La ausencia de España en la película «Napoleón», de Riddley Scott, hace que falte unos instantes a la convalecencia de mi operación de vesícula, porque el asunto me parece triste. Si no está España, tampoco están Ciudad Rodrigo, Tamames, Alba de Tormes, Salamanca o Arapiles, hitos bélicos con los que me he encontrado estos días post vesiculares releyendo el cuarto volumen de la Historia de Salamanca editada por el Centro de Estudios Salmantinos años atrás, en el que el investigador Ricardo Robledo nos lleva de los cañones a la mantequilla, de la guerra a su economía, que el asunto de los dineros de aquella guerra tiene mucha cola por lo que perdimos y dejamos de perder. Por aquí tuvimos a los mejores generales y mariscales de la «Grande Armée» y todos se llevaron lo suyo, en todos los sentidos, y esto determinó el curso de aquellas guerras napoleónicas. Después vino Waterloo, pero después. Salamanca quedó hecha unos zorros, pero Napoleón tampoco se fue de rositas, aunque el XIX español y salmantino fue tremendo intentando reconstruir por un lado y evitando las cacicadas de Fernando VII por otro, y sin embargo es mi siglo favorito. Siglo durísimo para Salamanca, que termina con Miguel de Unamuno llegando a estas calles y comparando Salamanca con una gran señora a la que le huelen los pies. La Universidad de Salamanca le va a investir honoris causa a título póstumo, como ya hiciese con Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Unamuno fue un contribuyente excepcional al rescate de un Estudio destrozado por la Guerra de la Independencia y todas las crisis imaginables posteriores, así que por este lado está muy bien el reconocimiento. Aún hoy, don Miguel sigue dándonos prestigio, materia para pensar y materiales para la investigación, como han vuelto a demostrar los Rabaté con otro libro bajo el brazo. También hoy, todavía, la Guerra de la Independencia sigue entre nosotros. El Cerro de San Vicente, uno de los grandes escenarios bélicos salmantinos, acogerá un centro dedicado a la Salamanca desaparecida, que lo es, en buena medida gracias a aquella guerra y sus consecuencias. Los franceses derribaron edificios históricos para hacer fortines y los de Wellington los cañonearon hasta convertirlos en caídos, que así se llama la plaza pegada a la Facultad de Ciencias, hecha sobre restos humeantes de la contienda. Luego vinieron desamortizaciones, expolios y reutilización de aquellas venerables piedras testigos de la Guerra. Algunos de nuestros edificios, como ya he contado, se hicieron con aquellos sillares y paseamos entre ellos todos los días. Y ahora va Ridley Scott y nos ningunea, y eso que aquí le agasajamos cuando vino con Gerard Depardieu y Sigourney Weaber a rodar «1492 La conquista del Paraíso», hicimos la vista gorda a según qué acciones en el patrimonio y hasta le despedimos en el Ayuntamiento con todos los honores. Por cierto, leyendo a Ricardo Robledo uno descubre que no es oro todo lo que reluce con Wellington, que sí sale en la película. El lado oscuro del Duque es muy oscuro e interesante.

Wellington se llevó de Salamanca honores y honores tendremos esta semana en el Paraninfo, con la emérita Reina Sofía entregando el premio poético de su nombre y la compañía de Yolanda Díaz. Cita importante en el recinto que vio cómo se entregaba no hace mucho otro honoris causa honorífico. Todo será en el Paraninfo, la entrega del premio y el honoris causa a Unamuno, donde se celebró el centenario del de Teresa de Jesús, que también continúa dando que hablar y siendo materia de cine, y de teatro. Ahora es la gran Blanca Portillo quien encarna a la de Alba, dirigida por Paula Ortiz, mientras espera al inquisidor que tiene que determinar su futuro. La película es apabullante, me dicen, y quizá la alcaldesa de Alba de Tormes, Concepción Miguélez, eche el lazo para que la villa no se quede al margen, como Salamanca en «Napoleón».

Me vuelvo a la cama.

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QOSHE - Napoleón - Santiago Juanes
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Napoleón

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26.11.2023

La ausencia de España en la película «Napoleón», de Riddley Scott, hace que falte unos instantes a la convalecencia de mi operación de vesícula, porque el asunto me parece triste. Si no está España, tampoco están Ciudad Rodrigo, Tamames, Alba de Tormes, Salamanca o Arapiles, hitos bélicos con los que me he encontrado estos días post vesiculares releyendo el cuarto volumen de la Historia de Salamanca editada por el Centro de Estudios Salmantinos años atrás, en el que el investigador Ricardo Robledo nos lleva de los cañones a la mantequilla, de la guerra a su economía, que el asunto de los dineros de aquella guerra tiene mucha cola por lo que perdimos y dejamos de perder. Por aquí tuvimos a los mejores generales y mariscales de la «Grande Armée» y todos se llevaron lo suyo, en todos los sentidos, y esto determinó el curso de aquellas guerras napoleónicas. Después vino Waterloo, pero después. Salamanca quedó hecha unos zorros, pero Napoleón tampoco se fue de rositas, aunque........

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