Justo Vila (Helechal de los Montes, 1954) es uno de los escritores extremeños más importantes. Lo creo así desde que publicó La agonía del búho chico (1994), evocación de la lucha contra el franquismo de un grupo del maquis radicado en la Siberia extremeña. Califiqué como “perfumes de serranía” el hálito trasmitido por dicha narración, impregnada de veracidad histórica y culto al ámbito ecológico donde se desarrolla.

Futuras entregas vendrían a confirmar que estamos ante un novelista de raza, siempre tan atento a los avatares sufridos por las clases populares, como al contexto sociopolítico en que han venido desarrollándose sus esfuerzos para eliminar las injusticias históricas padecidas. Así lo han demostrado sus novelas (Siempre algún día, 1998; La memoria del gallo, 2001; Lunas de agosto, 2006; Mañana sin falta, 2019; La calle del medio, 2021) y ensayos (Extremadura; la guerra civil, 1983; La guerrilla antifranquista en Extremadura, 1986; El movimiento guerrillero de los años cuarenta, 1990; Badajoz, agosto de 1936, 1997), sin olvidar sus numerosos “libros de viaje” (me quedo especialmente con Tentudía: La montaña mágica).

Cuantos conocemos al autor, apreciamos la sinceridad de las convicciones que lo inspiran, originadas en profundas vivencias personales. Hijo de jornalero, emigró con la familia a Asturias, desde donde regresó al terruño para estudiar bachillerato, magisterios e Historia y Geografía, compaginándolo con diferentes trabajos manuales, hasta llegar a dirigir la Biblioteca de Extremadura. Militante del PCE y de CC.OO.; concejal del Ayuntamiento pacense por el PSOE entre 1999-2003, ha presidido ASPACEBA (Asociación de Paralíticos Cerebrales de Badajoz), siendo patrono o socio de otras entidades en favor de las personas discapacitadas.

Justo Vila supo siempre combinar y trasmitir en sus obras el compromiso indefectible con los menos favorecidos, rehuyendo actitudes maniqueístas, con el culto a la palabra, demostrando que se pueden combinarse la defensa de ideales y el esfuerzo por construir obras de gran valor literario.

Así lo vuelve a confirmar su entrega última. El “efecto Mandela” es un fenómeno de piscología colectiva, especialmente perceptible en lugares cerrados, como las cárceles, entorno donde tantos lustros sufriría el líder que le da nombre. Consiste en una suerte de confabulación por la que múltiples personas coinciden en evocar como reales recuerdos de experiencias jamás vividas.

Se produce en la prisión de Badajoz, la Raya según el texto, cuyos intríngulis tan bien conoce el novelista por haber ejercido allí como maestro durante varios lustros. Son justamente los retratos de los personajes que la habitan, con las causas que hasta allí los han conducido, el núcleo de esta obra coral. Contrabandistas, violadores, políticos corruptos, testaferros, rateros y otros especímenes irán mostrándonos sus desgracias.

El autor los presenta en condiciones ideales, reviviendo una utopía que a la postre resulta frustrada. La alta Administración ha decidido establecer la autogestión, de forma que los funcionarios desparecen y son los mismos presos quienes se encargarán, asambleariamente, de los módulos. Pronto se reproducirán los clásicos males de la prepotencia y humillaciones inmisericordes de los más débiles. Se repiten las frustantes fórmulas del “centralismo democrático”.

Muchos entran y salen de la cárcel, lo que facilita al narrador describir cómo se vive en la ciudad. Como casi todos proceden de las zonas más deprimidas, es el Badajoz antiguo, la Plaza Alta, el marco de referencial, con numerosas alusiones tanto a su pasado, como a los decenios últimos.

Llama la atención el uso del habla coloquial, tanto en los diálogos expresos o implícitos, como en las anotaciones del narrador omnisciente, que se identifica de forma clara con el propio autor. Refranes, dichos, tópicos y frases hechas se multiplican, dándole a la novela ese toque cervantino también perceptible en el tratamiento piadoso de los protagonistas. El joven Adel, compañero de celda de Ramiro, exalcalde, se erige en figura sobresaliente, cuya niñez rural faculta la evocación del campo extremeño y sus problemas tradicionales. Los amigos gitanos nómadas abren puerta a ese realismo social, que se combina a menudo con apuntes mágicos, oníricos o surrealistas, alcanzándose así los pasajes más brillantes. La fuga imposible de aquel auténtico patio de Monipodio, a través de un túnel que el Guadiana anegará, supone el cénit del desamparo.

Finalmente, agostada la utopía carcelaria, volverán a imponerse las estructuras tradicionales de la Administración.

Justo Vila, El efecto Mandela. Madrid, Trifaldi Producciones, 2024.

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06.04.2024

Justo Vila (Helechal de los Montes, 1954) es uno de los escritores extremeños más importantes. Lo creo así desde que publicó La agonía del búho chico (1994), evocación de la lucha contra el franquismo de un grupo del maquis radicado en la Siberia extremeña. Califiqué como “perfumes de serranía” el hálito trasmitido por dicha narración, impregnada de veracidad histórica y culto al ámbito ecológico donde se desarrolla.

Futuras entregas vendrían a confirmar que estamos ante un novelista de raza, siempre tan atento a los avatares sufridos por las clases populares, como al contexto sociopolítico en que han venido desarrollándose sus esfuerzos para eliminar las injusticias históricas padecidas. Así lo han demostrado sus novelas (Siempre algún día, 1998; La memoria del gallo, 2001; Lunas de agosto, 2006; Mañana sin falta, 2019; La calle del medio, 2021) y ensayos (Extremadura; la guerra civil, 1983; La guerrilla antifranquista en Extremadura, 1986; El movimiento guerrillero de los años cuarenta, 1990; Badajoz, agosto de 1936, 1997), sin olvidar sus numerosos “libros de viaje” (me quedo especialmente con........

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