La primera acción del padre quizás tenga que ver con él mismo. En su libro dedicado a San José, el sacerdote Fabio Rosini lo entiende como una «entrada en la grandeza». La vacilación primera está reconocida en las palabras que a José le dedica el Ángel: «No temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo». El temor era el santo temor, miedo a la potencia y la grandeza en la que entraba; miedo a la propia indignidad.

José iba a perder el control de su vida, iba a dar un salto, iba a entrar en «la obra de Dios» o con otras palabras, dicho de otra forma: iba a obedecer a la hipótesis más bella, la más alta; aquello que por su importancia le daba miedo.

El primer paso del padre es ser quien está llamado a ser. Abrirse a los planes más grandes. Acoger quien uno es para acoger después lo por venir.

Es una enseñanza de José que Rosini nos señala, tan colosal en su evidencia inadvertida: hasta Jesucristo necesitó de alguien así. De un padre acogedor; alguien que le protegiera, le educara, le alimentara. Biológicamente hubiera bastado la madre, María, pero solo biológicamente. Para nacer.

Aquí está la fértil actualidad de San José. La necesidad de San José cuando la figura del padre está en entredicho, cuando la ciencia lo hace parecer innecesario, prescindible.

Hay una defensa de la vida, atacada, pero olvidamos a menudo que «la vida nace del encuentro entre masculinidad y feminidad». Asumir esto es, ahora mismo, revolucionario. No se puede defender la vida sin defender sus dos orígenes, sus dos compuestos, sus dos condiciones: lo masculino y lo femenino.

Incluso si el padre no existe, explica Rosini, si absolutizamos a la madre, «quedará siempre en la sombra ese cero coma no sé qué que depende del gameto masculino y que forma parte del código del ADN, presente en cada célula del cuerpo. «Este mínimo porcentaje es fundante para la identidad».

De la contemporaneidad que borra al padre saltamos siglos atrás. Mater semper certa est, pater numquam (la madre siempre es cierta, el padre nunca). La madre es cierta porque la biología la hace evidente, pero no es así en el caso del padre, en el que siempre cabe duda. El padre siempre ha de acercarse al niño y reconocerlo, ese reconocimiento josefino con el que se da nombre, identidad, estirpe; ese acto de reconocimiento fue, durante milenios, «el comienzo del derecho personal».

Padre es el que reconoce y es necesario que un padre reconozca al niño, que lo vea, que asuma su existencia. Reconocer es «acto fundante y paternal».

Son muchas las funciones del padre que José nos enseña. Miremos, en su celebración, estas dos: abrirse él mismo a la grandeza y reconocer a la criatura. Lo primero tiene que ver con aceptar la propia identidad; lo segundo, con asentar la del que nace. Sin reconocimiento, cada célula del cuerpo gritará un desasosiego.

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Necesidad de San José

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19.03.2024

La primera acción del padre quizás tenga que ver con él mismo. En su libro dedicado a San José, el sacerdote Fabio Rosini lo entiende como una «entrada en la grandeza». La vacilación primera está reconocida en las palabras que a José le dedica el Ángel: «No temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo». El temor era el santo temor, miedo a la potencia y la grandeza en la que entraba; miedo a la propia indignidad.

José iba a perder el control de su vida, iba a dar un salto, iba a entrar en «la obra de Dios» o con otras palabras, dicho de otra forma: iba a obedecer a la hipótesis más bella, la más alta; aquello que por su importancia le daba miedo.

El primer paso del padre es ser........

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