Quizás una de las más crueles maniobras de quien sea que haya sido nuestro creador fue la de haber dotado de buen humor a los matones de colegio a la hora de apodar a sus víctimas de turno. Y de esto no hay mayor testigo que quien probablemente sea el matón de colegio más famoso de la historia: el mismísimo Donald Trump. Los apodos con los que el exmandatario bautiza a todo adversario que se la atraviesa por el camino le han dado la vuelta al mundo. Algunos de los de mayor renombre son el de la senadora Elizabeth Warren para mofarse de su descendencia indígena, Pocahontas; los de su anterior y muy seguramente próximo rival Sleepy Joe, Crooked Joe o Slow Joe; el de la senadora progresista de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortéz, Evita Perón; y, mi favorito, el de su homólogo norcoreano Kim Jong Un, Litte Rocket Man.

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Recientemente, en medio de las primarias del partido republicano, estuvieron en boga los apodos con los que el magnate se refirió a quien parecía ser el único capaz de destronarlo, Ron DeSantis. DeSastrer, DeEstablishment, DeSoros, Rob y DeSanctimonious son tan solo algunos ejemplos. Quizás la traducción más precisa que ofrece el español para la palabra sanctimonious es la de mojigato. Aunque, siendo justos, con este último el expresidente no estuvo tan desatinado teniendo en cuenta que, mientras DeSantis posaba de portador de la decencia, llegó hasta el punto de pasar leyes en el estado que gobierna, La Florida, que obligan a los hospitales a pedirle documentos de inmigración a los pacientes antes de atenderlos y otras que prohíben libros y discusiones acerca de la orientación sexual en los colegios públicos. Al fin y al cabo, aparentar decencia es la definición mismísima de la mojigatería. En todo caso, apenas DeSantis retiró su candidatura, declaró su apoyo a Trump y se arrodilló para “besar el anillo”, el magante le retiró su apodo. O te sometes a mi voluntad o te sometes a mis apodos.

Pero, dejando de lado a DeSantis, vale la pena hacer una breve reflexión acerca de las razones por las que Trump echa mano, y con tanto éxito, de los apodos como estrategia política. Y se me ocurren al menos tres razones. En el caso del expresidente, como en el de los matones de pasillo, bautizar a los demás con apodos suele ser una forma de marcar a las personas por alejarse de estereotipos y normatividades sociales, ya sea esto por razones de raza, etnia, sexualidad o aspecto. A esto, me atrevo a especular, le apunta Trump al llamar Pocahontas a Warren, Mini Mike a Bloomberg, Pencil-Neck a Adam Schiff, low-IQ a Maxine Waters o al burlarse del peso del exgobernador Chris Christie. Y a esto es también a lo que le apuntaría al referirse a su única competidora, Nikki Haley, con su segundo nombre Nimrada, resaltando así sus raíces indias frente a un grupo de votantes cuya principal prioridad es cerrarle las fronteras a la inmigración.

La segunda razón por la que quizás Trump hace uso de los apodos es para activar uno de los principales mecanismos que lo han llevado hasta el punto de convertir al Partido Republicano casi que en sinónimo de su apellido: la incorrección política. Mientras que muchos de sus adversarios, como Christie, DeSantis y Haley, responden acusando de inmaduro, denigrante y demás a Trump, este insiste y no solo a pesar sino precisamente porque se trata de un acto mal visto por la cultura política tradicional. Los apodos, mejor dicho, son un performance que le sirven al magnate para establecer aún otro contraste entre él y el establecimiento político; una estrategia que es cada vez más canjeable por votos.

Tercero y último, Trump muy probablemente acude a los apodos porque sabe más que nadie que quien no entretiene al público pierde su atención. Y es que a la larga la política, para ponerlo en sus propias palabras, “es el mayor reality del mundo”.

SANTIAGO VARGAS
santiago.vargas.acebedo@gmail.com

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¿Cómo entender los apodos que usa Donald Trump?

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26.01.2024

Quizás una de las más crueles maniobras de quien sea que haya sido nuestro creador fue la de haber dotado de buen humor a los matones de colegio a la hora de apodar a sus víctimas de turno. Y de esto no hay mayor testigo que quien probablemente sea el matón de colegio más famoso de la historia: el mismísimo Donald Trump. Los apodos con los que el exmandatario bautiza a todo adversario que se la atraviesa por el camino le han dado la vuelta al mundo. Algunos de los de mayor renombre son el de la senadora Elizabeth Warren para mofarse de su descendencia indígena, Pocahontas; los de su anterior y muy seguramente próximo rival Sleepy Joe, Crooked Joe o Slow Joe; el de la senadora progresista de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortéz, Evita Perón; y, mi favorito, el de su homólogo norcoreano Kim Jong Un, Litte Rocket Man.

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Recientemente, en medio de las primarias del partido republicano, estuvieron en boga los apodos........

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