El invierno salmantino era así antes de que el clima se alborotase. Las madres rezongaban porque las nieblas y heladas impedían que la ropa se secara en las cuerdas y por la mañana las prendas aparecían tiesas como cartones o pieles al sol. Entonces, el recurso era –a falta de secadoras—poner las prendas más necesarias al calor del brasero. En las obras lo normal era llegar y encender una hoguera a la que ir de vez en cuando a calentarse, sobre todo en el momento del bocadillo y había incluso quien se hacía a esa lumbre un chorizo o calentaba restos del cocido del día anterior.

A falta de calefacción, en las aulas la maestra de vez en cuando invitaba a algún alumno a sentarse en su mesa y calentarse con su braserillo. Y así podría seguir relatando algunos recuerdos de mi infancia sesentera que estos días he comentado con algunos de la época. Eran tiempos de camisetas interiores y jerséis de lana, abrigos de paño bejarano y dos pares de calcetines, zapatos «Gorila» y de algún que otro sabañón. Hay quien dice –equivocadamente—que el Tormes se candaba todos los años por las heladas, igual que todos los años nevaba e íbamos por la calle con nieve hasta las rodillas y amenazados por los carámbanos que colgaban como espadas de Damocles de los canalones. No es cierto. El Tormes se candaba cuando las temperaturas eran inusualmente bajas y el río traía poca agua. El invierno salmantino, dicen las estadísticas, era frío y seco. Y los años recientes de nieves copiosas pueden contarse con los dedos de la mano, creo que el último fue a cuenta de la famosa «Filomena». El «Informe Madoz» fechado entre 1848 y 1850 cuando habla del clima salmantino afirmaba entonces que era desigual y frío» dando como consecuencia que las enfermedades más comunes fuesen las afecciones del pecho, así que esto del frío no es nuevo. A principios de los años sesenta este diario ya decía algo parecido a lo que he dicho antes, que el Tormes no se «candaba» como lo hacía antes y si nos remontamos en el tiempo leemos que en invierno traía el agua que le daba la gana y en verano era un arroyo o menos dando lugar a las «turbias», que provocaban problemas en el abastecimiento de agua. El pantano de Santa Teresa y otras intervenciones vinieron a resolver el problema en parte, porque luego fue necesario meterse con la potabilizadora… En fin, entre las brumas de la memoria recuerdo en efecto inviernos de nieblas y heladas como lo más normal, así que esto que tanto espanta a algunos es lo que antes llamábamos sencillamente invierno.

No sabría decir si la Navidad era el momento más frío del año, pero sí que febrero era un mes horrible, cuyo único mérito era su brevedad con relación a otros meses. Quizá los del tiempo de Matacán o la Facultad de Físicas puedan sacarnos de dudas con más precisión. Pero si alguien vivía las inclemencias del tiempo y las irregularidades del Tormes de una forma especial eran las lavanderas por el frío de las aguas en invierno y la escasez en verano. Bien merece aquel colectivo emprendedor, sufrido y solidario un homenaje y de paso un libro, a mi modo de ver. Por lo demás, la Literatura clásica ya advierte de que las aguas del río, frigidísimas, provocaban sarna en los incautos estudiantes, como le pasó a Marcos de Obregón, al que espantó el frío salmantino. Y si alguien, que de todo hay, se aprovechaba de ese frío local eran los chacineros y matanceros que hacían su oficio en la propia capital, en calles bien céntricas, incluso, porque es bien sabido que para la matanza no hay nada como el frío.

El caso es que este frío y su niebla es lo que antes llamábamos invierno, y resulta ser lo normal. Pero ya sabemos que lo normal en estos días no es lo corriente y así vivimos en permanente sorpresa. Creo, personalmente, que no hay nada como pasar el calor que hemos pasado meses atrás para celebrar el frío invernal, y que también es preciso pasar el frío de estas fechas para valorar el calor cuando llegue. Cada cosa en su momento. Y de todas formas, paciencia porque el frío pasará más pronto que tarde.

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QOSHE - Antes era invierno - Santiago Juanes
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Antes era invierno

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27.12.2023

El invierno salmantino era así antes de que el clima se alborotase. Las madres rezongaban porque las nieblas y heladas impedían que la ropa se secara en las cuerdas y por la mañana las prendas aparecían tiesas como cartones o pieles al sol. Entonces, el recurso era –a falta de secadoras—poner las prendas más necesarias al calor del brasero. En las obras lo normal era llegar y encender una hoguera a la que ir de vez en cuando a calentarse, sobre todo en el momento del bocadillo y había incluso quien se hacía a esa lumbre un chorizo o calentaba restos del cocido del día anterior.

A falta de calefacción, en las aulas la maestra de vez en cuando invitaba a algún alumno a sentarse en su mesa y calentarse con su braserillo. Y así podría seguir relatando algunos recuerdos de mi infancia sesentera que estos días he comentado con algunos de la época. Eran tiempos de camisetas interiores y jerséis de lana, abrigos de paño bejarano y dos pares de calcetines, zapatos «Gorila» y de algún que otro sabañón. Hay quien dice........

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