No soy uno de los tantos miembros de la oposición que buscan conquistar el corazón blando de la opinión pública a punta de fábulas inventadas con el talento de escribidores de segunda. Tampoco soy el exfiscal Barbosa soñando a plena luz del día con irrisorias rupturas institucionales para posicionarse como un superhéroe de una mala novela policiaca.

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No soy la revista Semana abusando de la hipérbole y de su prima segunda la artimaña para exacerbar la sensación de crisis que vive el país, mientras se hace la de la vista gorda ante autócratas como Bukele y Netanyahu. Tampoco soy de los que acuden, para referirse a usted, señor presidente, a expresiones como ‘ideologizado’, ‘resentido’, ‘polarizante’, ‘incendiario’ y demás que no son nada más —repito, nada más— que eufemismos para voltear la otra mejilla ante la complicidad de las élites en la pobreza del 36 por ciento que impera en el país.

Soy, señor presidente, tan solo un columnista que hace casi dos años, con ilusión y sin vacilar, marcó una X sobre el tarjetón que contenía su nombre, convencido de lo necesarias que son muchas de las ideas que usted mismo prometió hacer realidad de ser elegido. Y es precisamente desde esta perspectiva que me permito hacerle el siguiente reclamo: les está incumpliendo a quienes lo elegimos. Si bien es cierto que no sobran quienes buscan deslegitimar la estabilidad de su gobierno a punta de charadas y pantomimas para lucir como líderes de una oposición cada vez más derechizada, hay asuntos que no se pueden poner en tela de juicio.

Parece mentira el que, precisamente durante un gobierno de izquierda, una de las principales causas de la desaceleración económica sea un desplome en la inversión pública.

Para empezar, el 2023 registró el porcentaje más bajo de ejecución presupuestal de la última década. Más encima, la reciente noticia del inesperado descalabro económico nos deja sumidos en una estanflación tan desorientadora y kafkiana como su nombre lo sugiere. Y si bien nadie sensato —lo cual excluye a uno que otro miembro de la oposición— duda de la influencia que tienen sobre esta coyuntura factores internacionales y tasas de interés que ceden a paso de tortuga, la culpabilidad del Gobierno es igual de irrefutable. Parece mentira el que, precisamente durante un gobierno de izquierda, una de las principales causas de la desaceleración económica sea un desplome en la inversión pública. Y parece casi un mal chiste el que la inversión privada se esté ahuyentando no por las ideas de izquierda que hoy gobiernan, sino por las salidas en falso de uno que otro miembro del gabinete e incumplimientos ante el destino de los recursos del presupuesto general de la Nación.

Hay, por otro lado, una serie de estrategias que tienen al proyecto político en el que muchos creemos andando en reversa. Primero, la estrategia discursiva ante la opinión pública está resultando en un respaldo popular cada vez más animoso, pero cada vez más reducido. Segundo, la estrategia de antagonizar internamente a los partidos políticos a punta de cuotas burocráticas es tan desafortunada como insostenible. Con un respaldo popular y legislativo tan exiguo, será imposible llevar a buen puerto proyectos de la talla de la reforma agraria y del acuerdo de paz con el Eln. Tercero, la estrategia de cerrar filas en el Ejecutivo con funcionarios que no hacen más que obedecer está dejando en el exilio a quienes no solo son viejos guardianes de la izquierda, sino también los más diestros para materializar el cambio que se nos prometió en campaña. Las renuncias de Jorge Iván González, José Antonio Ocampo, Cecilia López y demás llegaron como un baldazo de agua fría. Mientras que la noticia del arribo de miembros de la familia Alcocer a importantes cargos públicos llegaron como un baldazo de agua hirviendo. ¿Es ese el desdeño que merece una agenda reformista tan ambiciosa?

Me preocupa, señor presidente, que, de persistir la situación actual, quien próximamente entone el himno de la justicia social y el progresismo sea visto con recelo y termine por cantar en solitario.

SANTIAGO VARGAS ACEBEDO

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Señor presidente, les está quedando mal a quienes lo elegimos

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29.02.2024

No soy uno de los tantos miembros de la oposición que buscan conquistar el corazón blando de la opinión pública a punta de fábulas inventadas con el talento de escribidores de segunda. Tampoco soy el exfiscal Barbosa soñando a plena luz del día con irrisorias rupturas institucionales para posicionarse como un superhéroe de una mala novela policiaca.

(También le puede interesar: El fetiche de la tecnología)

No soy la revista Semana abusando de la hipérbole y de su prima segunda la artimaña para exacerbar la sensación de crisis que vive el país, mientras se hace la de la vista gorda ante autócratas como Bukele y Netanyahu. Tampoco soy de los que acuden, para referirse a usted, señor presidente, a expresiones como ‘ideologizado’, ‘resentido’, ‘polarizante’, ‘incendiario’ y demás que no son nada más —repito, nada más— que eufemismos para voltear la otra mejilla ante la complicidad de las élites en la pobreza del 36 por ciento que impera en el país.

Soy, señor presidente, tan solo un columnista que hace casi dos........

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