Ya no hay elecciones, sino plebiscitos: “¿Odia usted la política?: ¿sí o no?”, pregunta cualquier tarjetón. Suena a historia patria, pero en la Colombia remota del año pasado, como ha ocurrido en suficientes países del mundo, un candidato descabellado que llamábamos “el ingeniero Hernández” estuvo a punto de volverse –yo vivía convencido de que iba a ser– nuestro presidente: “Reloco, papi, reloco”, repetía ese señor, el vengador anónimo de la politiquería, en una cuenta de TikTok más efectiva que el trapo rojo. Qué Dios detrás de Dios engendra a estos personajes. Por qué gana Trump. Por qué gana Milei. Quizás porque la plaza pública de hoy, un pulso del progresismo envanecido con la caverna libertaria, es una arena que premia espectáculos. Y la gente anda harta de estos políticos que hablan y hablan y hablan como médicos que a duras penas diagnostican.

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Vivir es lidiar hostilidades: el tubo roto, el trancón, la planilla extra, la Dian, la UGPP, el bloqueo de la cuenta porque alguien está saqueándola en Berlín. Pero estos políticos vendehúmos en busca de likes, arruinados por sus activismos en el “pueblo pequeño, infierno grande” de las redes, se pasan la vida probándonos que no son serios. Son un problema más: “Lo que faltaba”. Dice el libro de los Proverbios, en la vieja Biblia, que “hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio”, pero ellos no paran de pontificarle a la nada. Habría que ponerles en los perfiles de X sellos como los que se les ponen a los ultraprocesados: “Exceso de bilis”, “Alto en mediocridad”. Qué tal la sangre en la boca, de días de la Violencia, con la que calumnian al rival. Qué tal el chiste grotesco, homofóbico, camandulero, de aquel representante progresista.

Qué tal el expresidente Duque, que fingió acuerdos nacionales cada vez que le estalló la sociedad, dedicado a vaticinar la sinsalida.

Puedo ver, con el cansancio de noviembre, la presidencia desquiciada de algún enemigo de la politiquería dispuesto a resetearnos la historia. Pero también puedo esperar que seamos sensatos.

Cómo no va a volverse todo un plebiscito. Cómo no va a ser urgente retomar una política que reconozca, que escuche, que dialogue, que pacte, que ponga en escena, en fin, la democracia. Colombia está a nada de elegir a un marciano. Y el latinoamericanista Petro, que no es polémico, sino temerario, pues no es columnista, sino presidente, tiene talento para retratar nuestra convivencia con la violencia, pero empobrece el debate, y menosprecia a los países ajenos, y cae en el círculo vicioso que quiere vencer, cuando apoda “barbarie”, de Brasil a Argentina y de Chile a Perú, a todo lo que no sea izquierda, y sirve a la desazón que cría locos cuando llama a la Constitución de 1991 “ficción” o “letra muerta” –en la Venezuela vigilada por Maduro– porque está desconociendo las luchas de su propio pueblo.

Este ha sido el año del desaliento. Pero en un bienvenido giro de nuestra trama, luego de meses de estériles pulsos con sus odiadores, Petro ha vuelto al espíritu del día de su posesión para “buscar los caminos comunes”. He aquí la foto con los grupos empresariales. He aquí la foto con Uribe. Si de verdad nos interesa que los votos dejen de ser constancias de la frustración, si de verdad nos interesa que la política derrote al show –y no se nos suba a la presidencia uno de estos congresistas influenciadores que denuncian la politiquería y luego cuentan qué almorzaron–, va a tocar comunicarse. Se llamaba “bárbaros”, en los imperios enfrascados, a quienes balbuceaban una lengua exigente e intrusa. También esta cultura nuestra ha sido experta en deshumanizar las voces ajenas. Y esta es una oportunidad para dejar atrás esa costumbre.

Puedo ver, con el cansancio de noviembre, la presidencia desquiciada de algún enemigo de la politiquería dispuesto a resetearnos la historia. Pero también puedo esperar que seamos sensatos justo a tiempo.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

(Lea todas las columnas de Ricardo Silva en EL TIEMPO, aquí)

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24.11.2023

Ya no hay elecciones, sino plebiscitos: “¿Odia usted la política?: ¿sí o no?”, pregunta cualquier tarjetón. Suena a historia patria, pero en la Colombia remota del año pasado, como ha ocurrido en suficientes países del mundo, un candidato descabellado que llamábamos “el ingeniero Hernández” estuvo a punto de volverse –yo vivía convencido de que iba a ser– nuestro presidente: “Reloco, papi, reloco”, repetía ese señor, el vengador anónimo de la politiquería, en una cuenta de TikTok más efectiva que el trapo rojo. Qué Dios detrás de Dios engendra a estos personajes. Por qué gana Trump. Por qué gana Milei. Quizás porque la plaza pública de hoy, un pulso del progresismo envanecido con la caverna libertaria, es una arena que premia espectáculos. Y la gente anda harta de estos políticos que hablan y hablan y hablan como médicos que a duras penas diagnostican.

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