Mientras el mundo entero vivía aquel sábado 9 de noviembre, para Francia era 18 de Brumario. Ese día Napoleón puso fin a la revolución francesa. Los ilusos que la habían liderado 10 años antes, aquel borrascoso 14 de julio con la toma de la bastilla, habían fallecido a manos de la turba enfurecida o por la misma guillotina con la que decapitaron la monarquía. El desprestigio y la corrupción de los líderes del directorio, a la sazón el poder detrás del fenómeno revolucionario, obligaron a Napoleón al golpe de estado. Solo cinco años después el pequeño corzo, enemigo de la monarquía, le quitó de las manos la corona al papa para coronarse él mismo como emperador y terminar falleciendo en el olvido y el destierro tiempo después. La revolución cambió la historia. Entretanto, la cruda realidad fue que el poder pasó de la monarquía a unos oligarcas igual o más corruptos para que la pobreza siguiera siendo propiedad de los mismos indigentes descritos por Víctor Hugo, pero 10 años más miserables.

Algo parecido ocurrió hace más de 100 años cuando la revolución llegó en tren a San Petersburgo de la mano de Lenin. La revolución acabó con los zares, incendió a Rusia, generó miles de muertos, pero pocos años después solo logró que sus máximos líderes, Lenin y Trotski, terminaran uno muerto y otro en el exilio mientras una camarilla de bolcheviques se mataba por el poder manteniendo al pueblo en la pobreza. El espacio no da para resumir la revolución cubana o la nicaragüense, en las cuales los Castro y Ortega se perpetuaron en el poder para hacerlo igual o peor que los Batista y Somoza mientras asesinaban, encarcelaban o expatriaban a sus propios compañeros de revolución. Ni para qué mencionar el caso venezolano.

En contravía, un 25 de abril, hace 50 años, Celeste caminaba cabizbaja rumbo a su inquilinato. Las decisiones del reaccionario gobierno obligaron a su jefe a cerrar ese día el restaurante. Al cruzar la esquina se topó con una columna de soldados y tanques de guerra golpistas. Un nervioso y jovencito soldado le pidió un cigarrillo. Ella se encogió de hombros, solo tenía las flores de temporada que repartían en el restaurante. Sin pensarlo le dio un clavel rojo al incrédulo recluta quien instintivamente lo puso en el cañón de su fusil. Celeste ubicó el resto de sus claveles rojos en los fusiles del pelotón. Dicen los que saben que el ejemplo cundió por toda la ciudad y así, sin un disparo, “la revolución de los claveles” derrocó una dictadura de cinco décadas que oprimía a Portugal. Hay muchas formas de marchar y hacer una revolución, lo decía Kennedy: “Los que hacen imposible la revolución pacífica harán inevitable la revolución violenta”.

*Profesor Universidad de Cartagena.

QOSHE - Aló, presidente - Carmelo Dueñas Castell
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Aló, presidente

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24.04.2024

Mientras el mundo entero vivía aquel sábado 9 de noviembre, para Francia era 18 de Brumario. Ese día Napoleón puso fin a la revolución francesa. Los ilusos que la habían liderado 10 años antes, aquel borrascoso 14 de julio con la toma de la bastilla, habían fallecido a manos de la turba enfurecida o por la misma guillotina con la que decapitaron la monarquía. El desprestigio y la corrupción de los líderes del directorio, a la sazón el poder detrás del fenómeno revolucionario, obligaron a Napoleón al golpe de estado. Solo cinco años después el pequeño corzo, enemigo de la monarquía, le quitó de las manos la corona al papa para coronarse él mismo como emperador y terminar........

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