Si uno juzgara por las columnas de prensa, la respuesta a la pregunta del título sería positiva. No pasa semana sin que se encuentre un escrito preocupado por la salud de la democracia. Las elecciones del 2024, en países muy influyentes en el mundo, contribuyen al desmayo. Habría que decir, para atenuar la ansiedad, que el hecho de que la crisis de la democracia preocupe tanto es un signo de vitalidad.

(También le puede interesar: Cambiar de opinión)

En diciembre, el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, con sede en Suecia, publicó su tradicional informe mundial sobre el estado de la democracia. Es un texto técnicamente bien elaborado que permite ver hasta qué punto la percepción de decadencia está bien fundada.

Utiliza una herramienta que monitorea de forma continua el desarrollo de la democracia en 173 países. Se miden 28 conceptos diferentes en cuatro grandes categorías de desempeño: Estado de derecho, representación, derechos y participación.

Los resultados (hasta finales del 2022) no son buenos, pero tampoco dramáticamente malos. En todas las regiones del mundo hay contracción de la democracia; en la mitad de los países estudiados hubo un declive en al menos uno de los conceptos estudiados, pero se registraron avances en acciones dirigidas a erradicar la corrupción en África, Asia y el Pacífico y Europa.

La principal amenaza según el informe es la debilitación de las instituciones que equilibran el poder entre las ramas públicas.

En las Américas ha habido declive, y el más significativo sucedió en Haití, Nicaragua y Venezuela. En diez países de la región hubo deterioro de la libertad de expresión. Pero, en general, la mayoría de los países tiene un desempeño medio. El informe menciona: “El cansancio experimentado en la sociedad a causa de problemas de larga data de inseguridad, corrupción y exclusión económica, así como la retórica polarizadora adoptada por algunos líderes, ha dado lugar a cierto apoyo a la gobernanza no democrática...”.

La principal amenaza según el informe es la debilitación de las instituciones que equilibran el poder entre las ramas públicas; tanto las formales –el Poder Judicial y los organismos de control– como las no formales –la prensa y las organizaciones de la sociedad civil–. La recomendación en la que más énfasis hace es la protección de ese equilibrio. Señala en las conclusiones finales que, con todo y todo, los avances logrados entre 1970 y 2010 se mantienen.

Para contribuir a esa visión menos pesimista, yo señalaría un hecho que me parece de importancia. Las numerosas críticas que se le hacen a la democracia coinciden en que no es suficientemente democrática, mientras que las críticas al autoritarismo siempre señalan que es demasiado autoritario. Es decir, a la primera hay que mejorarla, y al segundo, eliminarlo.

No se le puede exigir a un desarrollo humano tan complejo que progrese siempre linealmente. Necesariamente habrá altibajos, uno debería contentarse con que la pendiente, en el tiempo, sea positiva. Es más, una democracia que llega a la inamovilidad de la perfección pierde su sentido de progreso permanente.

Hölderlin advirtió que “lo que ha hecho al Estado un infierno es la tentativa del hombre de convertirlo en paraíso”. Los paraísos son siempre autoritarios, ni siquiera están permitidos en ellos los frutos de todos los árboles.

Giovanni Sartori, en su viejo (y amable) libro ¿Qué es la democracia?, discute la diferencia entre el ideal democrático en un país en el que no existe, donde es un ideal de lucha y negación del poder, y en un país en el cual la democracia ya está instalada. Sin duda, su realización será imperfecta. De ese ideal se espera entonces una crítica constructiva que propenda a construcción y mejora.

Como conclusión, es bueno estar preocupados y vigilantes, pero no hay que esperar que la democracia sea un sistema sin crisis. Ese sí sería su fin.

MOISÉS WASSERMAN@mwassermannl

(Lea todas las columnas de Moisés Wasserman en EL TIEMPO, aquí)

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¿Realmente está en crisis la democracia?

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26.01.2024

Si uno juzgara por las columnas de prensa, la respuesta a la pregunta del título sería positiva. No pasa semana sin que se encuentre un escrito preocupado por la salud de la democracia. Las elecciones del 2024, en países muy influyentes en el mundo, contribuyen al desmayo. Habría que decir, para atenuar la ansiedad, que el hecho de que la crisis de la democracia preocupe tanto es un signo de vitalidad.

(También le puede interesar: Cambiar de opinión)

En diciembre, el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, con sede en Suecia, publicó su tradicional informe mundial sobre el estado de la democracia. Es un texto técnicamente bien elaborado que permite ver hasta qué punto la percepción de decadencia está bien fundada.

Utiliza una herramienta que monitorea de forma continua el desarrollo de la democracia en 173 países. Se miden 28 conceptos diferentes en cuatro grandes categorías de desempeño: Estado de derecho, representación, derechos y participación.

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