Querida Florence: te escribo desde estas páginas que compartimos en EL TIEMPO. Tú llegaste primero –sería más preciso decir que te colaste– a esta casa y nos fuiste abriendo rendijas para mirar cómo mirabas lo que entonces parecía “normal”, o era invisible o prohibido. Recuerdo tu indignación cuando este país se paralizaba en noviembre con el reinado de belleza y las medidas de los cuerpos femeninos, tu sarcasmo frente a la costumbre de llamar mamitas a las hijas, y niñas a las mujeres, y, por supuesto, tu trabajo junto al de tus compañeras del grupo Mujer y Sociedad para luchar por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y nombrarlos como derechos; no como favores ni pecados.

Yo te miraba con esa fascinación que nos producen las que son un poco mayores durante el tiempo de crecer, y comencé a leerte y a tener conversaciones (imaginarias) contigo. Tú, como les sucede a las que son mayores, ni cuenta te dabas: estabas absorta, abriéndonos caminos, en ese grupo nacido en la mitad de los ochenta en la Universidad Nacional, en medio de ese ambiente patriarcal que describes en tu libro, y que puede extrapolarse a otras universidades y a otras décadas.

Tu descripción de las reuniones semanales de Mujer y Sociedad, a puerta cerrada en tu oficina, con un yogur y una empanada, robando el tiempo del almuerzo, y los calificativos de “brujas despistadas” e “inútiles debates” con los que tus colegas miraban lo que ocurría en ese “cuarto propio”, mientras ustedes leían a Virginia Woolf, son elocuentes.

Y mira lo que es el privilegio de la vida larga: hoy puedes contar que, casi cuarenta años después, ese primer grupo feminista de Colombia que inspiró y se transformó en la Escuela de Estudios de Género sigue vivo y es un referente en el que nos miramos tantas mujeres, de tantas generaciones, para nombrar lo que hoy, gracias a ustedes, reconocemos como derechos. Cuentas en tu libro que casi todas las fundadoras del movimiento son hoy mayores de setenta y mencionas el costo de “atravesar críticamente la cultura masculina”, que, en casi todos los casos, significó un rompimiento de las relaciones amorosas.

Hay un mensaje que escribió tu hijo Nicolás a raíz de la sentencia de la Corte Constitucional que legalizó el aborto y que citas en el libro: “Cuando yo tenía diez años no eran más que un puñado de mujeres en la calle... Te miraba como una loca. Recuerdo que varias veces te insultaron... y a mi hermano y a mí nos asustaba mucho esto... Y varias veces llegaste derrotada a casa diciendo que tal vez nunca lo lograrían. Hoy, una sentencia de la Corte Constitucional te da la razón (a ti y a decenas de mujeres). Hoy celebro a las pioneras. Cuando no había camino. Cuando nadie hablaba de esto. Gracias, madre; gracias, locas. Lo lograron”.

Mientras escribo, tengo al lado el libro ‘Fragmentos de vida’, que presentarás en Filbo. Lo abro para buscar alguna cita o releer un episodio y, al cerrarlo, veo tu foto de portada. Tienes el pelo corto como ahora, pero sin canas, y esa misma sonrisa con la que miras todo lo que hay para disfrutar en esta vida (y que puede mutar a sarcasmo en un instante). Tienes lápiz y papel y tomas nota. No sé cuántos años han pasado desde entonces, pero hoy tienes más de ochenta y sigues escribiendo.

Más de un siglo después de aquella gran guerra que mató de melancolía a tu abuelo, aquí estamos, en medio de otras guerras, como si el mundo fuera un círculo perverso. Desde “este país amado que no puede defraudarnos más”, tú buscas otra voz para contar la riqueza del ayer y asomarte a la fragilidad del mañana. Yo sigo mirándote y aprendo de esa voz, y sé que escribo, que escribimos, asomadas por las rendijas que ustedes nos abrieron.

YOLANDA REYES

(Lea todas las columnas de Yolanda Reyes en EL TIEMPO, aquí)

QOSHE - Florence Thomas: ‘Fragmentos’ - Yolanda Reyes
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Florence Thomas: ‘Fragmentos’

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15.04.2024
Querida Florence: te escribo desde estas páginas que compartimos en EL TIEMPO. Tú llegaste primero –sería más preciso decir que te colaste– a esta casa y nos fuiste abriendo rendijas para mirar cómo mirabas lo que entonces parecía “normal”, o era invisible o prohibido. Recuerdo tu indignación cuando este país se paralizaba en noviembre con el reinado de belleza y las medidas de los cuerpos femeninos, tu sarcasmo frente a la costumbre de llamar mamitas a las hijas, y niñas a las mujeres, y, por supuesto, tu trabajo junto al de tus compañeras del grupo Mujer y Sociedad para luchar por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y nombrarlos como derechos; no como favores ni pecados.

Yo te miraba con esa fascinación que nos producen las que son un poco mayores durante el tiempo de crecer, y comencé a leerte y a tener conversaciones (imaginarias) contigo. Tú, como les sucede a las que son mayores, ni cuenta te dabas: estabas........

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