La entrega de las Medallas de Oro de Salamanca no tuvo, quizá, la solemnidad de otras ocasiones, pero sí el punto de emoción que un acontecimiento así debe tener. Fue emocionante escuchar a Pedro Gutiérrez Moya que el «Niño de la Capea» se hizo en la cara del toro, pero también en las penurias de Chamberí, donde comenzó a amasar su rebeldía y responsabilidad. Lo fue escuchar a Antonio Huertas, presidente de Alumni, una reflexión según la cual los que vienen de fuera a estudiar se contagian del carácter salmantino y los salmantinos también nos hacemos al modo de esos alumnos foráneos. Me emocionó sentir la emoción que Jorge D´Alessandro expresó en la presentación y que uno cree que le tenía desbordado. Le entiendo. Le admiro. Admiro a los tres.

Carlos García Carbayo aludió a la Salamanca «global» y ellos lo son: la Universidad de Salamanca es universal, como Pedro Gutiérrez y D'Alessandro. Salga por ahí fuera y cite sus nombres. Marca «Salamanca» se ha dicho. Pues venga. El diestro fue sin duda el que más pasiones levantó, al fin y al cabo, había una espléndida representación de ese Campo Charro que es la casa del ayer torero y hoy también ganadero: Sánchez Marcos, Charro, Marín, Pérez-Tabernero, López Chaves… Y sobre estos apellidos era visible desde cualquier ángulo del Liceo la nívea cabellera del gran maestro, Santiago Martín, «El Viti». Su Majestad. Estaba a pocos metros de Pedro Díaz (¡viva el presidente!), y los también empresarios Juan Mari López y Sánchez Aguilar, ambos buenos golfistas. Más adelante estaba la colonia política encabezada por José Antonio Bermúdez de Castro, vicepresidente primero del Parlamento, o el consejero de Cultura, Gonzalo Santonja, que ha hecho de la tauromaquia bandera en la Comunidad. Al lado tenía a Julio López, director de Comunicación de la Junta y en otro tiempo el concejal que leía los méritos de la concesión de las Medallas en un formato más solemne, como he dicho.

Hubo toreo de salón y tuna, aunque mucho que temo que el «triste y sola se queda Fonseca» se refiera al Fonseca compostelano, que no deja de ser de la familia. Pero si algo me emocionó profundamente fue el saludo torero, lleno de liturgia, profundidad, respeto y responsabilidad con el que Pedro, el maestro, agradeció los aplausos y la distinción, como si acabara de rematar triunfal una faena con trofeos y vuelta al ruedo. Le faltó muy poco a Bernardino Basas, torero aficionado y aficionado taurino de libro, para levantarse y gritar un ole infinito desde su platea.

A la salida, los asistentes se deseaban felices pascuas, que es lo que toca. Es Nochebuena en un momento en el que quizá el «Noche de Paz» sea una canción subversiva. Supongo que los pastores serán avisados del Nacimiento con la campana ledesmina de Santa María y los de Montemayor del Río subirán a las montañas que les rodean para avisar del feliz natalicio en Belén, en un espacio hoy amenazado por las bombas. Visitaré otro año más ese nacimiento único representado en la portada catedralicia e iré a cumplimentar a Isacio, Josepho y mi tocayo Jacobo, los tres pastores de Belén, que encontraron descanso eterno en Ledesma. Y echaré de menos, naturalmente, a las turroneras albercanas de los Portales de San Antonio, aunque queda ahí su recuerdo en forma de escultura y también en la mesa. La genial Mari Luz Lorenzo ha vuelto a hacer de las suyas con sus turrones de fantasía: qué sería de mi Navidad y Lunes de Aguas sin ella.

Y me pregunto si no será buena idea que el rector Ricardo Rivero, también presente en el Liceo, proponga la creación de una escuela de mediadores, verificadores o relatores en la Universidad de Salamanca. Quizá sea el momento de que todos pongamos un verificador en nuestra vida, que nos acompañe al médico o a hacer la compra de estos días. Igual que de pequeño nos acompañaba el ángel de la guarda, ahora puede hacerlo un verificador, que tome nota de las ocurrencias del cuñado de turno y de las promesas electorales que nos hagan llegado el momento.

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24.12.2023

La entrega de las Medallas de Oro de Salamanca no tuvo, quizá, la solemnidad de otras ocasiones, pero sí el punto de emoción que un acontecimiento así debe tener. Fue emocionante escuchar a Pedro Gutiérrez Moya que el «Niño de la Capea» se hizo en la cara del toro, pero también en las penurias de Chamberí, donde comenzó a amasar su rebeldía y responsabilidad. Lo fue escuchar a Antonio Huertas, presidente de Alumni, una reflexión según la cual los que vienen de fuera a estudiar se contagian del carácter salmantino y los salmantinos también nos hacemos al modo de esos alumnos foráneos. Me emocionó sentir la emoción que Jorge D´Alessandro expresó en la presentación y que uno cree que le tenía desbordado. Le entiendo. Le admiro. Admiro a los tres.

Carlos García Carbayo aludió a la Salamanca «global» y ellos lo son: la Universidad de Salamanca es universal, como Pedro Gutiérrez y D'Alessandro. Salga por ahí fuera y cite sus nombres. Marca «Salamanca» se ha dicho. Pues venga. El diestro fue sin duda........

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