La boda de Almeida ha acabado siendo un asunto muy político y una demostración de cómo funciona en España la identificación con los partidos y la relación entre el PP y el PSOE (y sus respectivas esferas).

Sin entrar en nada personal, la boda presentaba algo escandaloso: la retransmisión que de ella hizo la cadena pública Telemadrid, en manos del PP.

Esto era y es un escándalo político, pero la cuestión fue arrollada por una especie de tsunami opinativo en las siguientes horas. Con una gran crueldad se comentó la altura del alcalde, el baile del alcalde, el beso de los novios, el aspecto de las invitadas, las maneras del sobrino, etc. Fue «la gente», anónima o no, pero abrieron la veda tuits de famosos políticos y no políticos. Aquí pudimos ver dos cosas. Por un lado, la saña nada woke o precisamente woke con la que la izquierda observa a la derecha. Ni gordofobia, ni cacofobia (rechazo a los feos), ni enanofobia ni homofobia, pues allí fueron cobrando todos, el gordo, el flaco, el tapón y el suave. El odio político y el rencor social se volcaban en lo personal, en cada detalle humano o indumentario, en una especie de reverso perfecto de lo woke. Toda la capacidad para la poliédrica sensibilidad victimista se convierte, hacia el designado como ‘opresor’, en el puro odio.

Este reverso tenebroso de lo woke (producir tanto odio como se denuncia) se une a otro fenómeno reciente: la politización de lo frívolo. La izquierda ha descubierto hace poco el corazón, la información rosa. El País, que se sentía por encima -como tantos- empezó rectificando con el Sálvame, convertido de repente en aceptable genialidad, y acabó dedicando atención a Tamara. Pero eso ya no es información rosa, sino tendenciosa. Ser cronista rosa ya no es amable, sino algo político especialmente insidioso. Es la apropiación por la izquierda del último sector que le faltaba, otrora en manos de señoras peripuestas y sarasas ancien régime. Se diría que el mismo programa Sálvame se inmoló así, convertido en punta de lanza del feminismo ministerial.

El resultado de todo esto fue que pasadas unas horas, Almeida fue ‘victimizado’ y se despertó hacia él un natural movimiento de defensa en las redes y hasta en la prensa. Comenzaba, a la hora de la recena, el desagravio al novio.

Pero el problema no había sido la boda en sí, lo rancio o no del panorama, los estampados de ellas o la forma de atacar un chotis; el problema era la retransmisión pública del evento privado.

Un asunto que se fue olvidando a medida que el odio progresista (su facción rosa-social) memeficaba a Almeida en su noche de bodas. Tanto vitriolo despertaba una simpatía instintiva hacia el bajito, arrítmico y no especialmente agraciado Almeida y Almeida así… se ayusizaba, reforzado el vínculo empático con su votante.

Y esta es, más o menos, la ‘dialéctica’ habitual entre la izquierda incivil y el PP, especialmente el de Madrid, que la boda resumió y concentró en un fin de semana. En realidad, esos ataques, identificados los bandos sociales y repartidos los papeles, refuerzan al otro; se eterniza una polarización de la que, en cierto modo, viven ambos y de la que no salimos; con algo de tongo ceremonial, como cuando en el fútbol se canta el «que se besen».

La conveniencia de una cosa y otra, de retransmitir la boda y de su posterior viralización, se entiende mejor si tenemos en cuenta que a esas horas, en el País Vasco, Abascal era protegido por la policía entre insultos y amenazas un día más, un año más, una campaña más, para escándalo de casi nadie.

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¡Que se besen, que se besen!

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09.04.2024

La boda de Almeida ha acabado siendo un asunto muy político y una demostración de cómo funciona en España la identificación con los partidos y la relación entre el PP y el PSOE (y sus respectivas esferas).

Sin entrar en nada personal, la boda presentaba algo escandaloso: la retransmisión que de ella hizo la cadena pública Telemadrid, en manos del PP.

Esto era y es un escándalo político, pero la cuestión fue arrollada por una especie de tsunami opinativo en las siguientes horas. Con una gran crueldad se comentó la altura del alcalde, el baile del alcalde, el beso de los novios, el aspecto de las invitadas, las maneras del sobrino, etc. Fue «la gente», anónima o no, pero abrieron la veda tuits de famosos políticos y no políticos. Aquí pudimos ver dos cosas. Por un lado, la saña nada woke o precisamente woke con la que la izquierda observa a la derecha. Ni gordofobia, ni cacofobia (rechazo a los feos),........

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