Me cuentan unas compañeras de la Universidad que en los últimos días se han encontrado en sus aulas unos carteles que indican la prohibición de mover las mesas y las sillas. Una paradoja en la estrategia docente de trabajar con el alumnado en grupo, donde la visibilidad de cada uno de sus componentes es importante para la consecución de diversas actividades prácticas. Este es un debate que a menudo se instala entre los responsables de las instalaciones y la práctica docente. Cierto es que, tras un movimiento de mobiliario, el profesorado tenemos que asegurar que todo vuelve a su situación inicial para la realización posterior de clases donde seguramente necesitan una disposición más habitual de estos objetos. Sé que la gran mayoría de mis colegas son conscientes y dejan todo preparado cuando finalizan sus clases, pero en algunas ocasiones tal vez no es así.

Los carteles en cuestión me han llamado la atención por la utilización de un verbo de tanta rotundidad como prohibir. Entendemos, pues, que se ha generado una nueva normativa o simplemente se trata de un exceso de celo de sus responsables, cansados seguramente de tener que reacondicionar las aulas de manera constante. Curiosamente, estamos frente a la base de la expresión en sentido figurado mover la silla. Así, nos referimos a una acción o estrategia para cambiar la dinámica o el equilibrio de poder en una negociación o interacción en grupo. Como una especie de eufemismo, describimos la acción de modificar la posición o influencia de una persona de manera sutil pero efectiva. Centramos la atención en un objeto de uso extendido que se convierte en símbolo de autoridad y de liderazgo. La silla como una especie de trono que se asocia a menudo con el poder y el control. Del mismo modo, puede simbolizar la posición social o política de las personas. Una localización concreta de un nuevo miembro de un gobierno que se sienta en la mesa de reuniones o en un acto concreto puede sugerir un cambio de rumbo y de promoción de quien ocupa el asiento. Por el contrario, la presencia de una silla vacía puede marcar la ausencia de alguien o de algo, un efecto muy recurrente en espacios artísticos, tanto plásticos como teatrales.

Ejemplos en la historia tenemos muchísimos. Así, por ejemplo, la crisis de Ucrania precedente a la actual, cuando Rusia se anexionó Crimea y se inició la trayectoria separatista de las regiones de Donetsk y Lugansk en el 2014, tuvo como consecuencia un cambio de estrategia de los actores internacionales que formaban parte. Movieron, pues, la silla, en tanto que modificaron el equilibrio de poder en estos territorios. Mientras que Rusia incrementó su poder en la región, varios países occidentales estaban tratando de mover la silla para contrarrestar la influencia del país en cuestión. Ucrania fue desplazada de su situación inicial. En un ámbito más cercano, hemos visto ejemplos de este tipo de movimientos en el ámbito de la política, como el cambio de liderazgo en el Partido Popular de Pablo Casado, a quien le movieron la silla en beneficio de su actual responsable. En los últimos días, frente a la posible concreción de un nuevo gobierno progresista, podemos leer en la prensa titulares como “Errejón se prepara para mover la silla de ministra a Mónica García” o “Génova descarta que Ayuso quiera moverle la silla a Feijóo”. Un sentido figurado del lenguaje que resume los diversos movimientos que pueden concretarse para realizar un cambio en el equilibrio del poder de diversas entidades u organizaciones.

Partimos, pues, de una realidad cambiante, donde las sillas se mueven y se seguirán moviendo. La gestión política basa su alternancia en este movimiento de figuras y de liderazgos lógicos para el avance y la actualización de los mecanismos de poder a los cambios de la sociedad. Desterremos, pues, el sentido peyorativo del término al cual nos referimos; todo cambio implica una estrategia previa de planificación para asumir las mejores condiciones del relevo. Nadie puede eternizarse en sus funciones sin tener el más mínimo debate o sentido crítico de su entorno que puede conllevar al cambio de responsabilidades. Del mismo modo, entendamos que los movimientos de sillas y del resto del mobiliario de un aula no son acciones fortuitas con el fin de desordenar el espacio, sino elementos complementarios de la promoción de la participación y de la interacción entre nuestro alumnado. Si queremos mejorar las condiciones de la docencia, cuando se es necesario, no pongamos freno a unos cambios momentáneos que serán corregidos nada más se acabe la actividad en cuestión. Asumamos todos y todas con responsabilidad la mejora de nuestra docencia y el respeto a los espacios compartidos, aunque sea a costa de mover y remover las sillas en cuestión.

QOSHE - Mover la silla - Carles Cortés
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Mover la silla

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02.11.2023

Me cuentan unas compañeras de la Universidad que en los últimos días se han encontrado en sus aulas unos carteles que indican la prohibición de mover las mesas y las sillas. Una paradoja en la estrategia docente de trabajar con el alumnado en grupo, donde la visibilidad de cada uno de sus componentes es importante para la consecución de diversas actividades prácticas. Este es un debate que a menudo se instala entre los responsables de las instalaciones y la práctica docente. Cierto es que, tras un movimiento de mobiliario, el profesorado tenemos que asegurar que todo vuelve a su situación inicial para la realización posterior de clases donde seguramente necesitan una disposición más habitual de estos objetos. Sé que la gran mayoría de mis colegas son conscientes y dejan todo preparado cuando finalizan sus clases, pero en algunas ocasiones tal vez no es así.

Los carteles en cuestión me han llamado la atención por la utilización de un verbo de tanta rotundidad como prohibir. Entendemos, pues, que se ha generado una nueva normativa o simplemente se trata de un exceso de celo de sus responsables, cansados seguramente de tener que reacondicionar las aulas de manera constante.........

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