He leído recientemente en la prensa un artículo que reflexionaba sobre las consecuencias en la caligrafía del alumnado a causa del uso de los ordenadores en la toma de apuntes y la elaboración de trabajos. Queda bien lejos aquella época en la cual los que éramos universitarios utilizábamos folios en blanco –o reciclados, según la época– para escribir los apuntes derivados de las clases o para realizar exámenes. En situaciones de tensión, mis manos siempre me han jugado una mala pasada: sudaba sin parar y manchaba con la tinta el resto de las páginas. Del mismo modo, los trabajos realizados en casa se entregaban pasados a máquina. Algunos incluso, si teníamos conocimientos de mecanografía, nos ganábamos unas pesetas ofreciendo el servicio a otros compañeros. En la actualidad, nada más lejano. Aunque he conocido alguna decisión singular de algún compañero que impide el uso del ordenador en la toma de apuntes en clase, la inmensa mayoría no utiliza el bolígrafo como herramienta básica de las clases.

Las pruebas finales siguen siendo mayoritariamente a mano, con excepción de los llamados exámenes tipo test, con lo cual las universitarias y los universitarios tienen que utilizar su propia letra. Así el artículo referido recogía testimonios de profesores que se quejaban de la difícil interpretación de unos escritos ilegibles, muy lejanos de los modelos de caligrafía que tanto utilizamos en nuestra formación primaria. La falta de práctica puede llevar a la deformación de la letra; si no se utiliza, se pierde velocidad y fluidez en el trazo, aunque nunca olvidamos esta destreza aprendida de pequeños. Con todo, estamos en un momento en el cual en la educación perviven los medios analógicos con los digitales. Recientemente pude observar cómo mi alumnado de asignaturas literarias prefiere la lectura de textos en papel, impresos desde el campus virtual, antes que leerlos en pantalla. El hábito de leer y subrayar en papel sigue presente en nuestros estudiantes. El problema físico aparece con exámenes de desarrollo extenso; es fácil observar entre el alumnado, después de algo más de una hora de escritura, los gestos de dolor o de molestia en la mano.

Sería interesante observar si el desarrollo actual de la Inteligencia Artificial (IA) ha tenido alguna consecuencia sobre los hábitos en la escritura del alumnado. En el artículo en cuestión se comentaba la vuelta a los exámenes manuscritos de algunas materias de ingeniería de la Universitat Politècnica de Catalunya, todo ello para evitar el famoso copia-pega del ordenador. Por este motivo, hay que celebrar la publicación reciente del libro La inteligencia artificial en las universidades: retos y oportunidades (2024) de los autores Andrés Pedreño, Rafael González, Trinidad Mora, Eva del Mar Pérez, Javier Ruiz i Aimée Torres. Así, se apunta que, tras el desarrollo de la IA, “es probable que los métodos convencionales de la educación superior se vean desafiados”. No hay que entender estos avances como un peligro, todo lo contrario, sino como un nuevo reto que puede poner patas arriba los métodos de enseñanza y de evaluación. Os recomiendo la lectura de este monográficos, una especie de informe que busca apuntar las consecuencias o cambios en el modelo de la educación superior. Así, los autores sintetizan en ocho puntos las tendencias y pronósticos de la IA en las universidades: estas instituciones tienen que elaborar políticas y directrices sobre el uso de la IA en la enseñanza, enfocándose “en adaptarla en lugar de prohibirla”. Una segunda conclusión es la adopción de herramientas IA para estudiantes y la personalización de programas académicos. Apuntan también que la toma de decisiones basada en datos se volverá más prominente, lo cual servirá para que las universidades desarrollen estrategias destinadas a mejorar la retención estudiantil, sobre todo en entornos con altas tasas de deserción.

Con este panorama, es obvio que la mayoría de las universidades tendrán que adquirir herramientas de IA desarrolladas por empresas privadas, lo cual repercutirá en la asignación de recursos financieros. Del mismo modo, ahora más que nunca, las universidades tendrán que colaborar en la formación de equipos interdisciplinarios de investigadores para trabajar en IA que busquen formas de enseñar ética de la IA y pensamiento crítico en los estudiantes. Una serie de retos que van más allá, como vemos, del debate si incentivar la toma de apuntes o la realización de exámenes en papel o en soporte digital. Una auténtica revolución que exige el debate inminente sobre la necesidad de adaptar el sistema de enseñanza superior a la realidad digital que nos acontece.

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Universitarias y universitarios sin caligrafía: las consecuencias del mundo digital

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18.01.2024

He leído recientemente en la prensa un artículo que reflexionaba sobre las consecuencias en la caligrafía del alumnado a causa del uso de los ordenadores en la toma de apuntes y la elaboración de trabajos. Queda bien lejos aquella época en la cual los que éramos universitarios utilizábamos folios en blanco –o reciclados, según la época– para escribir los apuntes derivados de las clases o para realizar exámenes. En situaciones de tensión, mis manos siempre me han jugado una mala pasada: sudaba sin parar y manchaba con la tinta el resto de las páginas. Del mismo modo, los trabajos realizados en casa se entregaban pasados a máquina. Algunos incluso, si teníamos conocimientos de mecanografía, nos ganábamos unas pesetas ofreciendo el servicio a otros compañeros. En la actualidad, nada más lejano. Aunque he conocido alguna decisión singular de algún compañero que impide el uso del ordenador en la toma de apuntes en clase, la inmensa mayoría no utiliza el bolígrafo como herramienta básica de las clases.

Las pruebas finales siguen siendo mayoritariamente a mano, con excepción de los llamados exámenes tipo test, con lo cual las universitarias y los........

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