Ya pasó con la palabra «brutal», que era muy barcelonesa y se extendió. Eso fue por 2017, era una palabra de cuando el «procés». Todo empezó a ser brutal en los medios, lo bueno, lo malo, lo mucho, lo poco… Era una palabra glutamato que intensificaba, preludio quizás del «literal». Ahora toca señalar otro rasgo catalanoide que se hace madrileño: las gafas de colorines, las gafas como de italiano que se han visto tantísimo en Cataluña. De mediterráneo, que diría Pérez Reverte, que se ha declarado patriota del mare nostrum.

Es uno de esos rasgos propios, diferenciales, como cuando llevaban ropa negra de Antonio Miró, e iban los de ERC, Carod y compañía, o Pep Guardiola todos de un negro esencial, riguroso y minimalista.

Esa elegancia yo creo que no llegó a difundirse tanto como el «brutal», que ya caló, y por eso hay que alertar (esto ya parece una torre vigía del Seprona) de los primeros avistamientos madrileños de las gafas de colores en tertulianos, que son siempre difusores de estas modas.

Las gafas de colores tienen algo de disfraz, pero con los días se pasa el efecto y el individuo que las lleva comienza a poder pasar por arquitecto, por ejemplo. Las gafas de colores distinguen. Elevan al trabajador a un nivel de profesiones liberales esteticistas. Es el nuevo gafapasta, el gafapasta alegre, sin existencialismo alguno. El gafapasta vividor.

Así que en Madrid, donde ya hay bastante hortera, sobreviene el hortera óptico; y esto se va a ver más que en progresistas en derechistas de camino al centro. Ahí se van a ver y ahí ya se han visto, y no solo en Lassalle.

En cierto modo son un acierto, porque la misma persona hace más creíble su centrismo, su suavización, su matización con unas gafas de colores. El madrileño se va barcelonizando.

Es probable que el viaje al centro entrañe ciertos sacrificios estéticos.

Pero esto no viene solo, y esta es la curiosidad del momento. Junto a ese complemento vemos otro que ya está plenamente extendido entre la misma clase y que consiste en llevar la americana con una camiseta debajo, en look arreglado pero informal, que diría Martirio, confiriendo al portador un aire deportivo y una voluntad juvenil como los de Corrupción en Miami. ¿Es un uniforme moral para distinguirse del encorbatamiento del Madrid Vice? ¿La ruptura de un código insoportable? Pudiera pensarse, hasta que uno repara en otra persona que lleva así la americana: Arnaldo Otegui.

Otegui es otro sincorbatista americanizado y así ha entrado en las instituciones. Es el look de Otegui. En Madrid, sin embargo, es prenda de juvenilistas, de muahahas (irónicos), de centristas distanciados, de abiertos al mundo, de no-progres coqueteando muy seriamente con lo progre desde fuera, gente que no va de desarrapada pero que tampoco se va a poner tan seria; que rechaza intelectualmente la camisa de la clase comercial. Hay una evocación quizás de los ochenta, un anhelo de aquella frivolidad sin consecuencias, una ruptura del protocolo (cuius regio, eius religio).

Cuando lo federal o confederal llegue, en Madrid les pillará preparados. Informales y mediterráneos, no habrá mucho contraste. Habrá ya bastantes con el kit de perfecto federalizado: unos llevarán la americana como Bildu y mirarán las cosas entre molduras multicolores (¿quién puede ponerse tajante así?). La convergencia también es estética. El acercamiento es progresivo, en detallitos.

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El kit federal

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17.03.2024

Ya pasó con la palabra «brutal», que era muy barcelonesa y se extendió. Eso fue por 2017, era una palabra de cuando el «procés». Todo empezó a ser brutal en los medios, lo bueno, lo malo, lo mucho, lo poco… Era una palabra glutamato que intensificaba, preludio quizás del «literal». Ahora toca señalar otro rasgo catalanoide que se hace madrileño: las gafas de colorines, las gafas como de italiano que se han visto tantísimo en Cataluña. De mediterráneo, que diría Pérez Reverte, que se ha declarado patriota del mare nostrum.

Es uno de esos rasgos propios, diferenciales, como cuando llevaban ropa negra de Antonio Miró, e iban los de ERC, Carod y compañía, o Pep Guardiola todos de un negro esencial, riguroso y minimalista.

Esa elegancia yo creo que no llegó a difundirse tanto como el «brutal», que ya caló, y por eso hay que alertar (esto ya parece una torre vigía del........

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