Decía Winston Churchill que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. La conocida frase refleja el hecho de que la democracia no es perfecta (los sofisticados mecanismos que la permiten –separación de poderes, libertad de expresión, derechos fundamentales, pluralismo político– apenas admiten margen de error) y que, sus principales protagonistas, los ciudadanos, no siempre tienen la capacidad discriminatoria para elegir a los mejores gestores de lo público.

A pesar de un general consenso con el pensamiento de Churchill, la democracia no ha sido precisamente el sistema de gobierno más habitual a lo largo de la historia. Concebida por los atenienses como democracia directa (no representativa) propició el periodo más sobresaliente de la cultura griega hasta que se eliminó cuando Esparta derrotó a Atenas. En la República romana hubo un atisbo de pseudodemocracia en tiempos de Cicerón, pero pronto derivó hacia un gobierno autocrático sobre el que se levantó el Imperio romano. Desde entonces y hasta el siglo XX la democracia desapareció de la historia. Durante más de veinte siglos los países se han gestionado de manera autoritaria y fundamentada, las más de las veces, en la ley del más fuerte. A los gobernantes ni siquiera se les pasó por la cabeza la posibilidad de que sus súbditos pudiesen tomar decisiones políticas. La democracia resurgió en el siglo XX de la mano de la Revolución Industrial en Inglaterra. El crecimiento económico borró las antiguas distinciones de clase y amparó el nacimiento de una clase media capacitada para dar estabilidad a las nacientes democracias apoyando a las opciones moderadas que garantizaban el estatus de bienestar recién adquirido por gran parte de la población.

Tras la I Guerra Mundial la democracia parecía destinada a ser la norma en unas naciones que disfrutaban de paz y bienestar en sólidos estados de derecho. Sin embargo, además del rechazo de la democracia que hacen el comunismo y las teocracias islámicas (sin controles que limiten su maniobrabilidad frente a los países con garantías constitucionales), dentro de las democracias aparecen movimientos que ponen en evidencia su innata fragilidad, llegando incluso al extremo de inmolar el propio sistema con el voto de los ciudadanos. Así ocurrió, por ejemplo, con Hitler en Alemania, con Perón en Argentina o Hugo Chávez en Venezuela. Las sociedades suelen ser olvidadizas en la medida que son ignorantes y tienden a dejarse convencer con arengas populistas que les prometen todo a cambio de nada, aún a riesgo de provocar la degeneración de la democracia en demagogia. Estamos en manos de políticos sin principios cuyo único objetivo es permanecer en el poder aún a costa de traicionar las esperanzas de quienes les votaron. O luchamos por reformar la democracia o, como los atenienses, pronto la veremos morir.

QOSHE - Sobre la democracia - Manuel Sánchez Ledesma
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Sobre la democracia

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11.02.2024

Decía Winston Churchill que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. La conocida frase refleja el hecho de que la democracia no es perfecta (los sofisticados mecanismos que la permiten –separación de poderes, libertad de expresión, derechos fundamentales, pluralismo político– apenas admiten margen de error) y que, sus principales protagonistas, los ciudadanos, no siempre tienen la capacidad discriminatoria para elegir a los mejores gestores de lo público.

A pesar de un general consenso con el pensamiento de Churchill, la democracia no ha sido precisamente el sistema de gobierno más habitual a lo largo de la historia. Concebida por los atenienses como democracia directa (no........

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