Esta es la hora en que sigo sin entender por qué los concejales de Bogotá y de Medellín incumplieron la ley estatutaria de la oposición al elegir sus mesas directivas sin dar la representación debida a las fuerzas políticas de oposición.

Como mínimo, podemos estar ante un caso típico de falta de racionalidad política. Porque podríamos estar también ante el caso, aún más reprochable, de una actuación propia de esa anticultura que ha venido pelechando entre los políticos colombianos para quienes hacerle esguinces a la ley se convirtió en un hábito. No en vano, Álvaro Gómez insistía tanto en que la corrupción se había convertido en el régimen político mismo.

¿Qué necesidad tenían los concejales de desconocer la representación de las minorías opositoras en las mesas directivas? A mi juicio, ninguna. Las coaliciones mayoritarias son lo suficientemente fuertes como para sacar adelante cualquiera iniciativa de los alcaldes Carlos Fernando Galán y Fico Gutiérrez. Luego la presencia de las minorías opositoras no representa ningún obstáculo real para el desempeño de las nuevas administraciones, menos aún si se tiene en cuenta que las nuevas mayorías vienen soportadas sobre las tendencias mayoritarias antipetristas que se expresaron el 29 de octubre, mientras las minorías opositoras llegan con el fardo insostenible del desprestigio creciente del Gobierno Nacional.

Las minorías petristas llegaron a estos nuevos concejos encarnando la derrota de un juicio ciudadano inapelable y con un vacío de argumentos con que salir a defender sus propias causas. El único favor que necesitaban era que algo, sorpresivamente, los convirtiera en víctimas, papel que les encanta jugar. Las nuevas mayorías, inexplicablemente, se lo sirvieron en bandeja.

Tan sencillo como que si esas fuertes y sólidas mayorías les hubieran reconocido esas vicepresidencias en las mesas directivas, esas minorías petristas derrotadas hubieran pasado las posesiones del primero de enero sin pena ni gloria. Su desempeño hubiera sido tan gris como su resultado del 29 de octubre. Solo existieron en la medida en que los convirtieron en víctimas a partir del incumplimiento de la ley estatutaria de oposición.

A todas estas, vamos llegando a una sola conclusión que puede explicar este acto de irracionalidad. La hostilidad, tan propia de la polarización que hemos vivido por décadas, se sigue imponiendo sobre la racionalidad política, hasta el punto de llevarlos a desconocer mandatos tan claros como los de la ley estatutaria, exponiéndose a una segura derrota política y jurídica si el caso llega a escenarios judiciales.

Las nuevas mayorías del 29 de octubre están llamadas a superar la polarización que tiene tan fatigada a la sociedad colombiana. Estas nuevas mayorías deben dar el ejemplo de un verdadero talante democrático respetuoso de la ley y el pluralismo, alejándose con claridad ética, legal y simbólicamente de esos sectarismos fundamentalistas y del ejercicio de la política en clave de revancha, que fue, precisamente, lo que el país derrotó en las elecciones regionales.

La historia tiene ejemplos suficientes para advertirles a los dirigentes políticos que tienen que tener siempre el mayor cuidado en no terminar pareciéndose a sus adversarios. El ejemplo más claro y cercano que tenemos es el de Nicaragua, donde Daniel Ortega, quien fungió de gran revolucionario sandinista, terminó siendo igual, y si se quiere peor, que Anastasio Somoza. Al final, la historia abunda en ejemplos que nos demuestran que el verdadero peligro de la democracia no radica en las izquierdas sino en la falta de verdaderos fundamentos democráticos en los demócratas.

VIVIANE MORALES

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Se equivocaron los concejales

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09.01.2024

Esta es la hora en que sigo sin entender por qué los concejales de Bogotá y de Medellín incumplieron la ley estatutaria de la oposición al elegir sus mesas directivas sin dar la representación debida a las fuerzas políticas de oposición.

Como mínimo, podemos estar ante un caso típico de falta de racionalidad política. Porque podríamos estar también ante el caso, aún más reprochable, de una actuación propia de esa anticultura que ha venido pelechando entre los políticos colombianos para quienes hacerle esguinces a la ley se convirtió en un hábito. No en vano, Álvaro Gómez insistía tanto en que la corrupción se había convertido en el régimen político mismo.

¿Qué necesidad tenían los concejales de desconocer la representación de las minorías opositoras en las mesas directivas? A mi juicio, ninguna. Las coaliciones mayoritarias son lo suficientemente fuertes como para sacar adelante cualquiera iniciativa de los........

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