A mediados de diciembre pasado, en uno de sus actos de rendición de cuentas, la alcaldesa Claudia López firmó un convenio con Sinovac para producir vacunas en Bogotá a partir del año 2025. Se presentó en la prensa como la “primera fábrica de vacunas de Colombia”. Ya se había anunciado con el mismo titular en abril, y el 2021 se dijo que estaríamos produciendo vacunas ya en 2023. Esa noticia omitió referencia a los anuncios de febrero de 2022 sobre la creación de VaxThera, una empresa financiada por Sura en Rionegro, y que prometía la producción de vacunas virales importantes. Las dos noticias me alegran. Estoy convencido, desde hace tiempo, de que la producción de vacunas es un asunto de seguridad nacional.

(También le puede interesar: Adivinos, a rendir cuentas)

Una de las formas de disminuir los errores es tratar de no repetirlos. Pero somos un país ‘adánico’ (hoy debe decirse ‘évico y adánico’) en el que quien emprende una iniciativa siempre cree, o quiere hacer creer, que es “la primera vez en la historia”. Una que otra nota periodística hizo brevísima mención del hecho de que en Colombia se produjeron vacunas hasta el 2001. Esa frase desecha, a la ligera, experiencias extraordinarias (no sea que opaquen a esta “primera vez en la historia”). Hicimos un recuento en el libro Una historia, un compromiso, editado por el Instituto Nacional de Salud, cuando en 1997 cumplió 80 años.

Se empezó a producir vacuna contra la viruela en 1897 en el Parque de Vacunación, se trasladó al Laboratorio Samper Martínez en 1953 y en 1979 se suspendió por la mejor de las razones: la erradicación mundial de la enfermedad. En 1922 se empezó a producir vacuna antirrábica. En 1939 el Instituto Carlos Finlay comenzó la producción de vacuna contra la fiebre amarilla. En 1948 se trajo de Francia el bacilo Calmette-Guerin para producir la vacuna BCG contra la tuberculosis, y en 1951 se comenzó la producción de la vacuna triple bacteriana DPT (difteria, tos ferina y tétano). En 1956 se construyó un serpentario en Armero para producir sueros antiofídicos, y por límites de espacio omito otros.

Los dos se perfilan (al menos al principio) como empacadores y distribuidores, y el de Bogotá solo como otra planta Sinovac.

Todas esas iniciativas confluyeron en 1967 en el Instituto Nacional de Salud. Cuando fui su director me empeñé en que se mantuviera y aumentara la producción; fui entonces apoyado por la ministra de Salud María Teresa Forero de Saade (q. e. p. d) y por la jefa del DNP Cecilia López Montaño. Mantuvimos la producción a pesar de las presiones para suspenderla. Todavía estamos vivos algunos que la mantuvimos y otros que la suspendieron. Hubiera sido buena idea que nos preguntaran cuáles fueron los problemas; pero eso no pasa en los países adánicos.

Yo me atrevería a decir que el problema fundamental que enfrentamos entonces fue la incapacidad nacional para mantener nuestra tecnología en la frontera del conocimiento. La presión para cerrar se hacía por la introducción acelerada de nuevos productos y tecnologías, por nuestra dependencia de cadenas de suministros que no podíamos dominar y por la ausencia de una decisión política que fortaleciera la capacidad de investigación científica e innovación.

De los actuales proyectos no conozco más de lo que leí en la prensa, pero me temo que pueden caer en los mismos problemas. Los dos se perfilan (al menos al principio) como empacadores y distribuidores, y el de Bogotá solo como otra planta Sinovac.

Desconozco los criterios para escoger socio; si hubiera predominado como criterio el tiempo en el que la tecnología usada se volverá obsoleta, yo no hubiera escogido a Sinovac.

Para ser verdaderos productores tenemos que tener la autonomía que da una investigación muy sólida. El proyecto de Medellín parece entenderlo mejor, aunque en los dos la inversión anunciada y el esfuerzo científico parecen muy insuficientes. Ojalá me equivoque.

MOISÉS WASSERMAN@mwassermannl

(Lea todas las columnas de Moisés Wasserman en EL TIEMPO, aquí)

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Fábricas de vacunas en Colombia

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05.01.2024

A mediados de diciembre pasado, en uno de sus actos de rendición de cuentas, la alcaldesa Claudia López firmó un convenio con Sinovac para producir vacunas en Bogotá a partir del año 2025. Se presentó en la prensa como la “primera fábrica de vacunas de Colombia”. Ya se había anunciado con el mismo titular en abril, y el 2021 se dijo que estaríamos produciendo vacunas ya en 2023. Esa noticia omitió referencia a los anuncios de febrero de 2022 sobre la creación de VaxThera, una empresa financiada por Sura en Rionegro, y que prometía la producción de vacunas virales importantes. Las dos noticias me alegran. Estoy convencido, desde hace tiempo, de que la producción de vacunas es un asunto de seguridad nacional.

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Una de las formas de disminuir los errores es tratar de no repetirlos. Pero somos un país ‘adánico’ (hoy debe decirse ‘évico y adánico’) en el que quien emprende una iniciativa siempre cree, o quiere hacer creer, que es........

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