa para quienes han convertido lo sagrado (Dios) en profano (libertad de expresión) y lo profano en sagrado.

Acaso nada explica mejor........

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