«En el día de hoy» es el título de una estupenda novela con la que el periodista y escritor leonés Jesús Torbado ganó el premio Planeta allá por 1976. Imaginando un escenario distópico, al estilo de las series actuales, el título aludía al inicio del último parte de la Guerra Civil española, el único que escribió Franco de su puño y letra y en el que desde Burgos declaraba oficialmente el final de la Guerra Civil. Y justamente aquel parte tan breve, aquellas veinticuatro palabras demoledoras que muchos españoles terminamos por aprender de memoria por su trascendencia histórica, se publicó «en el día de hoy», 1 de abril de un año que no quiero acordarme de un tiempo muy, muy lejano.
O no tan lejano. Llevamos una semana en Castilla y León con los pasos procesionales empapados pero también con el gallinero político alborotado por la proposición de Ley de Concordia, registrada en las Cortes por los grupos parlamentarios de PP y Vox. La norma persigue, según sus promotores, «dar el mismo tratamiento a todas las víctimas políticas del período comprendido entre 1931 y 1978»; deroga el Decreto llamado de la Memoria Histórica y Democrática de 2018 para equiparar a efectos de reparación las víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura de Franco, que ya estaban en el foco de aquella norma, con las de la II República.
Estamos ante uno de los evidentes peajes que el partido que lidera Alfonso Fernández Mañueco se ve afrontado a pagar para mantenerse en el Gobierno, y el hecho resulta obvio porque carece de todo sentido que una vez que el partido que lideraba Juan Vicente Herrera estableciera la mirada oficial de la Junta sobre los desmanes de la Administración que deben ser reparados en nuestra historia reciente, toque apenas seis años reenfocar tal mirada. Una rápida comparación entre la composición de los Gobiernos regionales de 2018 y 2024 nos ayuda a despejar la ecuación.
La x está en Vox y en su voluntad de echar tierra sobre 40 años de dictadura que lastraron la historia de España, cercenaron las libertades de los españoles y sumieron a un país en la oscuridad ideológica y el temor irracional a la ira de Dios. Fuimos durante décadas los talibanes de Europa, no lo olvidemos, y muchas vidas inocentes de gente de bien quedaron por el camino. Entre otras consideraciones, esta ley que ahora cocinan PP y Vox iguala la gravedad de los abusos de un golpe en estado en esencia injusto, una guerra civil y 36 años y pico de dictadura a las muchas irregularidades ocurridas en la II República, el primer y fallido intento serio de experiencia democrática en nuestra historia que, a la postre, descarriló por sus prisas, sus propias imperfecciones y por la inercia de un país que no estaba preparado para ello. Y a nadie se le escapa que, sabiendo los legisladores que la abrumadora mayoría de unas víctimas pertenecían a la ideología contraria, ahora desean que sean honradas las propias. Traducido con crudeza al castellano (y leonés): «Vuestros muertos, nuestros muertos».
Sánchez se tragó sus promesas y hoy se rinde a los independentistas para poder gobernar haciendo tambalearse los pilares éticos del Estado de Derecho. Pero en Castilla y León vivimos también un pacto de conveniencia inspirado en la misma escuela de Maquiavelo que enseñó que «el fin justifica los medios». Ochenta y cinco años después de aquel parte de guerra, hay quien se afana en maquillar el pasado ideando nuevos filtros de Instagram para rejuzgar los capítulos más negros de nuestra historia. Ojalá pusieran el mismo celo en explicarlos a las nuevas generaciones, para las que el franquismo no es más que un rollo que se toca deprisa y corriendo a fin de curso. Si da tiempo.
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