El Día de Acción de Gracias era una tradición estadounidense ajena a las costumbres de mi familia nuclear francocolombiana.

Desde hace unos años, sin embargo, a finales de noviembre, el esposo de mi hermana, que es de California, le roba un tiempo a su estudio de yoga y durante dos días se dedica a marinar y hornear un gigante y suculento pavo que mi hermana y él nos invitan a compartir con ellos.

Varios ajustes culturales se han impuesto. La fecha no coincide con el jueves del Thanksgiving gringo, sino que se deja para el sábado, más acorde con la semana laboral colombiana. Y la receta no es igual a la que se usa en USA: no rellenan el pavo con pan tostado, como hacen allá, y tanto el pavo como las verduras que lo acompañan tienen acentos indios, una de las marcas de la casa. Cosas de la globalización.

No se reza en la mesa. Hay demasiada dispersión en materia de creencias para eso. Antes de acometer el ave, sin embargo, cada uno dice unas palabras sobre las cosas por las que se siente agradecido ese año. Una especie de oración secular. A mí, que tengo la expresividad emocional de un muro de concreto coronado de alambre de púas, esa parte me cuesta. Pero una de las funciones de la cena es esa, que hasta los impedidos emocionales como yo seamos capaces de civilizarnos por un rato.

En mi vida hay un antecedente. En los 90, cuando estudiaba en EE. UU., tenía la fortuna de que cerca de la universidad vivía una familia colomboamericana amiga. Juro que no habría sobrevivido esos años universitarios sin la generosidad y hospitalidad de Mary Ann, Otis, Al, Ryan, Deanna y Mara, quienes cada año me invitaban a pasar Acción de Gracias con ellos. Me rescataban no solo de la soledad del campus durante esos días –en la U. quedábamos no más un puñado de extranjeros hermanados principalmente por la torpeza social–, sino, sobre todo, de la depresión estacional que ya se asomaba en noviembre y le daba particularmente duro a alguien cuya mayor experiencia invernal era la brisa decembrina de Barranquilla.

Volviendo a mi Thanksgiving tropical, después de las palabras iniciales, la ceremonia se torna opípara. No obstante el vínculo familiar, los vinos franceses en Colombia son o caros o malos, y frecuentemente mal conservados, así que la cena se acompaña de alguno chileno o español. Otra consecuencia feliz de la globalización, no solo de mercancías, sino de costumbres.

Conozco círculos culturales que consideran la importación de usanzas americanas, como esta, una señal de fatuidad pequeñoburguesa o clasemediera: cosas de gente que prefiere Magic Kingdom al Met. Por otro lado, no ignoro que la celebración de Acción de Gracias es objeto de un duro debate en Norteamérica, pues se considera que se presta para barnizar el exterminio de los pueblos nativos en ese territorio.

La primera de esas críticas es puro esnobismo: uno de esos juicios de valor que dicen más sobre el emisor que sobre la cosa o persona juzgada. La segunda sí tiene validez: al igual que tantas otras tradiciones culturales, la exploración de la historia de esta fecha arrojará luces y también sombras, algunas terribles.

Al margen de esa constatación de la impureza de las tradiciones humanas, sin embargo, de la que no se salvarían ninguna de las grandes religiones ni el respeto por las fechas patrias, en mi familia esta celebración ha sido un injerto cultural bienvenido.

A quienes les guste la idea les doy unas recomendaciones: criollicen la cena al gusto, adapten las recetas a las costumbres del hogar, reemplacen si quieren el pavo por un plumífero más vernáculo. O por un plato vegetariano, en caso tal. Pero que se conserve la finalidad de dedicar un día al año al inventario de las cosas positivas que tenemos y que vale la pena proteger.

THIERRY WAYS
En X: @tways
tde@thierryw.net

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Acción de Gracias

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26.11.2023

El Día de Acción de Gracias era una tradición estadounidense ajena a las costumbres de mi familia nuclear francocolombiana.

Desde hace unos años, sin embargo, a finales de noviembre, el esposo de mi hermana, que es de California, le roba un tiempo a su estudio de yoga y durante dos días se dedica a marinar y hornear un gigante y suculento pavo que mi hermana y él nos invitan a compartir con ellos.

Varios ajustes culturales se han impuesto. La fecha no coincide con el jueves del Thanksgiving gringo, sino que se deja para el sábado, más acorde con la semana laboral colombiana. Y la receta no es igual a la que se usa en USA: no rellenan el pavo con pan tostado, como hacen allá, y tanto el pavo como las verduras que lo acompañan tienen acentos indios, una de las marcas de la casa. Cosas de la globalización.

No se reza en la mesa. Hay demasiada dispersión en materia de creencias para eso. Antes de acometer el ave, sin embargo, cada uno dice unas palabras........

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